“Por su alcance global, la pandemia actual de coronavirus surgida de la ciudad china de Wuhan nos recuerda irremediablemente a la conocida como gripe española de 1918”. Esta pandemia sacudió a varios países, México y España incluidos, que vivían momentos históricos particulares como nos recuerda el autor de esta crónica.

Texto de Fernando Padilla Angulo.

BARCELONA, España.- Más que por su relativamente escasa mortandad, el COVID-19 asusta por su veloz contagio y potencial capacidad de colapsar los mejores sistemas sanitarios del mundo. Aunque se prevé una mortandad menor, nos recuerda irremediablemente a la gripe española de 1918. Se le conoce con ese nombre por el hecho de ser España el país que más profusamente informó sobre la pandemia, debido a que la prensa española no estaba sujeta a la censura a la que sí era sometida la prensa de los países combatientes de la Primera Guerra Mundial (1914-1918).

A los millones de muertos de la guerra, la caída de cuatro imperios (otomano, alemán, austrohúngaro y ruso), la reconfiguración del mapa político europeo con su redistribución colonial consiguiente, y el triunfo de la Revolución Rusa en 1917, la llegada de la gripe de 1918 vino a rubricar, con su pavorosa letalidad, el fin de una época.

A partir de 1918 y durante casi dos años, esta pandemia se cobró la vida de entre 50 y 100 millones de personas en todo el mundo, principalmente jóvenes de entre 20 y 40 años, llegando a contagiar hasta a 500 millones de almas de una población mundial de casi 2.000 millones de seres humanos, de acuerdo con las estimaciones de Laura Spinney (Pale Rider, 2017). Todavía se debate acerca de su posible origen en el norte de China o en Kansas, pero se cree que los soldados estadounidenses enviados a Europa durante la Primera Guerra Mundial fueron el principal factor de difusión del virus. ¿Cuál fue el efecto de la gripe en México y España?

Un México en transformación

Fundamentalmente, la gripe sacudió a México entre octubre y noviembre de 1918, cuando el país todavía se lamía las heridas de la Revolución, la guerra de guerrillas de Pancho Villa y Emiliano Zapata seguía viva, y el presidente Venustiano Carranza (1917-1920) trataba de dar sentido institucional a la revolución. Según un artículo publicado por El Universal en enero de 1919, la gripe se cobró la vida de unas 436.000 personas en México, que entonces contaba con alrededor de 14,5 millones de almas. Si extrapolamos estas cifras a 2020, resultaría en la muerte por gripe de 2,6 millones de mexicanos en apenas dos meses.

Trenes en época de la Revolución

Así como el ferrocarril fue esencial para el triunfo de la revolución, también lo fue para la propagación de la gripe, que afectó principalmente a los estados de Tamaulipas, Nuevo León y Coahuila. Sólo en Saltillo, dos tercios de la población habían contraído la gripe en el otoño de 1918. A lomos del tren, la epidemia también llegó al centro del país, llegando a causar la muerte a 7.000 de los 900.000 habitantes con los que contaba la Ciudad de México.

El gobierno, a través del Consejo Superior de Salubridad creado en 1917 y dirigido por José María Rodríguez, trató en detener el avance de la epidemia cortando, entre otros, el ferrocarril entre Monterrey y Torreón. Otras medidas adoptadas fueron la desinfección de las calles de las ciudades más afectadas por el virus y la recomendación de adoptar medidas preventivas. Por ejemplo, a instancias del Gobierno, El Universal aconsejaba el 24 de octubre de 1918:

Alejarse de toda persona que estornude, tosa y escupa sin pañuelo. Evitar sitios muy concurridos. No usar los platos o toallas utilizadas por otras personas, a menos que hayan sido lavadas con agua hirviendo. No poner los labios en las bocinas de teléfonos, ni llevarse a la boca los lápices o cualquier objeto utilizado por otra persona. Estar al aire libre y a la luz del sol el mayor tiempo posible, utilizando ropa bien abrigada. Dormir en cuartos ventilados, caminar en vez de usar el tranvía, lavarse la cara y las manos cuando se llegue a casa. En caso de enfermedad, acostarse, permanecer aislado y llamar de inmediato al médico.

