Iztapalapa, en la Ciudad de México, vive cada año ‘la pasión de Cristo’ en representación del viacrucis. Además de transmitirse en vivo a través de cadenas nacionales de televisión, los habitantes de esta zona y millones de visitantes viven con expectación la experiencia de seguir los pasos de Jesús. Del 14 al 20 de abril, la celebración este año atrajo cerca de dos millones de personas y pasó a formar parte de 176 años de tradición ininterrumpida.

CIUDAD DE MÉXICO.- Aunque oficialmente las festividades inician el Domingo de ramos, los participantes de La pasión de Cristo en Iztapalapa, en la Ciudad de México, empiezan a prepararse desde el primer domingo de cada año. Una vez seleccionados los actores, que sólo pueden ser originarios de esta delegación, comienzan los ensayos todos los domingos siguientes hasta el día de la presentación. Se reúnen en una casa de color amarillo conocida como la Casa de los Ensayos, mantenida por tres familias locales.

El jueves 18 de abril, día que comenzó la procesión, desde temprano en la mañana se veía a los iztapalapenses corriendo con sus ajuares preparados, armando los altares y barriendo las banquetas (aceras en España) y calles por donde habría de pasar la procesión. Las calles principales del recorrido estaban enmarcadas por banderas moradas con blanco, al igual que las fachadas de las casas, pintadas cada año para el evento. Sobre las banquetas se miraban las cruces de madera de los nazarenos y a los caballos atados, listos y adornados con flores y sus colas trenzadas.

Mientras tanto, los actores estaban reunidos en la casa de los ensayos maquillándose, peinándose y poniéndose los trajes. Justo aquí, a las 15:00, después de la oración grupal y acompañados por los músicos, empezaron a salir en orden para iniciar el recorrido en las calles, que pasó por avenidas de los ocho barrios de Iztapalapa, acompañado de pasajes bíblicos durante todo el trayecto.

A las 21:30, después de la última cena, Jesús y los apóstoles salieron hacia el Cerro de la Estrella, donde fue aprehendido y posteriormente llevado al calabozo. Ese día terminaron las representaciones alrededor de la media noche, aunque algunos de los habitantes se quedaron festejando hasta altas horas de la madrugada. Para la mañana siguiente, el viernes santo, en la Macro plaza del Jardín Cuitláhuac donde sitúan los escenarios principales, Jesús fue presentado ante Poncio Pilato y azotado, para posteriormente ser crucificado. Finalmente, el sábado de gloria, a las 20:00, se hizo la última representación con la resurrección de Jesús, su encuentro con Magdalena, y la ascensión. Aunque para los habitantes ahí no acaba el evento, pues se quedan hasta la media noche en las calles con familiares y amigos o en la feria itinerante del barrio.

Pasión, emoción y compromiso en los participantes

Lo que más destaca de la celebración que resulta más difícil describir a quien no lo conoce es la pasión y la emoción de sus habitantes. Hay algunos que han participado desde los cuatro años de edad. Niños y adolescentes esperan que sus hijos sigan con la tradición, según comentan. Cabe destacar el gasto que los participantes asumen.

Para el papel de Cristo, además de requerir la mayoría de edad, los participantes no pueden haber estado casados o tener hijos; deben gozar de una buena condición física y se les hace un estudio socioeconómico que compruebe su solvencia para los gastos que el papel requiere, estimado en 100,000.00 pesos mexicanos (unos 5.000 euros) entre el vestuario, peinado, y la cruz.

Una de las organizadoras comenta que el gasto no era tan fuerte antes, cuando los trajes eran alquilados. Desde hace un par de años, los mismos habitantes decidieron invertir en el evento para que fuera de las más alta calidad, lo que obliga a algunas de las familias más humildes  a ahorrar todo el año para esta fecha.

Además de las escenografías y caracterización de sus personajes, destaca la entrega de la cultura mexicana y su capacidad para hacer un ritual convertido en fiesta del y para el pueblo. El evento deja ver la importancia de vivir en comunidad y hacer unidad en un agradecimiento a su Dios por los milagros concebidos, inclusive cuando no hay uno en específico. Es una oda a la vida que se mostraba en unas calles repletas de personas orgullosas y felices al ver desfilar a sus conocidos encarnando a sus ídolos religiosos. Aun días después del recorrido, no he podido dejar de pensar que la pasión no solo es de Cristo, sino también de todos los iztapalapenses que año tras año recorren con fe y devoción su barrio  demostrando al mundo que las tradiciones que van de generación en generación es una de las mayores herencias que un pueblo puede tener. Para mí no solo fue lo que ellos llaman “una obra de teatro gigante”,  sino además un evento con una estética singular que refleja todo el sincretismo de una cultura como la mexicana.


Fotos de Aracely Lugo Melendrez, autora del reportaje