“En medio de todo el vaivén viral, algunos gobiernos se empeñan en enseñarnos, ya no solo a lavarnos las manos, a toser y estornudar de etiqueta y cubrirnos la boca, sino a una ‘nueva normalidad’ o una nueva convivencia, en la cual intentan sobreponer la economía por encima de la salud humana y la conservación del planeta”, dice el autor de esta crónica desde la cuarentena en México.

Crónica de Gonzalo Estrada Cervantes.

BAJA CALIFORNIA, México.- Un veneno en forma de corona recorrió el planeta. Su origen se volvió a situar geográficamente en China, país que le ha dado al mundo de “tocho morocho”. Cada cierto tiempo nos han regalado un SARS. Este último, según cuentan producto de una sopa de murciélago o del contacto con un simpático pangolín.

Desde la provincia de Wuhan se expandió como reguero de pólvora por todo el mundo.

Primero se disfrazó de influenza, ensañándose con los mayores que no alcanzaron a disfrutar de sus pensiones. Los aviones pararon en un intento de frenar a los presuntos portadores de veneno, en que nos habíamos convertido todos. Algunos líderes políticos desdeñaron las predicciones de científicos, sugirieron curarlo con tés y estampitas de san Judas Tadeo y del Cristo de Medinaceli, o bebiendo cloros y detergentes. Las predicciones fallaron, nunca nadie imaginó que una nanométrica gotita de saliva, causaría un pandemónium que nos confinó.

Sin saber bien a bien, cuáles son las actividades esenciales tanto para unos como para otros, nos deportaron casi en forma generalizada a nuestros hogares para evitar contagiar y ser contagiados en el espacio público. En nuestras casas continuamos consolidando una vida virtual y una vida en redes que medio nos ponen a salvo de la locura del encierro. Vida virtual que ya veníamos arrastrando y que nos preparó para que el distanciamiento físico y social no fuera tan abrupto y algunas veces, doloroso. Hace por lo menos una década habíamos inventado los emoticones.

Ya pasó la cuarentena, si nos atenemos a que eran 40 días, y los nuevos conceptos de aplanamientos de curvas y de los picos acmé y la interpretación de cuadros estadísticos no terminan de cuadrarse en el imaginario colectivo ni con corridas algorítmicas o de inteligencia artificial. Y va para ochentena.

Mientras los chinos prohibieron la convivencia con el pangolín, la sopa de murciélago y tratan de acabar con el dicho de que “todo lo que corre y vuela a la cazuela”, en otras partes del mundo se pasa de los juegos del hambre a las colas del hambre y del desempleo. En medio de todo el vaivén viral algunos gobiernos se empeñan en enseñarnos, ya no solo a lavarnos las manos, a toser y estornudar de etiqueta y cubrirnos la boca, sino a una “nueva normalidad” o una nueva convivencia, en la cual intentan sobreponer a la economía por encima de la salud humana y la conservación del planeta. Parece que no han visto las fotografías recientes del planeta descansado y unas calles recuperadas por los semovientes sin extrañar a los motores contaminantes.

Mientras tanto la pandemia avanza, como un aire que se convierte en veneno letal, que no entiende de fronteras ni físicas ni imaginarias, que se hospeda lo mismo en barrios ricos que en barrios pobres. Acortando expectativas y calidad de vida; cuestionando el valor del dinero y poniéndonos contra la pared como especie, sin poder ver con claridad, el día en que le podamos decir y sea un hecho: ¡Quieto veneno! ¿y para qué?