Chevo y Javier son los hombres que vigilan la puerta de nuestra finca. Van uniformados con traje de chaqueta y corbata pero son ellos los que me llaman patrón a mí. Javier es alto, tiene el pelo blanco echado para atrás y es muy hablador. Chevo es chaparro, entrado en carnes, le sale vello negro por todos los orificios y apuntala con sus silencios cualquier conversación. Javier me recomienda lugares en los que comer cada vez que salgo por la puerta y Chevo asiente hasta que en un aparte me dice que no puedo irme de México sin probar el mole poblano de su mujer. Salga a la hora que salga siempre están en la puerta con un walkie en la mano para que los vecinos que vivimos aquí podamos sentirnos más seguros.

Chevo me contó que hace dos horas de trayecto para llegar hasta la Condesa y cuando por fin llega, le espera una jornada de setenta y dos horas seguidas sin dormir. Algunos utilizan mezclas más fuertes, nos dice guiñando el ojo, pero él aguanta a base de una mezcla de Nescafé con infusión de Coca que de solo olerla le hace revivir.

Ayer me enteré de que a Chevo lo han desplazado a otro lugar por ‘mugroso’ según Javier. Cuando ve nuestra cara de asombro se apresura en decir que es una broma de las suyas. Si quiere cuando se vaya su señora a trabajar le acompaño a las ladys, me dice. Le digo a Javier que no hará falta, pero yo ya sólo pienso en lo lejos que queda ya ese mole poblano que Chevo nos prometió.