El capitalismo sufre crisis constantes de manera irregular pues, como modo de producción y concepción económica, es inestable. Intrínsecamente volátil y voluble, como recordaba el economista mexicano Alejandro Nadal, fallecido hace tres meses.

Opinión de Xavier Caño Tamayo.

El imprescindible plan de reconstrucción económica de España tras el parón por el coronavirus ha de ser sostenible, ha de crear más empresas y su prioridad indiscutible ha de ser crear empleo de calidad. Esta propuesta viene de Ana Patricia Botín, presidenta del Banco Santander, quien ha recordado que en España aún hay 3 millones de asalariados con Regulación Temporal de Empleo (ERTE), más algo más de tres millones de desempleados. Son casi seis millones y medio de trabajadores a los que proteger, facilitar empleo e ingresos suficientes para llevar una vida digna.

Pero junto a tan bien intencionadas propuestas para que nadie se quede atrás nos topamos con la cruda e innegable realidad de que, de 2009 a 2019 en España, la banca ganó 100.000 millones de euros, al mismo tiempo que despedía o prejubilaba a 88.000 empleados, casi un tercio de la plantilla bancaria. Pero la destrucción de empleo no acaba ahí. En 2021, según el sindicato CGT, habrá más expedientes de regulación de empleo para desprenderse de unos cuantos miles de empleados de banca más.

También cierran dos grandes empresas industriales en España: Nissan en Barcelona y Alcoa en San Cibrao en la costa gallega. Nissan supone el 2,3% de empleo industrial del país, que no es baladí, y cerrar Alcoa, la única fábrica de aluminio en España, es la muerte económica y otros males de la comarca de A Mariña Occidental en la provincia de Lugo.

El cierre de Nissan destruye 3.000 puestos de trabajo directos y unos 20.000 indirectos. Desde la dirección de la empresa dicen que no hay otra salida.

¿Para que sirvieron entonces los 180 millones de euros de subvenciones y préstamos públicos que Nissan recibió del gobierno central y del catalán? Despedir gente, destruir empleo, es fácil, pero es la opción que eligen muchos empresarios del reino de España.

Aunque hay otras noticias que pueden alimentar la esperanza. El Ministerio de Asuntos Exteriores del gobierno de España da a conocer la contribución de grandes empresas españolas al desarrollo sostenible en América Latina según la Agenda 2030 de Naciones Unidas. Esa Agenda pretende que los países de ese continente mejoren de verdad la vida de sus habitantes con desarrollo sostenible de empresas y una eficiente y justa distribución de la riqueza. Habrá que ver en que queda esa Agenda y cómo beneficia a la gente común.

Esa promesa de actuación empresarial sostenible y enriquecedora se presenta cuando el parón económico por la pandemia de coronavirus reclama exigentes planes de reconstrucción económica en España y Europa. De otro modo el edificio de la economía se va al traste.

Crisis no tan amenazadora como parece la de la pandemia, pero muy grave, fue la de 1929. El economista John Maynard Keynes analizó las causas y consecuencias de la rebaja de la demanda, que estaba en el origen de la crisis, y propuso que el Estado interviniera en la economía y aumentar el gasto público para aumentar la demanda agregada, los bienes y servicios que consumidores, empresas y otras entidades adquieren, y así establecer una economía que crecía.

En las informaciones sobre las consecuencias de la pandemia, empresarios y portavoces de entidades empresariales que han aparecido en los informativos, no han cesado de pedir al Estado y quejarse. Ni uno, que este cronista recuerde, expresó una voluntad firme de afrontar con decisión las amenazas reales que el confinamiento y sus consecuencias económicas han generado. Nadie manifestó el coraje necesario para afrontar la crisis económica. Solo pedir y gimotear. A las incertidumbres económicas que la crisis sanitaria ha destapado, cabe sumar la falta del ánimo necesario para innovar, crear y generar nuevas empresas y empleos.

Sin olvidar, como recuerda el economista mexicano Alejandro Nadal, fallecido hace tres meses, que el capitalismo sufre crisis constantes de manera irregular pues, como modo de producción y concepción económica, es inestable. Intrínsecamente volátil y voluble.

La crisis de 2008 fue consecuencia de esa inestabilidad. Para salvar la economía se inyectaron entonces cantidades astronómicas a fondos de pensión y grandes corporaciones. ¿Qué hicieron? ¿Apuntalaron y estabilizaron la economía? No. Aprovecharon tanta liquidez para especular sin freno por todo el mundo. Pero ni se promovió la inversión productiva ni se creó el empleo necesario de la calidad que se precisaba.

Desde 2015 ha sido muy coreada y celebrada la recuperación económica. Pero solo ha sido un período algo más prolongado de crecimiento lento que no ha creado los empleos suficientes. Es una recuperación de vuelo corto como el de las gallinas. Y, por si fuera poco, llegó la pandemia   que puso todo manga por hombro.

No le demos más vueltas: es el sistema el que va mal.