Carolina Herrera, que factura más de 1.200 millones de dólares al año, se lucra con diseños mexicanos sin reconocer su origen y sin una compensación económica. Hay quienes se enorgullecen de esta apropiación por parte de una gran marca, como si fuera digno de orgullo que nos robaran ante nuestros propios ojos.

Por Octavio Isaac Rojas Orduña.

Hace unos días, algunas prendas de la colección Resort 2020 de Carolina Herrera desataron una polémica en torno al posible plagio de diseños de culturas originarias mexicanas. Algunas personas se sienten orgullosas de que esta marca de lujo dé a conocer las creaciones de los artesanos mexicanos. Otros dicen que es parte de la apropiación cultural tan habitual desde hace décadas y que no hay nada que hacer ante los hechos consumados. Al margen de estas opiniones hay algunas cuestiones a tener en cuenta.

En la página web de la marca ni siquiera se menciona que las prendas están “inspirados” en diseños mexicanos.  Tan sólo se limitan a indicar que se trata de una colección que toma el estado de ánimo colorido y juguetón de las vacaciones latinas. “(Esta colección está) Inspirada en el espíritu de la Casa de alegría de vivir, que es sinónimo de la temporada de vacaciones, que trata de reacciones viscerales de patrones eclécticos, siluetas inesperadas y energía pulsante”, afirman.

Los orígenes de los diseños utilizados en algunas prendas están plenamente documentados, como el caso de un vestido blanco largo con vistosos bordados de animales y flores que proviene de la comunidad de Tenango, en Hidalgo. Otros son unos vestidos con flores bordadas como las que se hacen en el Istmo de Tehuantepec, en Oaxaca. Y un tercer caso, es el típico sarape de Saltillo, Coahuila.

Wes Gordon, director creativo de Carolina Herrera, afirma en respuesta a una carta remitida por la Secretaría de Cultura de México que “la presencia de México es indiscutible en esta colección, es algo que salta a la vista y es que, en todo momento quise dejar latente como una muestra de mi amor por este país y por el trabajo tan increíble que he visto hacer ahí”.  Sin embargo, no respondió a la petición de compensar a las comunidades indígenas por el uso de sus diseños.

Plagio y orgullo mal entendido

Plagiar es “copiar en lo sustancial obras ajenas, dándolas como propias”, según la Real Academia Española.  En el caso de las prendas de la citada colección de Carolina Herrera aplica y aún más cuando desde la firma reconocen esa “presencia indiscutible” de México en la colección.

Al no reconocer el origen real de los diseños, esta empresa multinacional, que factura más de 1.200 millones de dólares al año, está lucrándose con los productos culturales de unos grupos determinados de indígenas mexicanos, quienes no reciben ni una mención a su trabajo y menos un pago por ello.

Es como si nos enorgulleciéramos de que alguien nos robara ante nuestros ojos.

Los indígenas, sobre todo las mujeres, aunque también hay hombres diseñadores, deberían ser reconocidas y compensadas, y su trabajo protegido para que puedan seguir creando con la seguridad de que podrán vivir de su trabajo dignamente y que sus creaciones serán respetadas.  Es una cuestión de justicia.