“Es muy penoso leer las opiniones de muchos mexicanos y mexicanas esgrimiendo miedos y preocupaciones por la llegada de potenciales delincuentes a nuestro país”, dice la periodista Laura Martínez Alarcón en este artículo sobre la caravana de migrantes centroamericanos que pasan por México de camino hacia Estados Unidos.

Por Laura Martínez Alarcón.

Hubo un tiempo en que la palabra exilio significaba otra cosa. Hoy, basta asomarse a las cloacas de las redes sociales para conocer lo que mucha gente escupe a propósito de la reciente llegada de miles de centroamericanos a la frontera sur de México, sin ningún asomo de corrección política o, lo que es peor, de caridad humana. Señoras y señores: los migrantes son víctimas, no delincuentes.

Es muy penoso leer las opiniones de muchos mexicanos y mexicanas esgrimiendo miedos y preocupaciones por la llegada de “potenciales delincuentes” a nuestro país, como si no tuviéramos ya nuestra cuota de criminales. O a la pérdida de fuentes de trabajo para “nuestros nacionales”, como si de verdad les preocupara el bienestar de los trabajadores mexicanos o el destino de los pobres. Me entristece ver cómo mucha gente ha caído cegada por la retórica de Donald Trump que vincula migración con pandillas y violencia. ¿Acaso ya se les olvidó cuando, siendo candidato a la presidencia de Estados Unidos, esgrimía que todos los mexicanos que cruzaban la frontera eran violadores y asesinos? Tenemos la memoria muy, muy flaca.

Hubo un tiempo en que la política exterior de México era sinónimo de congruencia y dignidad. Hoy, el gobierno de Enrique Peña Nieto responde doblegándose, una vez más, a los deseos de la administración estadounidense. México convertido en filtro migratorio del vecino del norte. ¡Qué pena! Ya desde el 2014, el gobierno de Peña Nieto quiso quedar bien con Barack Obama y lanzó el Plan Frontera Sur, cuyo objetivo era controlar los flujos migratorios provenientes de Centroamérica, especialmente de Honduras y El Salvador. Desde entonces, las deportaciones de indocumentados centroamericanos no para. Según cifras oficiales, solo durante los primeros ocho meses del 2014, el Instituto Nacional de Migración detuvo a más de 77.000 centroamericanos y deportó al 90%.

Ahora, de visita en nuestro país, Mike Pompeo, secretario de Estado de Estados Unidos, presiona a México para frenar el paso de la Caravana Migrante y lo consigue. Mientras el canciller Videgaray afirmaba que nuestro país aplicaría la ley, “de una forma humanitaria, pensando en el interés de los migrantes”, en el paso fronterizo de Tecún Umán, entre Guatemala y México, un amplio dispositivo de la Policía Federal y del Instituto Nacional de Migración detenía a los migrantes de maneras llenas de dureza. Hay quien dice que Washington ofreció 20 millones de dólares a México para detener y repatriar a los ciudadanos hondureños; Peña Nieto lo niega abanderándose en el lábaro de la soberanía nacional y la legalidad. Pero ya sabemos que cuando el río suena…

Hubo un tiempo en que las palabras migrante, exiliado, refugiado, desplazado tenían un sentido y apelaban a lo mejor de las sociedades y los gobiernos. Basta recordar el espléndido papel de nuestro país respecto del exilio español y después con el sudamericano, proveniente de Chile, Argentina y Uruguay, principalmente.

Se necesita haber conocido el infierno para decidirse a caminar miles de kilómetros y buscar una vida mejor. Basta ponerse en los zapatos de los demás y dejar de repetir memes idiotas y frases manidas escupidas por el odio y la indiferencia. Después de todo, muchos de los que estarán leyendo estas líneas también son migrantes. Todos lo somos, ¿no crees?