De forma paralela, Barcelona y Culiacán se encuentran sumidos en una espiral de violencia y desencuentros. Frente a voces de intransigencia y rigidez, el autor de este artículo hace un llamamiento a la escucha y al diálogo para acercar posturas.

Artículo de Octavio Isaac Rojas Orduña.

Asomarse a cualquier pantalla en estos días es ver columnas de humo manchando los cielos de Barcelona y Culiacán. Indignación, rabia y ganas de venganza exudan en las redes sociales.  A los gobiernos de ambos países se les exige contundencia frente a quienes generan destrucción y caos. Si no hacen lo que se les exige, se les tilda de cobardes e incapaces.

En ninguno de los dos casos se habla de unidad, de acuerdo, ni de reconciliación. Parecen palabras ofensivas o de gente blanda y equidistante que no merece ser escuchada, o peor incluso, se les tiene por traidores, porque sus palabras se utilizan como coartadas para uno y otro bando.

Pero es necesario hablar de lo que queremos más allá del día de mañana, cuando aún humean las barricadas y los coches calcinados.

La urgencia nos nubla la mirada y la reacción inmediata atrapa nuestros sentimientos y diluye nuestros pensamientos. Incluso hay quienes quisieran que sus peores deseos se cumplieran para poder decir “Te lo dije” y ufanarse de ello.

Cataluña, España

Utilizando la más avanzada tecnología se ha logrado gestionar, mantener vivo y exacerbar el descontento de un grupo considerablemente amplio de la población catalana, que reta a las instituciones y que incluso siembra el caos con la invasión de infraestructuras.  Algunos incluso destruyen y atacan violentamente a las fuerzas de seguridad autonómicas (sus vecinos, amigos y hasta familiares) y estatales.

La Historia que relatan uno y otro bando está llena de desencuentros, traiciones, recovecos e invenciones descaradas, pero no se habla de futuro, de reconciliación, ni de soluciones.

El discurso de la rabia y la retaliación en el que nos tienen instalados en España los líderes sociales, los políticos y los medios de comunicación de ambos lados, no sólo contribuye a que vivamos en un desasosiego constante, sino que no nos permite hablar de otros temas acuciantes sobre los que se requiere reflexión y acción.

Culiacán, México

En un país inundado por armas de fabricación americana, pero también europea, la paz y la seguridad se antojan inalcanzables. Sin embargo, así como sucede en España, en México también hay políticos, medios de comunicación y una parte relevante de la población mexicana que acierta en el diagnóstico, pero yerra en las soluciones y en el señalamiento de culpables, y este discurso provoca desunión y enfrentamiento.

La ciudad de Culiacán como representación extrema de la situación del país, sin embargo, no es la primera (ni será la última) que sea escenario de enfrentamiento violentos y encarnizados con el estado mexicano, doblegándolo incluso.

Ante esto, la solución no es dividir, sino buscar la manera de sumar, de conseguir aglutinarnos frente a delincuentes que parecen invencibles, pero son más fuertes ante un país con instituciones débiles, con sociedades enfrentadas y con un entorno internacional nada halagüeño y un vecino que es, quizás, la peor maldición que nuestro país pudo tener.

Reconciliación

Se antoja imposible en este momento hablar de reconciliación cuando aún está el olor a quemado en el ambiente o aún se están levantando los cuerpos de los tiroteos de ayer, que se pudren junto a los de anteayer y a los de hoy.

Quizás es justo en este momento, ante la evidencia fehaciente del caos, del terror y la barbarie, que tenemos que buscar discursos alternativos que nos permitan acercar posturas y encontrar caminos que lleven a la distensión y a la unidad.

Hay que negarse a seguir contribuyendo a la espiral de desencuentros, de odio y de distanciamiento en el que nos encontramos instalados. ¿Qué mejor día para comenzar que hoy mismo?