Además de fomentar medidas básicas de sanidad, el Gobierno mexicano se decidió a atajar la epidemia mediante el control de sus fronteras. Así, se empezó a confinar a los emigrados procedentes de Europa en el puerto de Veracruz. Por ejemplo, en octubre de 1918, los 1.200 españoles llegados a bordo del Alfonso XII de la Compañía Transatlántica Española, fueron puestos en cuarentena en el puerto jarocho, resultando que 300 de ellos traían junto a sus maletas de cartón y su ilusión de hacer las Américas, el virus de la gripe.

Gracias a la limitación del transporte ferroviario, las medidas de salubridad y el cierre de fronteras, el impacto de la gripe en México disminuyó sensiblemente a principios de 1919, pudiéndose decir que la pandemia había sido vencida.

Una España en crisis

La gripe de 1918 llegó a una España sumida en una profunda crisis política y social. La pandemia avanzó en tres oleadas. La primera se produjo entre mayo y agosto de 1918, llegando a contagiar al rey Alfonso XIII. La segunda oleada, más letal, se prolongó entre septiembre y diciembre, pero el virus remitió hacia mayo de 1919 con la misma velocidad con la que había llegado. Se estima que, sobre una población que entonces rondaba los 21 millones de habitantes y tenía una esperanza media de vida de unos 40 años, la gripe mató a unos 250.000 españoles. Extrapolado a cifras actuales, supondría el tener 580.000 fallecidos de gripe en apenas un año.

La gripe de 1918

Imagen del video de la Biblioteca Nacional sobre la gripe de 1918

La velocidad con que se propagó el virus le granjeó el apodo popular de Soldado de Nápoles, pues era tan pegadizo como el estribillo de la pieza más conocida de la zarzuela La canción del olvido, estrenada apenas un año y medio antes. Sin embargo, en un primer momento no se calibró debidamente la amenaza que suponía la gripe.

Por ejemplo, el diario ABC publicaba el 27 de mayo de 1918 un decreto de la Junta de Sanidad de Madrid en el que se advertía que “tiene dicha enfermedad gran poder difusivo y poca virulencia el microorganismo que la origina y la propaga”. Pronto las cifras de muertos desmintieron a las autoridades sanitarias, como la publicación científica La España médica se encargaría de recordar insistentemente.

La actuación de los gobiernos liberales y conservadores que hicieron frente a la gripe fue duramente criticada por su falta de determinación y medidas eficaces, limitadas generalmente a campañas de desinfección en las ciudades y de sensibilización acerca de adoptar medidas higiénicas. Las decisiones tomadas en Madrid descansaban para su aplicación en la caciquil dinámica de intereses de las elites provinciales. La gestión de la epidemia vino a agravar aún más el descrédito de un régimen asediado por la crisis social que siguió al derrumbe de las exportaciones tras el fin de la Primera Guerra Mundial, los muertos causados por el enfrentamiento entre la patronal y el sindicalismo anarquista, la presión de un regionalismo catalán que demandaba mayor protección para su industria y autonomía política, el ruido de sables en los cuarteles y la intermitente guerra de Marruecos, que desde 1909 venía cobrándose la vida de miles de jóvenes reclutas. El régimen de la Restauración, vigente desde 1875, estaba gravemente herido.

La gripe de 1918

Imagen del video de la Biblioteca Nacional de España sobre la gripe de 1918

La opinión general del país demandaba un tipo de gobierno más técnico y menos político, capaz de hacer frente a los numerosos y graves desafíos que tenía España, que requería un Estado más moderno y eficaz. La gripe de 1918 solo vino a añadirse a la lista de problemas mencionados, que se fueron agravando hasta crear el contexto propicio que facilitó la llegada al poder del General Miguel Primo de Rivera en 1923, mediante un golpe de Estado amparado por el rey y una general aceptación popular.

La gripe de 1918 irrumpió con fuerza en un México en transformación y en una España en crisis que afrontaban sus propios problemas políticos y sociales. Entonces, como ahora, calibrar la magnitud de la amenaza y darle una respuesta eficaz condiciona la estabilidad política del Estado y, sobre todo, la vida de miles de personas.