Al barrio de Coyoacán, situado al sur de la capital mexicana, se le asocia con Frida Kahlo, Diego Rivera y la famosa Casa Azul donde vivieron, pero sus calles, iglesias y edificios contienen siglos de historia desde antes de la llegada de los españoles. A pesar de los años, conserva un aura de melancolía que se funde con las melodías de los tradicionales organilleros, las aves cantando a la par y las campanadas recurrentes de sus capillas.

CIUDAD de MÉXICO.- El nombre de Coyoacán proviene de la lengua Náhuatl y se compone de tres voces: coyotl (coyote), hua (posesión) y can (lugar), por lo que se le ha definido como “lugar de los que tienen o poseen coyotes”.

Desde sus orígenes, Coyoacán fue una tierra fértil rodeada de manantiales y hermosos paisajes verdosos. Fue  uno de los pueblos tributarios de Tenochtitlan hasta la llegada de los españoles a lo que hoy es México. Hernán Cortés quedó impresionado por su belleza y localización estratégica. Incluso llegó a nombrarla la ciudad de plata por la manera en que el sol resplandecía en las fachadas de las casas, todas pintadas de blanco. Es justo aquí donde Cortés planea la conquista, toma a Cuauhtémoc como prisionero y lo tortura con la finalidad de hacerlo delatar el escondite del tesoro mexica. El español se asienta definitivamente en el barrio tras su victoria y funda aquí el primer ayuntamiento, por lo que se le llegó a denominar la capital de la Nueva España.

Fachada principal del Palacio de Cortes, aunque lleva el nombre del conquistador y en la placa conmemorativa dice que vivió en este lugar, realmente este nunca fue su hogar. Fotografía: Rodrigo Moreno, enero 2019

A partir de la conquista, Coyoacán se convirtió en un centro religioso. Cortés tenía muchos planes para Coyoacán al ser uno de sus lugares favoritos. De ahí que planeara que aquí se celebrara la primera misa en la nueva tierra en proceso de evangelización. Así se empieza a construir en el siglo XVI, sobre un centro ceremonial tolteca, la Capilla de la Purísima Concepción, mejor conocida actualmente como La Conchita, que se encuentra de pie hasta el día de hoy. También la Parroquia de San Juan Bautista que vemos justo al centro de la plaza principal rodeada de un gran patio atrial, aunque ésta era solo para las clases altas.

Una vez declarada la independencia de México, el barrio de Coyoacán queda lleno de haciendas y casonas de arquitectura colonial de la burguesía española en sus calles empedradas. Durante las décadas siguientes fueron compradas y habitadas por intelectuales y artistas mexicanos y extranjeros. Frida Kahlo y Diego Rivera vivieron en la Casa Azul de 1929 hasta la muerte de la artista en 1954. Su amigo, el exiliado político León Trotsky, vivió tres años en Coyoacán, hasta el día de su asesinato en 1940. Otro personaje reconocido fue el actor y director de la época de oro del cine mexicano Emilio “el indio” Fernández, quien construyó su mansión llamada Casa Fortaleza por estar hecha de rocas. Se dice que incluso Marilyn Monroe llegó a visitar el lugar.

Interior de la parroquia San Juan Bautista. Fotografía: Rodrigo Moreno, enero 2019.

Coyoacán ha formado parte de la escenografía para más de un centenar de películas mexicanas. Dolores del Río, la primera actriz latinoamericana en triunfar en Hollywood en la década de 1920 a 1930, también compró una quinta  conocida como La Escondida. Muchos escritores también tomaron como hogar la vida pueblerina de este barrio, entre los que destacan el cronista Salvador Novo, Jose Juan Tablada, y Octavio Paz, el único premio de Premio Nobel de Literatura mexicano. Aquí pasó los últimos días de su vida en la Casa Alvarado, hoy en día la Fonoteca Nacional. Así fue llenándose de personajes ilustres y adquiriendo ese aire bohemio. Las artes plásticas, escénicas y literarias tenían ese deseo común: asentarse en Coyoacán.

Así como Paris tiene Montmartre, la ciudad de México tiene a Coyoacán, con peculiaridades que ningún otro barrio bohemio del mundo puede compartir: su aura de melancolía y tristeza que conserva a pesar de los años que se complementa con las melodías de los tradicionales organilleros, las aves cantando a la par y las campanadas recurrentes de sus capillas. Caminar por la plaza y las calles de Coyoacán escuchando a los vendedores ambulantes cargando sus artesanías o vasijas de chapulines listos para ser degustados,  y el tranvía anunciando su próxima salida te hace sentir como si el tiempo se hubiera congelado en esta pequeña zona de la imparable y cosmopolita ciudad de México.  Tal vez, su mezcla homogénea perfecta de historia, tradición y cultura es la que ha hecho que artistas sigan explorando la libertad y tranquilidad que les regala el corazón bohemio de la ciudad.