En junio de 1937, la violencia de la Guerra Civil Española se suspendió en un episodio insólito en que ambos bandos se juntaron para beber, jugar al fútbol y fumar. Por unas horas desaparecieron los rencores que, en el 80º aniversario del final de aquella terrible guerra fratricida, aún se utilizan como arma para dividir a españoles anclados en el resentimiento cuando muchos ni siquiera vivieron o sintieron lo que era matarse entre hermanos.

Por Javier González Sánchez

Se cumplen 80 años del final de la Guerra Civil, uno de los periodos más oscuros de la historia española contemporánea. Se calcula que el enfrentamiento costó más de 500.000 vidas entre las víctimas de la retaguardia de ambos bandos y la inmediata represión franquista en la postguerra. Pero cuando la batalla aún no había cumplido un año la muerte se detuvo durante una tarde en la Casa de Campo de Madrid, tal vez de las pocas historias que dejaron un buen recuerdo de esta época.

Hablar de la Guerra Civil todavía es una carta arriesgada en las conversaciones entre españoles. Nos atrevemos a mencionar sus causas, los errores del antes, las 450.000 personas que se vieron obligadas a vivir en el exilio, la represión y el periodo tenebroso al que llevó el conflicto. Pero no es muy común acercarse a los casi 3 años que se siguen recordando con expresiones como “calles manchadas de sangre”, “hermanos que mataban a hermanos”, pero sobre todo se habla de un hambre y una pobreza que casi acaban con el país.

Esto es lo que tenemos miedo de recordar, por eso esos tres años han quedado como “años vacíos” en la memoria de aquellos que sólo se han acercado a la Guerra por libros o por las voces de parientes. Pero la historia no siempre es tan oscura, al menos no en todo momento, y a veces podemos encontrar historias que nos conmuevan hasta entre la pólvora y las balas.

Evacuaciones de zonas cercanas al frente, Madrid. Imagen: Biblioteca Nacional

Tregua, abrazos y coñac en el frente

El 1 de junio de 1937 cerca de trescientos combatientes de ambos bandos dieron un alto al fuego en la zona del frente conocido como Puente de los Franceses. Meses antes el lugar había sido escenario de uno de los episodios más recordados en el bando republicano, donde el ejército había conseguido frenar la entrada de los atacantes rebeldes al grito de “¡No pasarán!”

La Colonia del Manzanares, estaba defendida por soldados republicanos y la tapia de la Casa de Campo estaba ocupada por combatientes de los sublevados. Pese a la negativa de los comandantes republicanos y nacionales cambiaron las armas por botellas de licor y tabaco  y se encontraron en el medio del campo de batalla. La noche anterior, tres soldados habían realizado la propuesta a gritos desde sus trincheras.

“Hoy en este frente somos todos hermanos, bebiendo una botella de coñac con los camaradas que tan buenos son”, se puede leer en una carta que un soldado republicano envió a su novia. El encuentro también incluyó un partido de fútbol. En las declaraciones oficiales, varios comandantes declararon que al llegar al campo de fútbol encontraron a cientos de hombres, que el día anterior habían estado disparándose a matar, intercambiando besos y abrazos; algunos incluso prometieron “no tirar más”. “Es una pena que nos estemos matando entre españoles”, se cuenta que le dijo el líder del destacamento franquista a su homólogo republicano mientras compartían coñac.

“Hacer una paella”

En el frente no era tan extraño que surgieran encuentros no beligerantes entre ambos bandos. Y no sólo en España, uno de los episodios más conmovedores de la Primera Guerra Mundial fue la conocida como Tregua de Navidad, el 24 de diciembre de 1914. Tropas del imperio alemán y el británico comenzaron a cantar villancicos de una trinchera a otra y finalmente se acercaron a la tierra de nadie, el terreno neutral entre ambos bandos, y acabaron intercambiando regalos de Navidad: whisky y cigarrillos.

En España la práctica se realizaba de forma clandestina muy a menudo. Con el riesgo de la pena de muerte, los soldados pasaban a las trincheras “enemigas” y se popularizó estas pausas como “hacer una paella”.

Sin embargo, el partido de la Casa de Campo es uno de los encuentros que tuvo mayor número de participantes y que algunos han recordado con más frescura. Jesús Salas Lirola, jefe de la unidad republicana, participó en la celebración y más tarde acabó siendo condenado a dos años de cárcel.

Entrada de los nacionales a Madrid. Imagen: Biblioteca Nacional

Adiós a un resentimiento sin sentido

David Villacaña, es un joven peluquero de un barrio de Madrid que durante años escuchó historias de veteranos y ancianos, que seguían teniendo muy presente los años de la guerra. Villacaña cortó el pelo a decenas de ancianos, entre los que se encontraba la secretaria del ministerio de guerra republicano, que hablan del conflicto con una profunda tristeza, pero en ningún momento notó resentimiento en sus palabras. “Cuando hablaban de la guerra hablaban del frente, del hambre, de la escasez de agua. Nunca hablaron con odio del adversario”.

El 1 de abril de 1939 acabó por fin el conflicto que dio comienzo a los casi 40 años de la dictadura franquista. Después de ocho décadas el enfrentamiento sigue siendo una herida abierta, creando el término rancio de “Las dos Españas”.

La mayoría de los que sufrieron estos horrores, tanto vencedores como vencidos, han fallecido. El recuerdo que nos queda a sus herederos es una sombra oscura que muchos siguen empleando como arma para acusarse en nombre de personas que abandonaron el resentimiento incluso antes de morir.