La sociedad española nunca perdonaría un voto en contra de Esquerra Republicana a la investidura de Pedro Sánchez si abriera la puerta a un gobierno de ‘concentración nacional’ entre el Partido Socialista y el Partido popular tras unas nuevas elecciones. Aunque parezca improbable, el autor de este análisis argumenta que este deseo de algunos grandes poderes empresariales agravaría el conflicto catalán.

Análisis de Xavier Caño Tamayo.

Vistos los resultados y el acuerdo entre el Partido Socialista (PSOE) y Unidas Podemos tras las elecciones del 10 de noviembre, se podría formar un gobierno progresista antes de Navidad. A los dos partidos se sumaría el apoyo de los tres diputados de Más País, de Íñigo Errejón, y los seis del Partido Nacionalista Vasco, más probablemente los diputados del partido Regionalista de Cantabria, Coalición Canaria, el Bloque Nacionalista Galego y Teruel Existe. Entre todos, los grupos o partidos democráticos sumarían 169 escaños contra los 153 que tienen las tres derechas, más Navarra Suma, que votarían contra la investidura de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno.

Se desconoce lo qué hará Esquerra Republicana de Catalunya, con 13 diputados, así como Junts per Catalunya de Quim Torra (8) y Bildu (5). Se espera que la CUP (2) vote en contra tras haber dicho que sus dos diputados irán al Congreso a desestabilizar. Sin comentarios.

Si Esquerra votara contra Sánchez, sus votos se sumarían a los negativos del PP, Ciudadanos, Vox y Navarra Suma, lo que impediría que Pedro Sánchez fuera presidente de Gobierno.

Aunque Pedro Sánchez no merezca total confianza por motivos que ya mencionamos en otra ocasión, la abstención de los grupos catalanes o al menos de Esquerra parece la opción más aceptable o acaso lamenos dañina hoy por hoy.

Si Esquerra se abstiene, habrá investidura aún sin contar con los 8 votos del partido de Quim Torra y del fugado Puigdemont. Aunque se llamen ahora Junts per Catalunya, son la Convergencia de siempre, la de Pujol y Mas que ha gobernado Cataluña una treintena de años con más sombras que luces y muchas sospechas. Esa coalición se llamó luego PDeCat, en un vano intento de desligarse de su cercano pasado como Convergencia y que a continuación se camufló de nuevo como Junts per Catalunya. Se llame como se llame, es la misma que se ha visto pringada en casos de corrupción, muy aireados y conocidos por los medios: caso 3%, Adigsa, Palau, Port Vell, Andorra, Sant Pau, Solà y Matas… Este grupo no desveló su vocación “independentista” hasta septiembre de 2012, año en el que la manifestación del 11 de septiembre, la Diada, reunió a más de 600.000 personas, una cifra histórica.

No abrir la caja de los truenos

Lo que suceda en la investidura recuerda una secuencia de la película ¿Arde París?, que relata la insurrección en agosto de 1944 de la capital de Francia, ocupada por tropas nazis. Un jefe de la Resistencia, el mayor Gallois, cruza las líneas alemanas y se dirige al cuartel general de los Aliados a pocos kilómetros del frente para pedirles que entren en París cuanto antes, pues no podían resistir mucho más. Gallois concluye severo que el pueblo de Francia nunca perdonaría a los Aliados semejante falta de solidaridad. La comparación se refiere a acciones, o faltas de acción, que resultarán imperdonables más adelante.

Si Esquerra Republicana de Catalunya, que dice ser de izquierdas, vota en contra del candidato Sánchez en la investidura de presidente de Gobierno en el Reino de España en lugar de abstenerse, será responsable de una inestabilidad política sin precedentes, una caja de truenos muy difícil de controlar.

Si esto ocurre en vez de abstenerse, podrían producirse unas elecciones generales con resultados imprevisibles, habida cuenta del hartazgo de la ciudadanía española con cuatro votaciones en cuatro años. O, como teme el historiador y analista Pedro Luis Angosto, aunque parezca improbable, se podría formar un gobierno de ‘concentración nacional’ entre PSOE y PP como desean el Ibex 35, grandes grupos de comunicación y otros poderes fácticos. Sería un gobierno que ignoraría la ineludible necesidad de limpiar de la cultura, actitudes y actuaciones franquistas que aún hay en la sociedad española y sus instituciones. Ese gobierno de concentración ignoraría de modo flagrante a las bases del PSOE que en la noche electoral dijeron a Sánchez con claridad que con Casado no y con Iglesias sí.

A quienes ponen el ejemplo de Alemania, donde gobierna una gran coalición de socialdemocratas y conservadores, solo cabe recordarles que España no es Alemania. Ni tiene su talante, ni su derecha es digna de sospecha como la de aquí.

Si se consintiera ese ejecutivo de gran coalición, sería un gobierno para acabar materialmente con el conflicto catalán a golpe del artículo 155 y por la vía de la represión. Así lo anhelan sin ocultarlo las tres derechas. Esto supondría un deterioro social para la gente, como empieza a notarse desde hace diez meses en Andalucía donde gobierna esa derecha. Sin embargo esa presunta gran coalición no resolvería ni de lejos el conflicto catalán, cuya única vía aceptable es el diálogo, tanto como haga falta. Lo agravaría y enquistaría con peligrosas y muy imprevisibles consecuencias. De ser así, la ciudadanía de España, tal como dice el mayor Gallois en ¿Arde París?, nunca perdonaría a Esquerra, como el pueblo de París nunca hubiera perdonado a los Aliados de no acudir en su ayuda.