Pasados los sesenta años y jubiladas o desempleadas, que es peor, muchas personas mayores deciden hacerse invisibles ante la sensación de estorbar o de tener que dar explicaciones sobre lo que hace o deja de hacer.

Opinión de José Carlos García Fajardo.

Antes de la jubilación se producía una espera para dejar de trabajar, a no estar sometido a un horario, a una rutina para poder hacer, entonces, lo que uno quisiera. En años anteriores, les ocurría a funcionarios, a empleados, a profesionales con responsabilidades de organización y de mando sobre otras personas o sobre alumnos o voluntarios sociales.

Ahora disponemos de todo el tiempo para hacer todo lo que no pensábamos ni imaginábamos y que tan sólo intuíamos al saber que hasta sábados y domingos eran una rutina dentro de la rutina del trabajo.

Para muchas personas ya ni existen “aquellos” sábados y domingos porque todo lleva un ritmo diferente y parece, de forma terrible, que les sobra el tiempo al tener que mudar hábitos, relaciones, tareas, y hasta “momentos” de otium para tomar un cafelito o una cerveza con algún amigo.

Durante toda nuestra vida, parecía que había siempre que estar sometidos a un nec otium. Estábamos siempre haciendo algo, estudiar o deporte, o recados de tus padres… para “no estar ahí tumbado sin hacer nada, como vagos”. Peor ahora que se acuestan, se levantan y viven pegados a un WhatsApp, celular o música reiterativa mientras caminan por la calle, van al baño y se sientan con amigos que también están conectados.

Es un triste espectáculo ver a miles de alumnos y hasta de profesores que enganchados al aparato ese para ver si alguien les ha llamado o enviado un mensaje por Whatsapp o está en marcha uno de sus múltiples grupos para ver si hay “algo” o lo que han comentado entre otros.

Me parece una servidumbre auto impuesta y una entre las peores de las sumisiones, parientes próximos de los auto sabotajes. Se sabe que de nec otium surge “negocio”, pero esta es otra dinámica también invadida por el no parar, ni siquiera en los ratos “libres”.

Salíamos de casa para ir al trabajo y muchos ya ni regresábamos para comer, lo que me parecía muy normal, y sigo apostando por la jornada partida o por el tiempo de trabajo desde casa o con flexibilidad pactada cuando se pueda para no dañar a la empresa. Millones de seres humanos, hombres y mujeres, llegan a la oficina y se sientan ahora ante una pantalla y ya no se mueven más que para ir al baño o a tomar un cafelito, como dicen. ¿No se podría organizar el trabajo desde casa, en redes y conexiones, a veces, más cercanas que las de tu mesa a la de tu jefe o compañero?

¿Y la vuelta en metro o en autobús, con caras y aspecto de zombi aburrido, cansado y sin ilusión? Cada vez se fue incrementando el número de personas que habría sus libros y lograban leer, algo que a mí me encantaba al verlos y con poco disimulo me esforzaba mirar el título, o lo imaginaba. Pero siempre con simpatía. Eso se sustituye cada vez más por esos aparatos en los que no paran de hablar o de teclear de forma compulsiva. Creo que están casi preparados unos pequeños artilugios para implantar dentro de los oídos, y hasta me dicen que se busca cómo alojarlos en el cerebro, o lo que sea. Cosas hemos visto como aros en todas partes, sin excluir la lengua ni el pene, labios, ombligos, etcétera. Hoy no hablaremos de los tatuajes…

Todos podemos imaginar la llegada al hogar según las edades o los años de matrimonio o en pareja que llevasen. Algunos pasaban antes por el bar… como para prepararse para otra víspera de trabajo con tareas que le desbordaban, ayudar en los baños, poner la mesa y recogerla, preguntar por los estudios o el deporte y los amigos de los hijos, sentarse ante la tele y ver, no mirar ni atender, a lo que “echasen”.

Muchas personas desayunan y a lo mejor se pone a leer el periódico o a escuchar la radio… y no falta quien les diga que van a limpiar ese salón o ese cuarto o el office o… la misma terraza, en donde pasan parte del verano. A muchos les hacen sentir que estorban, que deambulan o que “no hacen nada” o les preguntan “si no tienen nada mejor” que andar por el medio. Y muchos se echan a la calle. Pero, ese es otro episodio.