“Es oficial: he terminado el recorrido y de manera triunfal y simbólica ahora sólo hay que cruzar un puente. Puente hacia el fin de una nueva experiencia en mi vida. Una vez en el tren hacia Barcelona descanso mis pies, doy gracias y termino esta aventura mientras observo por mi ventana la costa del mar Mediterráneo.”, dice Myriam Ojeda, que concluye su viaje por la Ruta del Císter al que la hemos acompañado.

Me dispongo a iniciar más temprano que los otros días. El hostal me preparó un café y un bocadillo para llevar. Agradezco mucho a mis amigos de las redes sociales que seguían la aventura y me dieron indicaciones para mejorar mi tobillo. No cabe duda de que, como leí una vez, “estar solo es no darse cuenta de todo lo que te rodea” y yo, a larga distancia tenía todo un servicio de primeros auxilios preocupados por mi lesión.

Me adentro de nuevo en el bosque en lo que se conoce como Ruta de la Capona, conocida por sus construcciones de piedra seca entre pinos, olivos y almendros, auténticas obras de arte rural, realizadas con una piedra áspera sin pulir. Destaca el original Cossiol del Soleta, que funciona a manera de cisterna para aprovechamiento del agua de lluvia.

Termina el campo y cruzo un puente de carretera para arribar al Pla de Santa María, preciosa población de poco más de 2.000 habitantes que a leguas muestra su origen medieval. Deambulo por sus calles y observo una bella escena: una pequeña glorieta con bancas – la plaça Jacint Verdaguer–  y lo que parece ser una cotidiana mañana con visitas a la panadería. El movimiento humano y las bolsas de pan invitan a quedarse a tomar un cafecito, pero prefiero seguir.

A mi paso encuentro una estructura en forma de arco como si fuera la entrada a un túnel. Se trata de El Portal Soldevila o del Sur, una de las 4 puertas que cerraban la villa y forman parte de La Muralla Urbana del Pla de Santa María, bajo protección del Patrimonio Histórico Español.

Cerca de la salida hay una escuela y alcanzo a escuchar los gritos de los niños. ¡Es la hora del recreo! Mi parte ermitaña e intolerante se molesta con el ruido que generan y que oigo desde mi casa. Ahora los escucho como señales de vida: actual y futura. Sumado a estos indicios de existencia, encuentro un muro de arte urbano, arte visual contemporáneo conviviendo con estructuras arquitectónicas de la Edad Media en una representación de la vida pasada y presente como muestra de la necesidad permanente de expresión del ser humano.

Dos personas se encuentran tomando fotos a la escuela. Me ven y preguntan: “¿Te estás preparando para caminar?” ¿Como que sí me estoy preparando? ¡Ya lo estoy haciendo! Y de hecho hoy termino mi recorrido, les cuento mi excursión y me contestan con mi frase española favorita: “¡Ostras!”

“La instalación desde el 1970 de diversas industrias en el municipio ha convertido en mixta la economía de sus habitantes, quienes se dividen entre el trabajo en la industria y el campo. Las explotaciones ganaderas ocupan también una buena parte de la economía. Hay un predominio de las aves de corral, seguido en importancia por el ganado ovino y porcino. En la villa también se produce miel. Entre las industrias instaladas destacan las de plásticos y de cosméticos, pero también existen de otros sectores, como ahora los muebles y los bastidores metálicos”.

Sigo el recorrido entre cultivos, hago una parada técnica y recuerdo como desde que empecé mi vida de senderismo y montañismo una pregunta recurrente de parte de las mujeres ha sido: ¿cómo vas al baño? ¿Como que cómo voy al baño? Me enfrento a altura, frío, lluvia, nieve y tengo muchas variables a considerar, pero les llena de curiosidad el tema de orinar al aire libre. Y no las culpo, viene dentro de la programación femenina de occidente. Una vez que dejas el pañal lo siguiente es dominar la técnica de aguilita, generaciones luchando por la liberación femenina para que mientras yo veo a un “tío” meando en plena calle de Barcelona a la vista de todos, yo, en medio del campo, donde no pasa ni un alma, aún mi pudor me haga buscar un lugar escondido para hacer lo propio. Son las desventajas de ir sola, que si fuera con otra mujer iríamos juntas y aparte nos haríamos “casita” como es costumbre.

