Carrera de San Jerónimo

Unos jóvenes que corean a Hitler en un intento de acallar a otros que creen representar la gran mayoría catalana se ciernen como símbolo de un invierno de Madrid no exento de esperanza para el autor de esta crónica mestiza llena de nostalgia desde la Carrera de San Jerónimo.

Por Jorge F. Hernández.

Con el frío, parece que Cibeles se vuelve de hielo, sonrisa esquiva y mirada fría. Cuando hiela en Madrid dan ganas de vestir a Neptuno y cubrir ciertos árboles entrañables del Parque de El Retiro para que no pierdan el follaje con temblorinas. Se acortan los días que apenas hace unos calores se alargaban en terrazas de carcajada y veraneo y enrojecen las mejillas de las monjas de hábito y las niñas pijas, la nariz del fraile de cervecería antigua o del monaguillo de los chatos de vino en cualquier bar de barrio.

Cuando hiela, Madrid no pierde la amabilidad de sus calles abiertas, aunque la temperatura ya no esté para cotilleo en callejones íntimos o revelaciones atrevidas en el oscuro portal de una casa asegurada de incendios.

Cuando hiela en Madrid se acentúa el colorido de ciertos atardeceres que ya sabemos no son más que brochazos al óleo de un tal Velázquez y el monigote que pintó Goya para que vuele en una verbena instantánea parece más rígido por el congelamiento de sus piernas de trapo; una rinconada de sombra en pleno Parque del Oeste parece una postal totalmente nórdica y un pelotón de niñas rellenan las medias de lana como embutidos rechonchos.

Hiela Madrid a las primeras brisas frías que bajan de la Sierra y hasta los fantasmas de poetas muertos parecen sacar bufandas de naftalina y bastones de cristal cortado que no son más que témpanos improvisados para deambular las madrugadas… hiela Madrid y los diarios se enredan en la noticia de un desentierro: la vieja momia que debió hundirse ha décadas en el olvido parece que desfilará con honores de los nostálgicos y su equivocación generacional.

Hiela Madrid y desfilan como contingente increíble 300 o sincuenta jóvenes de sombra, calaveras de plomo, disfrazados, coreando Vivas a Hitler en pleno siglo XXI por el ominoso error de ignorancia y amnesia con el que pretenden acallar la otra demencia desatada, la de 300 o sincuenta jóvenes con Esteladas que creen representar la gran mayoría catalana en un afán por desaparecer del mapa la ciudad de Barcelona, la comunidad autónoma y entera de Cataluña, que esencialmente es pluralidad, inclusión, dos idiomas entrelazados, literatura conjunta, poesía y seis cuerdas… heladas por el planeta enrevesado en fríos inesperados, visto desde un Madrid al filo de su inverno, no exento de esperanza e ilusiones que casi siempre llueven como nieve para enfilar el otoño de otro año que se esfuma.