Hemos llegado a los casi cuarenta días de confinamiento en España. Cada día que pasa se hace más insoportable. Los ánimos suben y bajan. Para remontar el ánimo o seguir adelante sin un gramo de ansiedad ya no basta el buenismo de cierta música hecha para la ocasión (una versión más de Resistiré y reviento), de mensajes tipo de ésta vamos a salir fortalecidos a lo Paulo Coelho (qué horror) o de transmisiones en vivo de expertos en todo y en nada desde el sofá de su casa.

Crónicas Laura Martínez Alarcón.

Por suerte no puedo dar fe de lo que es tener que convivir con un maltratador, o con un par de adolescentes con la hormona a tope, o con una familia numerosa en un piso de 40 metros cuadrados. O, lo que es peor, no tener ni siquiera un techo digno, o una comida decente que llevarse a la boca. Todos los días agradezco lo que tengo.

A los episodios de hartazgo e incertidumbre se agregan las dosis de miedo y odio que vomitan las redes sociales, distintos partidos políticos y muchos medios de comunicación. El nivel de la prensa, aquí en España o allá en México, está, no pocas veces, al nivel del subsuelo. Lo poco que se salva es un oasis en medio de tanta porquería.

La manipulación de las emociones más básicas es una de las grandes herramientas de la propaganda política y religiosa. Infundir miedo a través de la comunicación de masas ha demostrado ser una estrategia eficaz; ahora, agréguenle el odio más visceral. Aquí y allá hay episodios de clasismo, de indolencia y mezquindad. Enfermeras y médicos agredidos (aquí y allá), trabajadores con sueldos miserables repartiendo artículos absolutamente prescindibles para los ‘pijos’ o ‘fifis’ (como quieran llamarles) que se encuentran confinados al calor de Netflix y una sopita caliente. ¿Cómo cree esta gente que llegan las verduras, las frutas, la carne o el pescado fresco a sus mesas? Aquí o allá, dudo que tan siquiera se detengan a pensar en las pésimas condiciones laborales de los cientos de miles de personas que trabajan en el campo.

¿Seremos capaces de cambiar un ápice después de la pandemia? Yo creo que no. Ayer leíamos en la prensa que las reservas de cruceros (de esos horriblemente masivos) para 2021 ya están agotadas. En medio de la pandemia mundial, el multimillonario Jeff Bezos ha incrementado su fortuna en 24.000 millones de dólares más y otros ricos, como los hermanos Walton, propietarios de Walmart y el creador de la aplicación de videollamadas Zoom, el chino-estadounidense Eric Yuan, se han beneficiado de esta crisis. En otras palabras, NO HEMOS APRENDIDO NADA. El gran escritor Juan José Millás ha dicho una frase lapidaria y, por desgracia, bastante real: “Donde hay muertos, hay buitres”. Pues, sí. Ya empiezan a frotarse las manos los mismos de siempre.

Termino con una nota esperanzadora: Fernando Simón (que es nuestro Dr. Hugo López-Gatell) anunció que, en España, los casos confirmados diarios por Covid-19 están en fase de estabilización, más de 80 mil pacientes han sido dados de alta y el número de personas fallecidas cae por debajo de los 400 en el último día. Desde la semana pasada, los servicios no esenciales que pararon por el decreto de hibernación han podido volver al trabajo y está previsto que a partir del 27 de abril los menores de 12 años hagan salidas limitadas. Los que no entramos en este grupo, todavía no sabemos cuándo podremos salir a dar un paseo, acercarnos a la playa, cortarnos el pelo o ir a comprar un libro (este Sant Jordi/ Día del Libro será uno de los más tristes). Por un tiempo, que ya nos parece eterno, hay que olvidarse de hacer un vermú, o ir a comer fuera. La vida para algunos ha cambiado. Para otros, no.