Un alumno de periodismo llamó a un profesor de universidad desde la cárcel para decirle: “no me falle, profesor”. Cuarenta años después, José Carlos García Fajardo vuelve a los orígenes de lo que comenzó entonces. Con el taller La aventura de leer en el Centro Penitenciario de Soto del Real, comparte y comenta con los internos su selección de lecturas, fruto de años de experiencia lectora y docente. “Y les juro que lo estamos pasando “bomba”… porque nada hay más hermoso que acoger y acudir a la llamada del amigo”, afirma este profesor Emérito. 

MADRID, España.- Hace cerca de 40 años me telefoneó un alumno de Periodismo y me dijo: “Profesor, entro en un Centro penitenciario para cumplir condena”.

Respondí: “Soy abogado, doctor y profesor de Derecho, pero no soy ejerciente ya que, como sabe, me dedico a la docencia universitaria y a colaborar en los medios”.

“Lo sé… pero no me falle”, respondió. Colgué el teléfono y salí al jardín de mi comunidad para caminar en silencio, sin querer pensar, respirando consciente de todo cuanto pisaba, veía, miraba y me envolvía.

Un sábado, al cabo de unos diez días, me fui temprano a Segovia para visitar al director y responsables del Centro penitenciario, a quienes había anunciado mi visita. José María, Manolo y Gregorio, los dos subdirectores, jóvenes, que estudiaban Derecho en la UNED, creo recordar. Hablamos. Solventamos los vacíos legales que suponía tratarse de un abogado para visitar a su cliente, ni de un familiar en día de visita, ni un médico llamado para la ocasión. No era más que un profesor de la Universidad Complutense que venía a visitar y a atender en lo que necesitara y estuviera en mi mano a un alumno de la Facultad de Ciencias de la Información.

Charlamos con cordialidad y no muchas palabras. Había feeling.  Con algo de “tristura”, y me parecía que esperanzados y deseosos de ayudar, me dijeron: “de afuera, además de familiares y personal del Centro, sólo acude un capellán católico para celebrar la misa y dos Hermanas de la Caridad para acompañarlos y charlar con los presos”.

“Las normas existen para cumplirlas y tratar de mejorarlas adaptándolas a los tiempos y a las circunstancias”, respondí con afecto y con una sonrisa de compañeros universitarios ante la posibilidad de mejorar unas normas. Era la epiqueia de los griegos, como la regla del cantero de Lesbos que era de plomo y se adaptaba a las sinuosidades y formas del problema: cumplamos la ley, pero apliquemos a la justicia algo “más hermoso que el lucero de la mañana y que la estrella de la tarde”, como enseñaba Aristóteles y supieron desarrollar los atenienses y luego los romanos, y los pueblos más inteligentes. Apliquemos la justicia atemperada por la razón.

Y así fue. Me hicieron un carnet con mi foto y un cartón de color mostaza o algo así que encontraron, ya que todos los que tenían eran blancos.

Me acompañaron a visitar las más que viejas y frías instalaciones que rezumaban tristeza mientras sonaban los estridentes cerrojazos detrás de nosotros cuando pasábamos. Me acompañaron a una salita que me pareció siniestra y con luz de una bombilla colgada del techo en donde al poco tiempo entró mi antiguo alumno al que reconocí al momento, mientras los funcionarios se retiraron para dejarnos a solas.

Hablamos, escuché, hice preguntas prudentes sin querer saber las causas de su condena en un dentro tan alejado de su vida familiar, y salí con las ideas bastante claras y aprendiendo desde entonces que nunca preguntaría a un interno por las causas de su condena. Me dije a mí mismo “pasados los controles, el desasosegante ruido de los cerrojazos, sólo hay seres humanos”. Jamás lo he olvidado y así lo he compartido y enseñado.

Le dije al interno que regresaría el siguiente sábado y que estuviera preparado a las 10:00, para establecer un plan de trabajo y él un plan de vida ajustado a las normas del “colegio mayor” en el que iba a pasar unos años.

Comencé a cubrir yo solo los 200 kilómetros de ir y venir por las carreteras de entonces, en invierno y en verano. Cuando salí, se lo conté a los funcionarios y les pareció bien si nos tomábamos ellos y yo un café.

Solidarios para el Desarrollo y las cárceles

Ahí comenzó lo que años más tarde sería conocido como Solidarios para el Desarrollo aún antes de que, al crecer y expandir nuestras actividades, años más tarde tuviéramos que acogernos a una ley, hice una asociación solidaria, y redacté el Reglamento como pedían las leyes de entonces. Aún no proliferaba el concepto de “organizaciones no gubernamentales”, y nuestro domicilio social se fijó en la facultad de Ciencias de la Información. Informé al Rector y al Decano amigos… sin darles muchas explicaciones (porque no las tenía, “me llamaron y fuimos”) pero ellos fueron inteligentes y sensibles y me acompañaron en “comprender” lo que estábamos poniendo en marcha. Nos reíamos cuando musité la copla “si tú me dices ven, lo dejo todo”.

Comenzaron a acompañarme cada sábado, algún profesor del curso que estudiaba el interno y poco después algún antiguo alumno que venía para conducir y muy pronto para acompañarme cuando algunos de los presos se quejaron al director de que “aquello” también les gustaría a ellos.

Al sábado siguiente ya nos comenzaron a acompañar alumnos y alumnas. Mientras el profesor de turno atendía al futuro periodista, ellos buscaban sillas en una sala desangelada en la que utilizamos una salamandra de siglos atrás y les pedí a los internos que la mantuvieran bien encendida después de desayunar; colocaban estas sillas en círculo en torno al calor y ahí se sentaban para compartir voluntarios o visitantes que fui llevando cada sábado y que ellos me iban pidiendo: periodistas conocidos, cantantes, profesores, autores de libros, deportistas y un enorme y largo etcétera hasta nuestros días.

Volver a los orígenes

A mis muchos años, como profesor jubilado pero Emérito, he vuelto a esos orígenes. Llevamos cuatro semanas funcionando los jueves, con dos asistentes de confianza, en un aula de cultura “La aventura de leer” en el módulo de respeto, el nº 10, del Centro Penitenciario de Soto del Real que no deja de salir en los informativos. Por supuesto que, desde hace ya muchos años, aquella experiencia de Segovia se extendió por otros muchos centros de Madrid, Valdemoro, Toledo, Alcalá, Sevilla, Palma de Mallorca, Granada, Murcia, incluso en algunos países de América. Y les juro que lo estamos pasando “bomba”… porque nada hay más hermoso que acoger y acudir a la llamada del amigo.