Porque nos hacen sentirnos extravagantes, infantiles o demasiado anticuados nos da vergüenza reconocer nuestro gusto por ciertos libros, como ocurre también con series, telenovelas e incluso grupos musicales y canciones. En otros casos, desvelar nuestros gustos mostraría una parte de nosotros que decidimos ocultar.

Por Andrea Romero Santos.

MADRID, España.- Hay muchas personas incapaces de sentirse identificados con los personajes de sus autores favoritos porque suelen encasillarse dentro del estereotipo del hombre heterosexual. No ocurre así con Marcos. El retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde transporta a este estudiante de Filosofía a una época victoriana donde el placer y lo estético cobran gran importancia. En 2011 descubrió un borrador de su obra favorita sin censura donde la homosexualidad de sus personajes se hacía más latente.

Si reconociese mis libros favoritos tendría que dar muchas explicaciones en mi entorno. Cuando empiezo a hablar de Wilde parezco un pedante y mi familia ni siquiera sabe que soy homosexual. Y tampoco he salido del armario delante de mis amigos.

Leer libros con contenido LGTBI lo motiva, además de que considera fundamental leer a escritores como Gabriel J. Martín, autor de Quiérete mucho, maricón y El ciclo del amor de un marica. Estas obras abordan los temas de la diversidad, las claves para aceptarse a uno mismo y las bases para asentar relaciones afectivas en el mundo LGTBI.

Leer a autores como J. Martín, que publica libros que se pueden catalogar como “autoayuda”, se considera aún tabú en algunos ambientes. Sin embargo, Marcos asegura que “leerlos le está ayudando a dar ese último paso y a aceptarse tal y como es”.

Día del Libro

Marcos no está solo en el plano de la ocultación de sus libros y autores favoritos. Le acompaña Julia, fan de las novelas románticas para adolescentes de Blue Jeans, de la saga adolescente After e incluso los libros de Twilight (Crepúsculo).

“Devoro todos los libros de Federico Moccia, desde Tres metros sobre el cielo hasta Perdona si te llamo amor. Nunca digo su nombre cuando me preguntan por mis lecturas”, dice Julia sobre su autor favorito.

“Siempre digo que me he leído todos los libros de John Verdon”, dice en referencia al novelista estadounidense que escribe sobre crímenes y experto en mantener la tensión hasta el final del libro. A Julia le encantan los acertijos y los retos que propone hasta que el protagonista consigue llegar a la verdad. Además, queda muy bien cuando añade que estudia Criminología.

“Cuando tenía 15 años devoraba estos libros a una velocidad alarmante y ahora con 22 aún sigo haciéndolo”, dice sobre una verdad que oculta por miedo a que piensen que no ha madurado o que no tiene buen gusto. Se podría pensar que esto les ocurre a adolescentes y jóvenes, pero no.

Rosario tiene 52 años y algunos de los autores con los que más disfruta son los novelistas históricos Matilde Asensi e Ildefonso Falcones. Sin embargo, sus inicios lectores iban por otro camino.

“Me inicié con libros románticos como la miniserie Jazmín o Bianca, es algo que quizás no diría en un club de lectura”, dice sobre estas novelas de la editorial Harlequín Ibérica, que mueve gran parte del sector de la novela romántica en América. Cuenta cómo cuando alguna compañera conseguía un ejemplar se lo terminaban intercambiando entre todas en una época en la que no era tan sencillo conseguir algo para leer. Estas novelas contaban con un fuerte componente erótico que Rosario aún busca en lecturas contemporáneas como La sonrisa vertical o más recientes como Cincuenta sombras de Grey.

Tienen poca literatura y en ocasiones son muy machistas, pero pueden ser interesantes en tu vida más íntima.

Cuando oye hablar de algún libro interesante en la radio, uno de sus hobbies, apunta rápido el título para hacerse con él. Así es como ha terminado interesándose por lecturas poco frecuentes y que no se suelen pedir en las librerías como Palabralogía de Virgilio Ortega Pérez, que explica la evolución del lenguaje con ejemplos como la palabra “chocolate”, que significa alimento de dioses en su raíz náhuatl o el origen de la palabra “trabajo”, que proviene de un instrumento de tortura que se utilizaba con los esclavos. El origen de la palabra inglesa “work” significa “persecución”. El mismo autor explica en Palabrotología que los antiguos romanos tenían más de sesenta palabras para decir “puta” y la relación entre la palabra “fuelle” y “follar”.