Mi siguiente destino: Figuerola del Camp, pueblo enclavado en una colina, lo asciendo y entro en el bosque de la Sierra de Jordá – o collado de Prenafeta-, parte del macizo de Miramar con sus hermosos estratos rocosos a lo alto, incluso hay una vía ferrata que promueve el ecoturismo. Subo hasta el mirador donde me maravilla poder ser vigía de los tres sitios que pisé el día de hoy: Santes Creus, el Plá de Santa María y Figuerola del Camp. Me parece un buen ejercicio para la vida: detenerse, mirar hacia atrás y ver lo que uno ha recorrido. Enorgullecerse y recordar que todo ese camino andado es lo que nos hace estar aquí y ahora.

El punto más alto es de 776 metros, desde ahí inicio el descenso pasando por unas ruinas de lo que antes era el Templo de San Salvador hasta llegar a Prenafeta, localidad cuya belleza es inversamente proporcional a su tamaño. Llama mi atención un restaurante donde una persona sale con su perro y quien posteriormente me señala la vía de salida por la GR175, la cual desafortunadamente parece adentrarse en una casa y no en una ruta, sin duda una deficiencia en la señalización, que me hubiera podido costar kilómetros de caminata.

Un hecho me agota mentalmente mientras ingreso al bosque: no va a ser posible estar en Montblanc antes de las 16:30.  De acuerdo a lo que había investigado esa era la hora del último tren de regreso a Barcelona y yo no tenía hotel en Montblanc. Con algo de señal le escribo a mi agente de alojamientos y le explico que por favor me consiga una posada. Así de poderosa es la mente que a mi frustración le vino la intensificación del dolor de tobillo. Logro escribir un texto a mi tía con mi ubicación, cual migajas de Hansel y Gretel, y de nuevo un “hola” me levanta el ánimo. Me como el “bocata” o “torta de jamón serrano” como le diríamos en México, descanso el tobillo y continúo con la certeza de que o encuentro un transporte o me quedo en Montblanc, pero en cualquiera de los dos casos todo está bien.

Recupero fuerzas rumbo a la recta final: Montblanc. Recorro sembradíos hasta que las imponentes murallas de mi pueblo destino se vislumbran en el horizonte, la jornada se siente todavía más larga porque no puedes entrar de frente sino rodeando por la derecha. Paso por debajo de las vías del tren y sigo persiguiendo los postes de la GR175… a veces ya marcando sólo 5 kilómetros, 3 kilómetros hasta la meta… y me pregunto “¿por qué aún viéndote cerca estás tan lejos?” Hasta que por fin se muestra ante mi un letrero que ya no indica kilometraje hacia Montblanc. Es oficial, he terminado el recorrido y de manera triunfal y simbólica ahora sólo hay que cruzar un puente. Puente hacia el fin de una nueva experiencia en mi vida.

A pesar de ser una población pequeña, Montblanc tiene muchas características de ciudad, como los muros vandalizados que me recibieron y dos niños sentados que sospecho estaban escondidos para poder fumarse un porro. Encuentro el puente, los niños y los pilares de grafiti como representación de la convivencia actual entre la vida rural y urbana. Una vida rural en España que está envejeciendo, se está despoblando y peor aún se está olvidando, sólo quedando sus edificios y paredes como un set de películas medievales en un día en que los actores han hecho huelga.

Son esfuerzos como la creación de la GR175 los dan nuevos bríos al territorio y permiten su vigencia.

El simple hecho de haber terminado me hace recuperar fuerza. Habilito mi red de datos para dar la noticia a mi tía, quien a la distancia estuvo siempre junto a mi. Encuentro a un Montblanc más concurrido que el que dejé hace cinco días. En un viernes en la tarde se convierte en un adorable centro comercial dentro de una construcción histórica como dando vida a una reliquia.

Avanzo hasta la estación, mi operadora de viajes alcanzó a avisarme que habría una salida más tarde a Barcelona. Una vez en el tren, descanso mis pies, doy gracias y termino esta aventura mientras observo por mi ventana la costa del mar mediterráneo.