“Sea cual fuerte la opción elegida por Pedro Sánchez para poder gobernar, la política española se verá dominada en los próximos años por la cuestión nacional y la crisis económica con el trasfondo de los excesos de la izquierda y la recomposición de la derecha. España vive en bucle desde hace doscientos años”, afirma Fernando J. Padilla, autor de este artículo.

Por Fernando J. Padilla Angulo.

La sociedad española sale debilitada de las urnas para afrontar con éxito los dos grandes retos que la amenazan: el nacional y el económico. Llenos de ilusión y deseando lo mejor, se supone, los votantes han propiciado una situación política envenenada. Avisa el viejo refrán castellano que de buenas intenciones está el infierno empedrado. Veamos por qué.

La nación sale debilitada. Azuzados por el supuesto advenimiento de la ultraderecha, anunciado ad nauseam por los partidos políticos de izquierda y nacionalistas y la mayoría de los medios mediante una campaña de ética muy discutible, más de la mitad de los votantes han optado por opciones que ponen en cuestión el concepto mismo de nación española, cuando no reniegan de ella.

El Partido Socialista (PSOE) y Podemos, que defienden un modelo federal y confederal para España, respectivamente, han obtenido el 43% de los sufragios.

Aunque la mayoría de sus votantes se reconocen como españoles, con matices, la federalización de España necesariamente debilitaría su unidad. Es un concepto básico de la política, y solo hay que echar un vistazo a la Historia. Pero en estos partidos parecen desconocer que la federación tiende a unir lo separado, como ocurrió en Estados Unidos y Alemania, o a separar lo unido, como ocurrió en el Imperio austrohúngaro o en Yugoslavia. Federalizar España, que como realidad política lleva siglos unida, supondría acelerar la división de sus partes.

Por tanto, no debe extrañarnos el apoyo a Pedro Sánchez por parte de las fuerzas separatistas de Cataluña y el País Vasco (que suman algo más del 8% de los votos), las mismas que le auparon al poder en junio de 2018 y que extienden sus respectivos proyectos de construcción nacional a sus lebensraum de Valencia, Islas Baleares y Navarra con la complicidad de las ramas locales del PSOE y Podemos, que jamás han querido rebatir sus argumentos con un discurso español de izquierdas.

Por otro lado, con el juicio a los responsables del referéndum ilegal del 1 de octubre de 2017, Pedro Sánchez juega con la idea de indultarles en caso de que obtengan una sentencia condenatoria, mientras destacados miembros del PSC, el partido catalán federado al PSOE, abogan abiertamente por celebrar un plebiscito de independencia.

El partido al que le corresponde gobernar España en los próximos cuatro años pretende asegurar la unidad del país premiando a los que han violado las leyes para atentar contra ella y han puesto en peligro la paz social en una Cataluña que, en estas pasadas elecciones, ha vuelto a mostrar que no existe una mayoría social partidaria de la independencia.

Frente a esta concepción de lo que tiene que ser -o dejar de ser- España, la derecha ha salido derrotada en número de escaños de las elecciones debido a su fragmentación entre el Partido Popular (PP), Ciudadanos y Vox, pese a que en porcentaje de votos ha superado por algunos miles de papeletas el 43% de la izquierda. El auge de estos dos últimos partidos no ha logrado contrarrestar el hundimiento del PP, que ha pagado en las urnas sus casos de corrupción, la desastrosa gestión del problema de Cataluña, y el no haber librado la batalla cultural frente a una izquierda que lleva décadas dominando de manera hegemónica los medios de comunicación y las universidades públicas. Por el bien de sus intereses y de un discurso desacomplejado de defensa de la unidad de España, es crucial que el ámbito liberal y conservador incida en este aspecto e inicie un necesario proceso de reconfiguración ideológico y comunicativo tendente a la unidad y a una defensa desacomplejada de sus principios.

En lo económico, la victoria del PSOE anuncia que el país va a bajar la guardia ante una crisis que se nos viene encima y que acabará pagando, como siempre, la clase media en forma de impuestos y la clase obrera con el aumento del paro.

Frente a las promesas de prolongar el maná socialdemócrata, está la realidad de una zona euro que se dirige hacia una nueva recesión. Italia ya está en ella y Alemania va en camino. Tan solo dos días después de las elecciones, con la victoria ya asegurada, el gobierno de Pedro Sánchez ha presentado en Bruselas un proyecto que prevé subir los impuestos para aumentar en 20.000 millones la recaudación y un menor crecimiento de la economía española en los próximos tres años.

Tras las elecciones del pasado domingo, el panorama político en España se presenta muy incierto. La victoria del PSOE ha sido clara, pero hasta conocer el resultado de las elecciones municipales, regionales y europeas del 26 de este mes, no se negociará en serio la formación de Gobierno. Son varias las opciones que se le presentan a Pedro Sánchez para poder gobernar, sea con un acuerdo de gobierno o con apoyos puntuales -Ciudadanos, Podemos, y separatistas catalanes y vascos-. Sea cual fuerte la opción elegida, la política española se verá dominada en los próximos años por la cuestión nacional y la crisis económica con el trasfondo de los excesos de la izquierda y la recomposición de la derecha. España vive en bucle desde hace doscientos años.