Las aves del aviario del Parque Lincoln gritan y graznan con un ruido ensordecedor. Si no fuera por el letrero de la entrada que asegura que allí se abre los fines de semana y que está prohibido tirar basura, más de un despistado podría confundir su gran cúpula con la sede de un honrado parlamento.

Me despido de la colonia por la vía que secciona en dos el parque: A la derecha la estatua de Lincoln, a la izquierda la de Martin Luther King JR, apóstol de la emancipación. Bajo su sombra, una mujer dedicada al servicio doméstico, y uniformada, pasea el perro de sus patrones. Cuando me alejo descubro que algún chistoso ha bautizado a la calle con el nombre de Julio Verne y, ahora que regreso, ya no sé si todo lo que he visto ha sido producto de la ciencia ficción.