Anabel Hernández, autora de Los señores del narco, explica en detalle la relación del poder político con el crimen organizado. Se inmiscuye también en el mundo privado de los narcos, de los lazos familiares que existen entre capos que ahora se enfrentan entre sí, cada uno en distintos cárteles que representan la película trágica del día a día; de cuerpos y adolescentes fumando veneno para ratas.

Una de las cuestiones que tendrán que resolver los próximos gobiernos mexicanos es la de cómo manejar el contenido de los libros de historia para niños. Del año 2000 a la fecha, la vida en las calles de México se ha caracterizado por la muerte. Exageradas demostraciones del ingenio sangriento han aparecido como cosa ordinaria. El gran drama del narcotráfico ha optado por decorar su escenario con una serie de ocurrencias mucho más potentes que Holocausto Caníbal, o La matanza de Texas (1974).

Si alguna vez, a los que nacimos en los ochenta, nos llamó la atención el gore o el snuff, fue seguramente porque no nos habíamos atragantado aún con la atmósfera real de un sitio en que amanecen cuerpos descuartizados en la acera. Miles. Para ser más precisos, alrededor de 200 mil ejecutados relacionados con la venta de drogas desde 2006 hasta hoy. Sabiendo que ese hecho no es un detalle que pueda ser escondido tan fácil, ¿qué historia habrá que contarles en las escuelas a los niños del futuro? ¿Cómo lograrán los próximos gobiernos meter tantos cadáveres debajo de la alfombra?

Si los gobernantes del porvenir pretendieran alzar un tono nacionalista a la categoría de lo heroico; si quisieran borrar de las conciencias venideras la atrocidad del pasado reciente, habría que eliminar toneladas de periódicos e informes judiciales, y decenas de libros que se han escrito a pesar de la corrupción, la tortura y el asesinato.

Los señores del narco, el libro que hoy recomendamos, es una de esas investigaciones que recopila y unifica la brutal historia del narcotráfico en México, y la vergonzosa participación de los políticos, hasta ser muchos de ellos los verdaderos capos, los verdaderos señores del narco.

Para quienes les interesa el tema, les recomiendo dejar atrás el romanticismo de Tony Montana de Scarface, sujeto que intenta justificarse en un monólogo sobre la hipocresía de la gente común y su cobarde estilo de vida. En contra de lo que opina Tony Montana, la “gente común” no necesita de personajes como él para tener a quién culpar, y con ello sentirse moralmente superiores. Quienes sí los necesitan son ciertos poderosos de turno, pero con el objetivo de contar con un cuenco en el cual depositar la argamasa de suciedad que se forma tras décadas de esconder platos sucios.

Para mayor comprensión, el lector necesitará revisar los nombres que encuentre en la lectura, cotejarlos con Wikipedia, con mayor razón si no está familiarizado con ellos, si no los ha escuchado desde pequeño en las noticias y en la calle.

Gran investigación periodística que, querámoslo o no, documenta una parte de nuestra historia como mexicanos, de nuestro país y poco a poco también de nuestra identidad ­–ese pez escurridizo. Pues la figura del narco se perfila desde hace 30 años como la más “noble” metamorfosis a la que aspiran aquellos jóvenes que están convencidos de que la vida en el barrio vale muy poco, y de que el mundo es suyo, y de que hay que ser chingón y, para ser chingón, hay que alinearse a un grupo armado, y de que ya llegó la barredora a limpiar la plaza de todas las lacras, y rollitos de ésos.


En la foto principal aparece Anabel Hernández, autora del libro. Fuente: Proceso