La escritora Brenda Mitchelle nos ofrece su visión sobre ‘Caos’, la obra de Antonio Álamos que dirige Daniel Huarte en el Teatro La Latina, en Madrid.

Se abre el telón y nos encontramos en un espacio en formato de caja negra con muy pocos aditamentos, que entrega de primera mano una sensación de vacío. Destacan un sofá, una pintura abstracta y un frigorífico que contiene siempre y únicamente una última cerveza que vuelve a aparecer como “por arte de magia” cada vez que uno de los cuatro personajes lo abre, viéndose obligados a compartirla ¿no es esto extraño?

Caos - Teatro la Latina

El tiempo transcurre, o no, a medida que Dogo (Óscar Hernández), Toni, (Laura Varela) Axel (Daniel Huarte, quien también dirige) y Charlie (Juan Gareda) se nos van revelando presas de sus propios traumas, frustraciones, pérdidas y demás penurias, entrelazados en este pequeño universo de ellos por el hilo conductor de las drogas. Nos encontramos con un aspirante a pintor que también escribe cuentos en conflicto con la figura paterna, un camarero ocupa que presume de haberse enrollado con la primera ministra del Reino Unido, un traficante homosexual que sigue comportándose como un amateur y quiere vender “osos polares” (una droga de dudosísima procedencia) y un@ politoxicóman@ atormentado@ por el recuerdo de su hermano muerto. Estos seres envueltos en miseria, relegados por su sociedad, en su divertimento, parecen estar condenados a una repetición constante, presas de una confusión generalizada que bien podría ser producto de un estado de consciencia alterado, de un momento previo al de morir por una sobredosis…o no, porque entre tanto Caos parecen tener momentos de lucidez, de consciencia exacerbada a la que el mismo caos pareciera empujarlos. Sí, son seres que se preguntan, se cuestionan, se divierten, porque es cierto que se divierten y también padecen mientras nos van enrollando en una trama que sigue sorprendiendo.

En cuanto a la puesta, la obra sucede sin mayores efectos que cenitales destinados a alumbrar ciertas conversaciones que suceden “aparte” y cambios ligeros de algunos elementos para mostrar espacios distintos, y un proyector. En este caso la austeridad y el empleo de los elementos básicos y sólo los necesarios para la trama, se integra con la atmósfera de la obra y con su discurso. La negrura del espacio vacío nos habla de la nada que los envuelve, y de la que habla Dogo en una suerte de letanía, de repetición constante: una nada de los que no esperan nada, y no quieren ni buscan ni poseen nada. Así es, fuera de ellos y de lo que perciben se extiende la vacuidad en un doble efecto en que la vacuidad se cierra sobre ellos y lo que perciben como realidad. Según Antonio Álamo, el dramaturgo (para escribirla en 1999):

“recurrí a una anécdota personal: durante los años ochenta yo había trabajado de camarero, como Charly, uno de los personajes, en el comedor de la Housse of Commons, donde me asignaron el ala del Partido Conservador, así que servía la mesa a esa pandilla de pijoteros, lo que incluía a la Primera Ministra del Reino Unido, Margaret Tatcher. Desde luego resultaba extravagante y tentador a partes iguales vivir en una casa okupa y, al mismo tiempo, servir la bazofia a toda esa gente de escasa perspectiva.”[1]

De modo que la trama se sitúa en el Londres de los años ochenta. Este universo nos habla de drogas, personajes excluidos, miseria, diferencia de clases, impunidad, abusos del poder político de los que estos cuatro en Londres son víctimas y reflejo. Aquí entraremos en un dato curioso, para cuando el dramaturgo escribe lo anterior (en el año 2004), la obra, tras aproximadamente 300 representaciones en España, estaba siendo representada en la Ciudad de México en el Polyforum Siqueiros, adaptada para mostrar a cuatro jóvenes mexicanos interpretados por un elenco de lujo: Roberto Sosa, Humberto Busto, Luis Fernando Peña y José Juan Meráz, donde, por ejemplo: en lugar de la primera ministro aparece la secretaria de estado estadounidense y fue presentada con elementos espectaculares como efectos láser y el recurso multimedia[2]. Lo anterior nos lleva a pensar en que como la realidad en que se desenvuelven los personajes y que se repite, no cesa de repetirse en la realidad, porque en esta puesta en escena del año 2022 sigue siendo realidad y reflejo de la sociedad española actual. No hace falta (porque en esta puesta de Daniel Huarte, se emplean elementos como el cassette y el nombre de Margaret Thatcher), pero si se hicieran cambios ligeros (que repito, no hacen falta) podría haberse escrito tranquilamente en esta época hablando de cuatro jóvenes perfectamente actuales de España, Londres o de cualquier parte. Debería darnos en qué pensar. Aunque añadimos que la puesta no busca “aleccionar” sino mostrar y cumple efectivamente su labor de entretener.

No puedo evitar destacar la actuación de Óscar Hernández en el papel de Dogo. El actor se muestra integrado en el personaje entregando naturalidad y fuerza. Habrá que mencionar también que en esta ocasión el personaje de Toni (originalmente masculino) lo interpreta la actriz Laura Varela quien en su papel se vuelve entrañable en la vulnerabilidad, dulzura y vitalidad que desprende. Aunque es verdad que no deja de chocar, dado que es evidente desde un principio, que sea precisamente este personaje el que se vista de mujer. Por mi parte, no vi necesario el desnudo de uno de los actores. Pero no me crean a mí todo esto, vayan al teatro La Latina en las funciones de Caos los lunes y martes a las 20:30 hrs. Pl. de la Cebada, 2, Madrid, centro, a un costado de la estación de metro La Latina. Aquel día el teatro estaba lleno, no lo dejen para después.


Caos. Dramaturgia de Antonio Álamos. Dirección: Daniel Huarte.

[1] Álamos, Antonio (2004). “CAOS” Las puertas del drama, Siglo XXI. 20: 19-20

[2] Bert, Bruno (2005). “Caos. A medio camino” Tiempo Libre, 3 febrero 2005: 23.