La promesa de un referéndum o consulta ciudadana para el 2014, justo en el tricentenario de la caída de Barcelona, excitó aún más el espíritu independentista. Empecé a entender lo que significaba colgar del balcón una esteladao una senyera. Me tocó vivir una Cataluña revuelta e incomprensible”, cuenta la periodista mexicana Laura Martínez Alarcón en esta segunda entrega sobre lo que ocurre en Cataluña.

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En septiembre de 2012, Mariano Rajoy y Artur Mas, entonces presidentes del Gobierno de España y de la Generalitat de Catalunya, respectivamente, se reunieron en La Moncloa para discutir un nuevo pacto fiscal para esta comunidad autonómica. De forma tajante, Rajoy rechazó esta fórmula, similar a la que tiene el País Vasco, al considerar que era incompatible con la Constitución.

Un mes después de aquel “portazo”, y ante la disolución de las Cortes Catalanas para convocar elecciones anticipadas, el presidente Rajoy dio su versión de aquel encuentro. Entonces acusó a Mas de chantaje. “O aceptas el pacto fiscal o te atienes a las consecuencias”, aseguró que le dijo Mas.

Entre dimes y diretes, las cosas fueron llegando a un límite. La maquinaria de propaganda de ambos lados había empezado a funcionar. Tampoco contribuían a calmar los ánimos las declaraciones de ministros del gobierno de Rajoy, como el de Educación, José Ignacio Wert, quien declaraba su interés de “españolizar a los niños catalanes”.

Un amplio reportaje del periodista Iñigo Domínguez para El Paísexplicaba que el fermento independentista se había fraguado entre 2010 y 2012: “en 2010 el Òmnium, institución cultural fundada en 1961 por una élite burguesa catalanista, da un giro histórico hacia la independencia, no exento de traumas internos. En 2012 se crea la Asamblea Nacional Catalana (ANC), la otra entidad que impulsará el movimiento en la calle”.

Algunos afirman que la Diada (Día nacional de Cataluña) de aquel 2012 abrió las puertas de una escalada independentista. Yo llegué a vivir a Barcelona unos días después de la Diada de 2013 y recuerdo que todo el mundo hablaba del más de millón y medio de personas que había cruzado Cataluña de norte a sur en una impresionante cadena humana. La promesa de un referéndum o consulta ciudadana para el 2014, justo en el tricentenario de la caída de Barcelona, excitó aún más el espíritu independentista. Empecé a entender lo que significaba colgar del balcón una esteladao una senyera.

Me tocó vivir una Cataluña revuelta e incomprensible entre convocatorias electorales, elecciones curiosas y sin un claro ganador, así como la llegada de nuevos actores políticos a la escena parlamentaria catalana, como las CUP, una plataforma asamblearia de candidaturas de unidad popular de diversos tonos izquierdistas y anticapitalista. Los cupairesfueron decisivos para evitar la llegada de Mas al poder y siguen jugando un papel clave en la política catalana.

Tras días de intenso trasiego parlamentario y judicial y de acampadas y marchas organizadas por ANC y Òmnium a favor de la desobediencia, llegó el 9 de noviembre de 2014 y tuvo lugar la consulta sobre el futuro de Cataluña, una consulta que cambio de nombre varias veces para evitar que fuera impugnada aunque finalmente el Tribunal Constitucional pidió su suspensión. Según datos oficiales, 2,25 millones de personas participaron en dicha consulta a pesar de haber sido una votación sin validez jurídica. El camino se iba abonando. A cada acción o silencio del gobierno central, crecía el número de catalanas y catalanes que se convertían en independentistas. La falta de iniciativas y propuestas hacia un nuevo diálogo era evidente. La calle seguía ganando el pulso y los políticos eran rebasados por una nueva realidad.

Y la historia continua en la siguiente entrega.