La muerte de Pedro Sorela Cajiao ha provocado conmoción en el mundo del periodismo en España. Quienes fueron sus alumnos en la Universidad Complutense de Madrid le reconocen importantes lecciones de la profesión que ahora ejercen. El periodista Alberto Gutiérrez Molinero nos cuenta lo que aprendió de este exigente hombre de letras.

No recuerdo la mayoría de mis clases en los cinco años que estudié Periodismo, pero tengo presentes casi todas las que me dio Pedro Sorela. En cada una de ellas, iba nombrando alumnos para que salieran a leer textos a cada cual más imaginativo que previamente había mandado. El primero de ellos fue redactar un texto sonoro y uno de mis compañeros escribió un texto precioso, era casi poesía, pero la respuesta de Sorela fue: “¿por qué este texto está mal?”

Así era, un profesor duro y exigente frente a niños recién salidos de la burbuja del colegio y sus lecciones se grabaron en el corazón como un tatuaje que nos acompaña siempre.

De Sorela aprendí que una noticia nunca empieza con el manido “el pasado día…”, empieza siempre con lo más importante. Aprendí que si no enganchas en la primera línea nadie va a leer el resto, que frases como calma tensa, marco incomparable o cualquier frase tópica son la perdición del periodismo. Aprendí que escribir era reinventar el lenguaje cada vez, por eso se tomaba tan en serio nuestros modestos textos y los destripaba hasta no dejar ni las migajas.

Cuando varios días seguidos nos veía sentados en el mismo sitio decía que no fuéramos chalets adosados. Que teníamos 18 años y que no nos encorsetáramos con una rutina. Que el título de periodismo lo daban ya en la séptima planta de El Corte Inglés y que la Universidad era para pensar y experimentar.

Nos hacía dudar de todo. A veces defendía una postura y otro día la contraria. No importaba, porque el objetivo era hacernos reflexionar. Nos hacía ir a exposiciones de arte con el pretexto de que venían japoneses desde el otro lado del mundo solo para ver los museos de Madrid y que nosotros no los aprovechábamos.

Sorela no sólo me enseñó a escribir, sino también a leer, porque sus exámenes eran sobre una decena de libros de autores clásicos. En unas pocas frases teníamos que condensar lo mejor de aquellos. Una de las preguntas fue: Redacta un titular y una entradilla sobre lo más importante de Relato de un Náufrago, de Gabriel García Márquez. Todo el mundo escribió sobre aquel hombre que sobrevivió en el mar diez días, pero en realidad, la clave del libro era que el barco en el que iba transportaba mercancía de contrabando. Y eso es lo que debíamos hacer como periodistas, no perdernos en la espectacularidad de una imagen, sino en lo que estaba detrás de ella, en lo importante.

García Márquez aparte, Sorela me descubrió Los Miserablesde Víctor Hugo, a Herman Hesseo La Pestede Albert Camus, entre otros grandes escritores. Muchas veces pienso en los personajes de esos libros, ellos también me dieron -me dan- lecciones que aplico en mi vida. Nunca podré pensar en estos libros y personajes sin acordarme de Pedro Sorela. Nunca he podido volver a escribir sin aplicar lo que aprendí de él.