La mayor parte de las patologías no se curan, se controlan. Albert Jovell, médico, escritor y paciente, decía: “Yo ya acepto que no me van a curar, pero me costaría aceptar que no me van a cuidar”. El cuidado de los enfermos se convierte en un aspecto aún más relevante que el curarles, pero de ello se habla poco.

Análisis de Ramón Ortega Lozano.

Cuando estoy frente a alumnos de ciencias de la salud me gusta hacerles la siguiente pregunta: ¿qué tipo de profesional prefieres, un médico grosero, antipático, que te trate mal, pero que acierte en el diagnóstico de tu enfermedad y te salve la vida o un médico amable y empático, pero que pueda errar en la causa y tratamiento de tu patología? La inmensa mayoría contesta sin mucha duda que prefieren el primer tipo de médico; qué importa que el profesional de la salud no se muestre empático, pues lo que se espera de ellos es que te salven la vida.

Los filósofos Antonio Casado y Cristian Saborido definieron el concepto de cultura bioéticacomo el grupo de expectativas y presunciones sobre el trabajo diario en el ámbito de la salud. Es decir, la idea que tenemos los legos, personas que no pertenecemos al sector sanitario, sobre el día a día de los profesionales de la salud. La mayoría de los alumnos con los que trato este tema también podrían entrar en este grupo, pues todavía no saben exactamente lo que será su futura vida profesional.

Gran parte de esta cultura bioética la generamos a partir de las noticias que escuchamos en los medios de comunicación, los libros que leemos y, sobre todo, de los productos audiovisuales que consumimos. En este último punto hay cuanto menos dos series de televisión que han tenido un impacto en nuestra cultura bioética: House y The Good Doctor.

Ambas han propagado ideas equivocadas sobre la atención médica. Tanto el Dr. House, como el Dr. Murphy son dos médicos que podrían considerarse genios y que siempre aciertan en el diagnóstico de las extrañas enfermedades que presentan sus pacientes. Atinan, según estas series, ahí donde otros profesionales fallan. Sin embargo, en el caso del Dr. House estamos hablando de un médico insensible, carente de empatía, que considera que el paciente siempre miente y que llega incluso a ridiculizarles con su particular humor negro. No es que el Dr. Murphy sea un cretino como House, pero al tener asperger (una especie de autismo) no cuenta con las competencias relacionales que le permita mostrar su empatía hacia el paciente, comunicar de manera sensible los diagnósticos o hacer sentir la confianza al paciente en su labor asistencial. Estos personajes ejemplificarían al primer tipo de profesionales en la pregunta que planteo a los estudiantes de ciencias de la salud.

Ambos personajes pertenecen al mundo de la ficción. Son un producto comercial inexistente en la vida en real. Las series no muestran lo que pasa en realidad en un hospital. Basta pensar cuántas enfermeras aparecen en estas series o cuántos servicios asistenciales existen en el mundo donde un médico sea capaz de saltarse los protocolos de actuación sin consecuencias negativas para él o que cuente a su vez con un equipo de doctores a su completa disposición como pasa con House. El trabajo diario de los profesionales de la salud, los de verdad, dista mucho de lo que se ve en estas series. Además, existe un peligro cuando nos dejamos influir por estos contenidos audiovisuales y consideramos que así es la atención sanitaria. Dentro de estos prejuicios se encuentra el considerar que el objetivo del personal sanitario estriba en curar enfermedades.

Para empezar, la mayor parte de las patologías no se curan, se controlan. Albert Jovell, médico, escritor y paciente, decía: “Yo ya acepto que no me van a curar, pero me costaría aceptar que no me van a cuidar”. El cuidado de los enfermos se convierte en un aspecto aún más relevante que el curarles, pero de ello se habla poco. Para poder cuidar con calidad hay que ser un profesional de la salud empático, compasivo, que irradie confianza… Otro gran peligro que se desprende de la cultura bioética es la deshumanización de la atención sanitaria al ver en el paciente una patología, en lugar de considerarle una persona cuya dignidad está por encima de su condición socioeconómica o cultural. En palabras de Edmund Pellegrino: “para curar a otra persona debemos comprender cómo la enfermedad lesiona su humanidad”.

En la actualidad se está haciendo un enorme esfuerzo por humanizar de nuevo la salud. Para ello es fundamental llevar el conocimiento de las humanidades a la formación de los estudiantes de ciencias de la salud. Mostrar que no todo se trata de saber poner una vía, administrar un fármaco o diagnosticar una patología. Es decir, de una formación técnica. Es cierto que en los actuales programas universitarios existe una atención relativa a asignaturas como psicología, antropología de la salud, comunicación sanitario-paciente e, incluso, la bioética ha ido entrando en los planes de estudio. No obstante, hay una marginación de disciplinas como la literatura, la historia y la filosofía, enfocadas a la salud, que podrían dotar de humanidad a estas profesiones. Un aspecto que recuerda aquella frase de José Letamendi: “el médico que sólo sabe de medicina, ni de medicina sabe”.

El profesional de la salud siempre ha sido una figura admirada. Esto se debe a que existen un personal sanitario que con sus cuidados, amabilidad, empatía y compasión consiguen permanecer en el recuerdo de sus pacientes. No debemos olvidar que cuando uno acude a ellos lo hace en un estado de fragilidad. La enfermedad le recuerda al hombre su vulnerabilidad, por lo que agradecemos la compañía no sólo de un buen profesional de la salud en esos momentos, sino sobre todo de un profesional de la salud bueno.