Por alguna extraña razón, cada vez que me encuentro en la CDMX un ‘Vocho’ (ese coche que en España llamamos Escarabajo), las paredes que lo rodean adquieren el mismo color. A veces pienso que el famoso Volskwagen, después de tantos años en la familia de los coleópteros, se ha decidido por fin a convertirse en todo un camaleón. Lo bueno de esta ciudad es que, detrás de su aspecto decadente, cada calle puede alumbrar su propia revolución.
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