El coronavirus nos ha hecho pasar por cinco fases que la psiquiatra Elisabeth Kübler Ross señala en su libro sobre la pérdida de seres queridos, como afirma en este análisis el enfermero español Pablo Pérez Riveras. Sobre todo, “nos ha enseñado que el ser humano es más vulnerable de lo que pensábamos y que un microorganismo es capaz de hacer tambalear sistemas sanitarios y la economía del planeta y hemos aprendido la importancia de un beso, de un abrazo, de un paseo o de tomar algo en una terraza rodeado de los nuestros. Hemos sido conscientes del valor de nuestra libertad”.

Texto de Pablo Pérez Riveras *

“Bueno, pues esto ya está”, pienso mientras me alejo de la cama del paciente e intento localizar, a través de mis gafas de protección empañadas por el vaho y el sudor que me provocan todas las capas de protección de mi Equipo de Protección Individual (EPI), a mi compañera para que me ayude a despojarme de esa improvisada armadura. Cada paso que doy hacia la llamada “zona limpia” son segundos que cuento en mi mente para poder respirar algo que no sea mi propia exhalación y liberar la presión que mi mascarilla FFP2 hace sobre mis pómulos y puente nasal y que hace ya un rato se convirtió en dolor.

Por fin me libero una vez superado el checklist de retirada del EPI con sus numerosos pasos, movimientos minuciosos y la máxima concentración, pues un error podría suponer un contagio hacia mí. Sólo las marcas en la cara y un cerco de sudor en el uniforme que abarca todo el tórax y la espalda podrían delatar de dónde acabo de salir.

En ese momento suena el teléfono de la unidad y, tras responder a la llamada y, con una mirada a caballo entre la resignación y la desesperación, el intensivista nos transmite: “Compis, viene otro ingreso. Preparad respirador, carro de intubación y perfusiones”. Una frase que, en el último mes, ya he escuchado más veces que a mis amigos decir “chavales hoy toca jaleo” en el último año; una frase tan repetitiva que, inconscientemente, mis compañeros y yo hemos normalizado.

No es hasta que llego a casa y después de darme una ducha, responder Whatsapps de amigos y familiares interesándose por la situación, hablar con mi pareja, ver las últimas noticias en televisión y tener un momento para mí, cuando pienso: ¿Cómo hemos podido llegar hasta aquí? ¿Cómo hemos normalizado una situación así? ¿Somos los sanitarios que estamos haciendo frente a esto como seres fríos o insensibles? ¿O se trata de un proceso psicológico natural?

El año pasado, todo el personal de enfermería de España nos hemos enfrentado a un examen de consolidación de empleo en forma de concurso-oposición que en cierto modo premia la experiencia laboral de cada uno en años de trabajo. El temario exigía demostrar un profundo conocimiento de distintos temas, algunos no exentos de controversias, otros puramente clínicos o los que denominamos “temas feos”. Hoy me he acordado de uno que me ha ayudado a entender cómo afrontamos todo esto que está sucediendo.

Año 1969. La psiquiatra Elisabeth Kübler Ross publica On death and dying, un libro que ayuda a entender cómo se sienten las personas cuando pierden a un ser querido. La autora utiliza un modelo con 5 etapas por las que, según ella, pasa toda persona que afronta una pérdida: Negación, Ira, Negociación, Depresión y Aceptación. Después de pasar estas semanas inmerso de lleno en el caos del hospital creo que todas estas fases son completamente extrapolables a lo que estamos viviendo los sanitarios, y seguramente toda la población.

Etapas del duelo

Fase de negación

“Esto no está pasando”. “Esto aquí no llega”. “Esto son cosas de chinos y aquí no va a tener efectos importantes”. “Es una gripe”. Todos hemos pasado por esta primera fase de negación, sanitarios y no sanitarios, con la colaboración de los medios de comunicación en la cabeza o de nuestros mecanismos de defensa para poder seguir felices en nuestra vida diaria. “Ojos que no ven, corazón que no siente”, “si no hay bicho no hay problema”. “Me marcho con la familia a mi casa de la playa, o a mi ciudad natal, con mis abuelos, o aprovecho y compro un vuelo a Europa. Pero tristemente, “no hay más ciego que el que no quiere ver”.

Fase de Ira

La cosa se pone seria, los infectados y los muertos se cuentan por miles. Hay que buscar culpables como sea en esta primera fase de ira. Buscamos una cabeza de turco con quien volcar nuestras frustraciones. “¿Cómo han podido dejar que lleguemos a este punto? ¡Es una vergüenza!” “Yo no aguanto 15 días en casa, bajo a comprar todos los días si hace falta”.

