Acompañamos a la mexicana Myriam Ojeda en su primera jornada de la ruta del Císter, en la que recorre 10 kilómetros entre Montblanc (Tarragona) y el monasterio de Poblet, pasando por l’Espulga de Francolí. “Tomo un camino de terracería que me llevaría a mi destino, aunque por el trayecto de ciclistas. Por eso me perdí la ermita de Saint Joan y otros pasajes. Como mencioné antes, esta es una historia de frustraciones, pero también de aprendizajes y aceptación”, cuenta Myriam.

 

Todo empieza en la Iglesia de San Francisco en Montblanc, Tarragona. Después de sorprenderme por la belleza de su casco y murallas, mi contacto de la agencia me platica a grandes rasgos el recorrido y me entrega los mapas, hojas que pretendían explicar mis próximos 5 días.

Antes de empezar la ruta, recorro Montblanc, que no empezó a tener vida hasta las 10:30 AM, cuando se ven a los comerciantes abrir sus puertas. Lo camino enamorándome de toda la vibra medieval que emana este pueblo. La leyenda de Sant Jordi empieza aquí y dice como sigue:

“Hace mucho tiempo, en Montblanc (Tarragona) un feroz dragón capaz de envenenar el aire y matar con su aliento, tenía atemorizados a los habitantes de la ciudad. Asustados y cansados de sus estragos y fechorías, decidieron calmarle dándole de comer a una persona al día que se elegiría por sorteo. Después de varios días, la mala suerte le tocó a la princesa. Cuando la princesa abandonaba su hogar y se dirigía hacia el dragón, un caballero llamado Sant Jordi, con brillante armadura y caballo blanco, apareció de repente para ir a su rescate. Sant Jordi alzó su espada y atravesó al dragón, liberando por fin a la princesa y a los ciudadanos. De la sangre del dragón brotó un rosal con las rosas más rojas que jamás se habían visto. Sant Jordi, triunfante, arrancó una rosa y se la ofreció a la princesa.”

La industria y el turismo mueven la economía de Montblanc, que tiene más de 7.000 habitantes

Siendo Montblanc el lugar origen de esta historia, celebran anualmente una semana medieval. Me encuentro ahí un día después del fin de esta celebración, pero todavía se respiran dejos de fiesta.

Hay que caminar unos 10 kilómetros hasta el monasterio de Poblet. Me dispongo a marchar, pero no encuentro el letrero que me indique por donde empezar. Ante mi desesperación y después de media hora, tomo un camino de terracería que me llevaría a mi destino, aunque por el trayecto de ciclistas. Por eso me perdí la ermita de Saint Joan y otros pasajes. Como mencioné antes, esta es una historia de frustraciones, pero también de aprendizajes y aceptación.

A lo lejos veo la carretera que pasa paralela y me cruzo con varios ciclistas hasta que llego a L’Espluga de Francolí. Me inunda la fascinación mientras ando por sus calles y no es por su arquitectura, sino por el equilibrio perfecto entre una planeación urbana y rural; moderna, pero con toques medievales. Y al mismo tiempo pensaba lo lejos y diferente que es del lugar donde vivo. ¿Cómo será la convivencia y cotidianeidad aquí? ¿A qué se dedica la población y cómo juegan sus niños? No quiero ser repetitiva por lo que declaro que esta curiosidad me acompañó a cada lugar que visité. Mis preguntas se ven interrumpidas cuando para mi asombro escucho unos altavoces anunciando una concentración a favor de la liberación de los presos políticos. Mientras continúo caminando encuentro la tradicional carnicería, salón de belleza y otros servicios, me siento como dentro de una villa de Playmobil, un pueblo de juguete.

Con 3.836 habitantes, l’Espluga de Francolí tiene como principales actividades económicas la agricultura, el comercio, el turismo y la industria. Los cultivos más importantes son la viña y los cereales (trigo y cebada), almendros, olivos.

Su nombre proviene del latín spelunca (‘cueva’) en referencia a las numerosas cavidades de los alrededores de la villa, entre las cuales está la cueva de la Font Major, por donde discurre, bajo tierra, el río Francolí. Es la máxima atracción de Espluga.

Salgo y continúo por unas veredas rurales. De mi experiencia montañista reconozco la sensación cada vez que se vislumbra una cumbre, emoción que repetí cuando se asomó la construcción de Poblet, imponente dentro del paisaje.

Fue muy grato encontrar que mi hotel estaba dentro de la fortificación, por lo que disfrutaba de una vista privilegiada al abrir la ventana.

El monasterio masculino de Poblet, fundado en 1151 y declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, tiene un estilo arquitectónico cisterciense, que implica prescindir de adornos en congruencia con los principios de la Orden de ascetismo riguroso – y catalán gótico. Cobró gran importancia por ser panteón real de la corona de Aragón. Desafortunadamente, debido a los cambios políticos y las guerras civiles en el siglo XIX, los monjes tuvieron que vender sus propiedades para finalmente ser expulsados dejando el inmueble al abandono, víctima de saqueos e incendios, hasta que en 1930 se creó el Patronato para la restauración integral del recinto para permitir la vida monástica que persiste a la fecha y que se puede constatar todos los días mientras se les escucha cantar las vísperas y/o laudes.

Los monjes han implementado diversas medidas de ahorro y eficiencia energética como paneles solares fotovoltaicos, huertos para la alimentación diaria, compostaje y duchas ecológicas con iones negativos para eliminar la suciedad en lugar del jabón, volviéndose un referente de gestión ecológica.