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Asertividad en la política exterior de México, una necesidad

El apaciguamiento, muy al estilo Neville Chamberlain, del gobierno mexicano como respuesta a las políticas agresivas de Estados Unidos, es una política exterior equivocada. Esta “contención” sustituye la ausencia de una política de Estado con visión de futuro.

Por Victorico Pérez Lugo.

El fin de la excepcionalidad estadounidense, cuya democracia e instituciones políticas parecían inmutables ante las pulsiones caudillistas, no tiene vuelta atrás. Estados Unidos ya no es de fiar, ignora los tratados a conveniencia y abusa de su poder. El gobierno de este país ha instaurado la incertidumbre e imprevisión perpetuas como mecanismo de negociación.

Tal era la imagen de la excepcionalidad estadounidense que nos habían hecho creer que las guerras coloniales se hacían por el bien de la Democracia. El agotamiento del sistema democrático norteamericano, junto a la impronta del nacional-populismo religioso de derechas en el ideario político de ese país, obliga al gobierno mexicano a sentar las bases para una política exterior más asertiva y firme en defensa de los intereses y la dignidad nacional.

El anterior gobierno mexicano de Enrique Peña Nieto siguió la estrategia de ahora con el mismo resultado. Lo que viene a partir de ahora es la instrumentalización de los acuerdos como arma política para conseguir un relato victorioso para consumo interno. México está obligado a rechazar categóricamente esta política. Las alusiones a la paz están bien, pero mejor aún es una política exterior seria y de gran calado.

La política es anárquica, impredecible y cruda con Donald Trump. El presidente estadounidense ha traspasado barraras y límites como ningún otro presidente anterior. Bajo su mandato grandes figuras de la esfera política y cultural de Estados Unidos han sido vilipendiadas. En no pocos casos sus vidas han sido puestas en peligro por señalamiento público por parte del presidente. Con la llegada de Trump, llega el triunfo del ejercicio del poder sin escrúpulos e improvisación impulsiva. El presidente es un personaje instintivo, permeable a la lisonja y a la explicación simplista de fenómenos complejos.

Sin embargo, subestimar al caudillo de Washington no es una opción. La anarquía e incertidumbre perpetúas tienen un claro objetivo: “Estados Unidos primero”. Cuando el aprendiz de caudillo fascista haya dejado la Casa Blanca, su legado permanecerá como ha permanecido el legado de los grandes caudillos totalitarios europeos. Y todo esto ocurre mientras el nuevo gobierno mexicano se asienta.

México ha sido desde su nacimiento un juguete roto en manos de su vecino del norte. El rezago económico, la dependencia económica, la división interna y los millones de mexicanos viviendo en suelo estadounidense dificultan una política de firmeza y férreamente nacional. El gobierno de López Obrador, como buen creyente, cree que lo mejor es poner cara de bueno y dar la otra mejilla. Nada que no hayan hecho otros presidentes. Después de la humillación de la construcción del muro, la advertencia del bloqueo de fronteras, México estaba advertido. Se optó por el silencio y las buenas palabras. La reciente amenaza de aranceles a las exportaciones mexicanas por parte del caudillo ultravioleta vuelve evidenciar una vez más la fragilidad de la política exterior mexicana. El país está a verlas venir, su sensibilidad y capacidad de reacción no son la que muchos deseamos. El pesimismo y la resignación a las humillaciones reiteradas están calando en la autoestima del país.

Pero tampoco deberíamos eximirnos en el reparto de responsabilidades. No se puede negar que, hasta hace nada, exportar mexicanos pobres era el gran negocio de las élites mexicanas. A nadie se le puede escapar que las remesas han sido y son el gran salvavidas de un Estado que no ha sido capaz de atender a los millones de mexicanos pobres, cuyo grueso lo han compuesto históricamente los mestizos.

La emigración a Estados Unidos ha sido la gran válvula de escape de sucesivos gobiernos. Sin la fuga de millones de mexicanos jóvenes hacia el norte, y el retorno del fruto de su trabajo a sus familias, los acontecimientos políticos actuales México seguramente se hubiesen precipitado hace ya mucho tiempo.

Sin las remesas, los sucesivos gobiernos priistas y panistas no habrían podido mantener la farsa de la paz social.

Ante las repetidas afrentas por parte de los políticos estadounidenses, el pueblo mexicano muestra una pasividad bastante elocuente. Décadas de patrioterismo de bandera y mariachis han impedido un sentimiento nacional que impulse acciones y valores compartidos, sino momentos de expresión hedonista y nula expresividad política. Se echa en falta un relato común y compartido entre los mexicanos. El crimen y la violencia indiscriminada han actuado como un disolvente de solidaridad y destino colectivo compartido.  En el espectro político mexicano es evidente que aún quedan espacios políticos que no han sido explorados ni están actualmente en la oferta política.

La última embestida del coloso del norte muestra a las claras la falta de una política de Estado coherente e indiscutible internamente. En la cultura política mexicana no existe el consenso permanente en beneficio de la nación sobre cuestiones de Estado.  Las distintas formaciones políticas son incapaces de extraer de la disputa partidista las políticas de cohesión interna y la defensa de los intereses nacionales en la esfera internacional.

Las relaciones internacionales están permanentemente alimentadas por el conflicto. Evocar un pacifismo descontextualizado para evadir responder a las políticas caprichosas de un caudillo contra nuestro país, es cuanto menos dudoso. La guerra bélica no existe, lo que se está dando es una guerra psicológica y económica. Ante este tipo de disputas, ni Gandhi ni Martín Luther King pueden ser una referencia.

Es incomprensible que se acepte en obediente silencio la antinomia que representa un tratado de libre comercio e imponer a la vez aranceles. Es igual de incompresible permitir la instrumentalización de los acuerdos comerciales por parte de Estados Unidos para conseguir fines políticos. El credo del vecino era libre comercio. Todos los países de América Latina, incluido el nuestro, fueron adoctrinados y en muchos casos masacrados para comulgar con la buena nueva. El proteccionismo económico a ojos de era una cuestión de comunistas para Estados Unidos. Ahora es el arma preferida para conseguir sus objetivos políticos a costa de las economías de sus aliados.

Urge una política exterior con visión de futuro. México tiene países aliados de mucho peso internacional, una tradición diplomática harto conocida que es fundamental para nueva política internacional.

La Doctrina Estrada ha dado sus réditos, respondía a un tiempo y a una necesidad. Mantenerla como el mejor método para defenderse contra la bota de Estados Unidos, se muestra cada vez más insuficiente para contener las arremetidas del norte. Se ha llegado a un acuerdo cuyo contenido desconocemos.

Sabemos que México hará de perro guardián de Estados Unidos, expulsando a los centroamericanos que lleguen a nuestra frontera sur. Trump ya tiene su muro, y el muro será la recién creada Guardia Nacional. Las relaciones con las naciones de América Central entrarán necesariamente en otra dinámica que desconocemos.

Una política exterior coherente y consensuada entre todos los actores políticos del país nos ayudaría a entender mejor las acciones de nuestro gobierno y defender de forma decidida nuestro país. Mientras esto no ocurra, la “realpolitik” nos devorará aunque tengamos a Gandhi de nuestro lado.

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