En mi única visita a Nueva York estaba todavía fresquito lo del primer atentado a una de las Torres Gemelas. Así que no permitían ni acercarse a ellas y, mucho menos, intentar subir a visitarlas.

Este relato es una adaptación del que aparece en el libro Un gran salto de Gorsky.

Ya no me queda ni el llavero, pero este verano me reencontré con un platito y, por supuesto, conservo el recuerdo gracias a este relato escrito hace 21 años. El platito, pese a los años, no creo que haya aumentado su valor, pero el recuerdo es invaluable (o ya estará perdido). Lo que lamento es que nunca pude conocerlas bien, aunque me siento parte de la historia, porque en cierta manera contemplé algo que otras generaciones, desde ese día, ya no han podido ver.

Gracias a tanto condenado acto terrorista, que desde entonces ya había por doquier, no tuve la oportunidad de estar dentro de ellas. En mi única visita a Nueva York estaba todavía fresquito lo del primer atentado a una de las Torres Gemelas. Así que no permitían ni acercarse a ellas y, mucho menos, intentar subir a visitarlas.

Todavía recuerdo que ese día, cuando escribí estas líneas, por más que me esforzaba, y miraba y miraba el llavero, era incapaz de imaginarme cómo se vería Nueva York sin las dos torres que tanto resaltaban en el accesorio que ese día quité de mis llaves para guardarlo en un cajón. Un gesto que no consiguió que se extraviara. Según dicen las líneas de este texto, tanto la Estatua de la Libertad, como las torres, se miraban una a las otras y las otras a la una en el llavero. Así que la más triste en estos atentados ha de ser la Estatua, que se ha quedado sin sus dos colosales amigas, pensé en aquel momento.

Según decía mi relato, el llavero ya lo traía muy amolado; después de usarlo a diario durante casi ocho años. Pero ese día me lo quité y lo guardé, no sin antes darle otra ojeada a ese dibujo (porque para colmo era un dibujo y no una fotografía) donde se ve una Estatuita de la Libertad en medio de dos grandes torres equidistantes; a lo lejos un mar azul, que en mi memoria no era tan azul —pero tampoco las torres eran amarillas como las del llavero—.

Mi relato dejaba constancia de que, ya en ese entonces, creía que al caer esas torres (en las que nunca pude entrar) también se perdía algo dentro de mí. Y no sabía si era la remembranza o el saber que se esfumaría esa alegría que me invadía al ver, aunque fuera por televisión, ese monumento arquitectónico al que había visto en persona. Tal vez eran muchos los recuerdos (y sentimientos) encontrados, tal vez sólo estaba exagerando.

Gracias a que mi mamá se quedó con el platito, donde también aparecen las Torres, todavía me queda un objeto con el cual alimentar esa especie de evocación o nostalgia por otros tiempos.

Lo cierto es que el llavero ya lo perdí, el platito seguirá en la vitrina de mi amá, la modificación de este relato quizá no lo lea nadie y el recuerdo, que por un momento brilló en mi memoria, cada vez se ve más lejano.

2001-2022

El autor es miembro de la Red Global MX – Capítulo España