En el ámbito sanitario se empiezan a abrir unidades de cuidados intensivos improvisadas y desplazan a profesionales de unidades que han disminuido su actividad para trabajar en ellas bajo la “supervisión” de unos pocos expertos en cuidados intensivos. “¡Esto es una temeridad! ¡Llenar Unidades de Cuidados Intensivos con gente que no es de UCI!”, “¿A dónde vamos a llegar? ¡Se hace todo mal!” “¡Esta gente no sigue los protocolos, no puedo estar pendiente de tratar a un paciente crítico y a la vez enseñar a mi compañera a fijar un tubo o a calibrar un monitor!”

Fase de Negociación

Ya somos conscientes de la grave situación. Sabemos que estamos metidos en el barro hasta el fondo. Dejamos de bajar a comprar todos los días y ya vamos con guantes e incluso con mascarilla. Incluso nos hemos “acostumbrado” a estar en casa y hasta podríamos hacer el esfuerzo alguna semana más. Salimos a aplaudir a los balcones, hacemos videollamadas con los amigos y nos permitimos el lujo de hacer algún challenge que otro pero seguimos mirando las noticias con recelo una mezcla entre temor y esperanza.

Parece que empiezan a funcionar estas unidades improvisadas en el hospital. Empezamos a empatizar con nuestros compañeros inexpertos y la ayuda cada vez se presta con más facilidad. Somos conscientes de que estamos todos en el mismo barco. Nos mandamos videos tutoriales unos profesionales a otros sobre procedimientos específicos del paciente crítico, nos damos ánimos los unos a los otros a través de redes sociales y empezamos una ficticia cuenta atrás para volver a la normalidad.

Fase de Depresión

Llevamos ya un tiempo en la etapa anterior y las cifras en televisión son cada vez más trágicas. No es sólo que la curva no se aplane, sino que su ascenso parece imparable. El golpe de realidad es devastador, lo que nos lleva a una sensación de tristeza y vacío que hace que dejemos de fantasear con el final. Todos nuestros planes a medio plazo se van al traste, ya salimos menos a aplaudir, ya nos hacen menos gracia los memes que nos mandan por redes sociales y la casa se nos cae encima.

En el hospital empezamos a ver compañeros nuestros ingresados en nuestras propias unidades de críticos. Se empieza a respirar un ambiente no sólo de tristeza, sino también de miedo exagerado al contagio, miedo a verte en la misma situación, intubado, conectado a un respirador, pronado… Llegas a casa con lágrimas en los ojos día sí y día también. Piensas y te comes la cabeza con si has podido cometer algún error, si te quitaste bien los guantes, si te lavaste bien las manos, si llevabas las gafas bien cerradas, si te tocaste la cara…

Fase de Aceptación

Ya sabemos que vamos a pasar encerrados más tiempo del que creíamos y, con resignación, escuchamos que nos aumentan la cuarentena quince días más… y otros quince, y si nos dijesen 2 meses más, lo aceptaríamos igual. Nos hemos “acostumbrado” a este panorama, somos conscientes del problema y conocemos sus consecuencias. Queremos que se solucione pero ya no pensamos tanto en el “cuándo”. O sí, pero ya no nos sorprende nada.

En el hospital ya hemos aprendido a convivir con el miedo al contagio y la tristeza va desapareciendo poco a poco. Esa resiliencia que forma parte de nuestro ADN, acostumbrados a desenvolvernos en situaciones traumáticas, nos hace ser fuertes y seguir hacia adelante.

Los pacientes empiezan a mejorar en las unidades de cuidados intensivos, cada extubación supone una ovación que, aparte de darle fuerzas al paciente que abandona la unidad, nos sirve para reconocernos a nosotros mismos que algo estamos haciendo bien.

Cuando la situación empiece a mejorar y la gente empiece a salir de sus casas y a hacer vida normal, nosotros seguiremos en los hospitales dando cuidados a los últimos afectados de un virus que nos ha enseñado varias cosas: la más importante, que el ser humano es más vulnerable de lo que pensábamos. Hemos visto cómo un microorganismo es capaz de hacer tambalear el sistema sanitario y la economía de todo un planeta. También nos ha servido para darnos cuenta de lo que realmente importa y de lo que no. Hemos aprendido la importancia de un beso, de un abrazo, de un paseo o de tomar algo en una terraza rodeado de los tuyos. Hemos sido conscientes de la importancia de la libertad.

* El autor es enfermero del Hospital Ramón y Cajal en Madrid