Carrera de San Jerónimo

Hartos de leer o ver en los diarios o pantallas la consuetudinaria estupidez feroz de los machos asesinos, de los chistes al vuelo, de la humillación que se da por hecho… miles de moradas bufandas y jerseys, pañuelos más que lila y huellas de sangre en pies descalzos caminaron de la Puerta del Sol a Cibeles y de Atocha a Plaza Mayor por los senderos callados de una procesión que ya no puede callarse.

Por Jorge F. Hernández.

Desconozco si Octavio Paz trazó La llama doble, la del erotismo enlazado o a contrapelo del amor, como insinuación de que la noche es mujer y además, morada. Luz azul y rojo encendido, grana de sangre y el cielo o mar en una lágrima, se combinan para iluminar la noche con el nazareno tono del morado, color de flor y luto.

Madrid se llenó de morada lágrima y grito a cuello abierto por el hartazgo ante la sinrazón imperdonable del machismo violento, de la agresión constante y del abuso imperdonable que ha rebasado todo límite imaginable. Hartos de leer o ver en los diarios o pantallas la consuetudinaria estupidez feroz de los machos asesinos, de los chistes al vuelo, de la humillación que se da por hecho… miles de moradas bufandas y jerseys, pañuelos más que lila y huellas de sangre en pies descalzos caminaron de la Puerta del Sol a Cibeles y de Atocha a Plaza Mayor por los senderos callados de una procesión que ya no puede callarse.

Morada la sombra de la mujer que no pudo ya gritar y morado el color de la piel herida; morado el humo que rodea las luces de una noche gélida donde miles de voces intentan despertar la conciencia de todos y morada la hoja de ruta donde nunca han de quedar impunes los abusos y agresiones, la muerte de doble filo de la estulticia asesina y del embrutecimiento de adrenalina insensible con el que más de un loco ha creído matar a la mujer, cuando en realidad sólo le han dado alivio a la vida donde la torturaban para que todos sientan el dolor impalpable, la hemorragia imparable que va corriendo por las aceras bajo las sombras de los árboles ya en su invierno, sobre pedazos de césped sin color y sobre los adoquines de las calles por donde deambulan los fantasmas de todos los poetas que lloran para añadir sus lágrimas al caudal morado de sangre y sudor, dolor y llanto que recorrió Madrid como un río donde se mezcla la llama azul y la vena roja para dar el color del dolor y el justo reclamo que sólo pueden anudarse como una inmensa mortaja o bóveda celestial o sabana al vuelo…. morada.