La tradición de los altares de muertos une el mundo prehispánico con el postcolonial en México y cada vez está más extendida fuera del país, tal vez por la luz y el color que aporta a algo tan duro como es la muerte. “Es una celebración que da esperanza, que no es tan triste, se comparte la vida y la memoria de los difuntos”, afirma la artista mexicana Betsabé Romero, que ha realizado altares en medio mundo durante dos décadas.

MADRID, España.- El 1 de noviembre suele celebrarse en Europa con un jornada dedicado a la muerte y para acercarse a los difuntos. Los colores oscuros y la tristeza plagan Occidente la también conocida como Noche de Brujas. Pero en México las casas se llenan de la luz y los colores de los altares de muertos el Día de Difuntos. Unas instalaciones llenas de tradición y respeto, pero que transforman el dolor y la tragedia con los que se asocia a la muerte en una celebración.

El origen de los altares de muertos se remonta a la época prehispánica en México, donde etnias como la  totonaca, nahua, mexica o maya veneraban la muerte. La festividad, que acabaría transformándose en el Día de Muertos, se celebraba durante todo el noveno mes del calendario solar mexicano, que coincidiría con el actual mes de agosto. Con la llegada de los españoles y el cristianismo se introdujo la cosmovisión de miedo a la muerte y los ritos a esta deidad se convierten en celebraciones paganas, realizadas en el ámbito doméstico y mezcla de la cultura del mundo pre y post colonial.

Son una celebración de la vida de aquellos a quienes se la dedican, no se recrea en la pérdida, si no que busca la alegría de la familia por juntar a sus seres queridos durante una noche para poder cenar juntos. Es una manera de mantener viva la tradición y la historia de una familia y de México.

Elementos para “guiar” a los difuntos

Aunque existen muchas formas de realizar altares de muertos en función de la región del país, hay elementos comunes a la mayoría de altares. Se pueden encontrar casi siempre imágenes de la persona o personas a las que se dedica el altar, papel pintado y el tradicional pan de muerto, bien redondo o las curiosas ánimas, panes con formas humanas.  Con los alimentos y las bebidas se pretende recordar al fallecido, por lo que suelen colocarse aquellos que más le gustaban. Las flores cempasúchil, también llamadas tagete, o clavel de moro en España, representan el fuego, la luz que seguirá el difunto para llegar hasta las ofrendas. En algunos pueblos se pueden encontrar caminos de flores que llegan hasta las casas y guían a estos parientes.

Suelen tener forma piramidal, entre 2 y 7 escalones, que representan los niveles de tránsito que deberá cruzar el alma para llegar al otro mundo. Las de dos escalones representan la tierra y el cielo, los que añaden un tercer escalón incorporan  el purgatorio. La cruz, un vestigio de la influencia del cristianismo en las tradiciones milenarias mexicanas, se coloca junto a un arco en el último escalón. De esta manera, la cúspide de la pirámide se convierte en la entrada para el espíritu hacia el Mictlán, el reino de los muertos.

El “Boom” de la Noche de Muertos mexicana

En México, esta tradición ha sobrevivido durante siglos hasta extenderse a todo el mundo con la migración y el aumento del interés por la cultura mexicana y precolonial. En los últimos años, películas como la mágica Coco han aumentado el interés en Europa y Estados Unidos por esta fiesta.

La artista mexicana Betsabé Romero construye altares de muertos desde hace 20 años. Afirma que aunque la mirada hacia el Día de Muertos mexicano se ha hecho más intensa desde hace poco, siempre ha despertado interés en el cine y las calacas mexicanas ya estaban presentes en películas de grandes directores como Luis Buñuel.

Los altares de muertos han atravesado colonizaciones, mestizajes y todo tipo de conformaciones culturales y han llegado a nuestros días como un mosaico de culturas de México

Romero también sostiene que nos encontramos en un momento de mucha muerte donde la gente se está aferrando más a la figura de la calavera incluso en Hollywood.

“Es una celebración que da esperanza, que no es tan triste, se comparte la vida y la memoria de los difuntos”, dice.

La Ciudad de México y Madrid unidas por los altares de muertos

Romero ha preparado altares para muchos lugares de México, como el Palacio de Bellas Artes o el Museo Frida Khalo, pero sus trabajos han recorrido medio mundo y han llegado hasta el British Museum de Londres y varios museos estadounidenses.

“Los altares humanizan muchos de esos dolores que no tenemos como acompañar”, sostiene.

En sus creaciones, la artista no suele dedicar los altares a personas, sino a causas sociales. Este año se inauguraron la misma semana altares suyos en la Ciudad de México y en el Instituto de México en España en Madrid, muestra del fuerte vínculo cultural que Romero afirma que existe entre ambos países.

 Canto al agua, MegaOfrenda Zocalo de la Ciudad de Mexico 2016 (superior izquierda)/British Museum, Altar al migrante desconocido 2015 (superior derecha)
Tu huella es el camino, Rubin center, El Paso Texas 2018 (inferior izquierda)/Signals of a lost road Washington 2018 (inferior derecha)

Altar en la Estela de luz, la Ciudad de México

Altar en la Estela de luz, la Ciudad de México. Imagen: Betsabé Romero

Con esta instalación, llamada “Celebrando tu memoria paso a paso”, Romero pretende profundizar mucho más en el concepto del Día de Muertos y contrarrestar la típica idea de la catrina con el sombrero mexicano. Se trata de un altar transitable por el que se puede caminar para sentir que se sigue a los ancestros.

 

Altar en el Instituto de México en España, Madrid

Altar de muertos en el Instituto de México en Madrid 2018. Foto: Juan Carlos Rojas

Dedicado a todas las personas que han perdido la vida por la migración. La instalación es un zompatlis, una formación de cráneos que se colocaban fuera de los templos, especialmente aztecas, en la época prehispánica. En el centro de la sala encontramos una columna con elementos más tradicionales, con ánimas y flores.

 


Imágenes: Betsabé Romero y Juan Carlos Rojas