En su columna semanal, el ex diplomático Bernardo Graue Toussaint opina sobre el regreso a la vida pública de Elba Esther Gordillo y Napoléon Gómez Urrutia, el nombramiento de Manuel Bartlett Díaz como director de la CFE, y la decisión de López Obrador de mantener al Ejército y la Marina en las calles para combatir al crimen organizado.

 

Por Bernardo Graue Toussaint

Algo raro está pasando. Cosas que antaño resultaban impensables o, cuando menos, cuestionables, ahora asoman con una desfachatez impresionante. Como si nada.

Más allá de las causas legales que permitieron la liberación de Elba Esther Gordillo, su aparición pública es reflejo de lo dicho líneas arriba. No fue declarada inocente de los delitos que le imputaba la PGR, sino que resultó -luego de cinco años- que la acusación fue deficientemente documentada. La Sra. Gordillo  (esa líder sindical que gastaba millones de pesos mensuales en sus caprichos  de “embellecimiento personal” (cosa imposible, dada su propia fisonomía); en gastos suntuosos y en la adquisición de viviendas de lujo en México y en el extranjero) se presentó públicamente -una vez liberada- a decirnos a los mexicanos que ella es una guerrera, víctima del Estado y nos da a entender que, posiblemente, retomará las riendas del sindicato mafioso que tanto daño ha hecho a la educación en México. “¡¡Sí y qué!!” parecer decirnos la Sra. Gordillo.

Además, si bien no se puede asegurar que en la liberación de Elba Esther haya intervenido el Presidente electo López, sus declaraciones en torno al caso reflejan que no le incomoda la situación o que, incluso, podría considerarla como un instrumento útil en la derogación de la reforma educativa del Presidente Peña Nieto.

Por otra parte, el nombramiento que hiciera el Presidente electo López en torno a Manuel Bartlett Díaz, como director de la Comisión Federal de Electricidad, produjo un profundo extrañamiento mediático y social, dados los antecedentes del personaje. No puede decir el Presidente electo que ignora el patético pasado de quien fuera Secretario de Gobernación de Miguel de la Madrid y articulador, sin dudas, del fraude electoral de 1988, además de otros presuntos delitos que se le imputan al Sr. Bartlett en su historial. Repito, no puede decir el Presidente electo que desconoce ese pasado y, sin embargo, le otorgó ese nombramiento. “¡¡Sí y qué!!” parece decirnos Andrés Manuel López a los mexicanos.

El nombramiento de Napoleón Gómez Urrutia, como candidato plurinominal por MORENA al Senado fue otro escándalo público, resultando incomprensible que este partido postulara al acusado por un fraude de 55 millones de dólares en contra de un fideicomiso de los trabajadores del sindicato minero. Otro ejemplo de ese cinismo de moda. Esta semana, Gómez Urrutia regresó a México desde Canadá (donde se refugió durante años huyendo de la justicia mexicana) para recoger su constancia como Senador por MORENA. En dos tiempos, El Presidente electo López y Napoleón Gómez Urrutia nos han dicho descaradamente: “¡¡Sí y qué!!”.

El “¡¡Sí y qué!!” en la conducción política no es poca cosa, es sumamente peligroso. Representa el cinismo, como sinónimo del atrevimiento total; de la carencia de reparo; de la imposición de la voluntad personal por encima del imperio de la ley o, cuando menos, de la ética.

No puedo entender que quién gobernará con una legitimidad democrática incuestionable, decida cargar con tales lastres. Resulta incomprensible el cinismo del Presidente electo en torno a estos personajes. Resulta imposible entender que AMLO pretenda, por un lado, esa locura llamada “Constitución Moral” y por el otro, que instrumente el cinismo como herramienta de su actuación política y gubernamental. Es el cinismo subrayado. Vaya pues.

Al margen de lo anterior, celebro que AMLO haya decidido rectificar, en el sentido de permitir que las fuerzas armadas permanezcan temporalmente en los trabajos relativos a la seguridad pública. La Constitución es clara en cuanto a las responsabilidades del Ejército y la Marina, tanto en la defensa de nuestra soberanía, cuanto en lo relativo a la seguridad interior. El tamaño del riesgo que representa el crimen organizado, no podía conducirse, en los hechos, con ligerezas propias de los discursos de campaña.

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