La llegada al poder de Andrés Manuel López Obrador en la situación de violencia extrema que sacude a México recuerda en algunos sentidos a la URSS en su momento de desintegración y a la construcción de un poder incontestable en la figura de Vladimir Putin, según Octavio Isaac Rojas Orduña, autor de este artículo de opinión.

Por Octavio Isaac Rojas Orduña

A pocos meses de la toma de posesión de Andrés Manuel López Obrador como presidente de México, el desolado paisaje de violencia, delincuencia y muerte continúa, ajeno a la esperanza que una nueva alternativa política trae bajo el brazo.

Es de mala educación ser aguafiestas, pero la llegada de AMLO a la presidencia puede provocar la explosión final a la extrema violencia que se vive en nuestro país desde hace años.

La desintegración de la URSS y el México de la transición democrática

Cuando la URSS comenzó a tambalearse y el mundo saludaba la buena nueva de la caída del comunismo, entre las repúblicas soviéticas cundía el pánico ante la certeza de que el descontrol que se desataría por la reconfiguración política del nuevo estado o estados sería despiadada y sangrienta.

En efecto, durante la década de los ’90 e incluso la primera del nuevo siglo se generaron violentos enfrentamientos por el control político, económico, policial y militar entre facciones de auténticos delincuentes y de los funcionarios más ambiciosos del decadente régimen soviético.

Las calles de Moscú, San Petersburgo y de muchas ciudades y provincias interiores rusas amanecían teñidas de sangre mientras que las campañas de Coca-Cola y McDonald’s anunciaban la llegada feliz del capitalismo.

Mientras tanto, en México, desde las discutidas elecciones en las que surgió Carlos Salinas de Gortari como presidente, la irrupción del movimiento guerrillero del EZLN, pero sobre todo el despegue más discreto de los carteles del narcotráfico, se puso contra las cuerdas al estado como único referente en el ejercicio de la fuerza para el control social, económico y político del país.

Los asesinatos de Luis Donaldo Colosio, de José Francisco Ruiz Massieu, de Manuel J. Clouthier, entre otros, junto a la muerte de cientos de militantes del PRD, de guerrilleros zapatistas y de otros movimientos guerrilleros como el EPR, relataban sordamente esta reconfiguración del poder, aunque había una violencia aún más bárbara que aún estaba por desgarrar al país.

El México de AMLO vs. La Rusia de Putin

La violencia de guerrilleros y de políticos mexicanos palideció cuando los cárteles del narcotráfico cobraron plena conciencia del enorme poder que tenían en un momento de gran debilidad de un nuevo gobierno que fue fácilmente amedrentado por las nuevas estrategias de terror y desestabilización social. Los grupos de delincuentes más extremos ya habían dado cuenta de su locura inhumana. Pero sobrepasaron cualquier límite con el asesinato masivo e injustificado de decenas de miles de personas, entre ellas mayores, mujeres y niños, el desmembramiento o la desintegración en ácido de los cuerpos de policías, rivales o de cualquier persona que se cruzara en su camino, la persecución, desaparición y asesinato de periodistas, líderes sociales y políticos, el estado de sitio de pueblos o incluso ciudades enteras ante la pasividad, la complicidad o la impotencia de las autoridades mexicanas.

Mientras tanto, con la llegada de Putin al poder, se implementó una estrategia en varias bandas que tuvo sus luces y sombras.  El ejército y la policía rusas persiguieron y erradicaron violentamente cualquier disidencia en el territorio del país más extenso del mundo.  Al mismo tiempo, se acogió y becó a miles de jóvenes y sus familias de esas zonas atacadas para que pudieran rehacer su vida en las grandes urbes rusas en donde se les podía controlar mejor. Se atajó de raíz cualquier intento de los oligarcas o de intelectuales rusos apoyados por occidente por poner en duda su poder, despojándoles de su riqueza y de su influencia, encarcelándolos e incluso llegando a su desaparición física.

La estrategia de AMLO para México incluye una cooptación parecida a través de programas sociales que prometen miles de millones de pesos a ninis y familias de bajos recursos, mientras que pretende desactivar las hostilidades más sangrienta que un país sin una guerra declarada ha sufrido en la historia moderna con la amnistía y la legalización de la marihuana y la amapola.

Para desgracia de México, la vecindad con Estados Unidos no sólo por ser mayor consumidor de la droga de los cárteles, sino sobre todo por ser el proveedor de armas para la guerra del narco, es la gran diferencia que no permitirá a AMLO pacificar el país tan fácilmente. Ni tampoco se verá una persecución en contra de algunos de los hombres más ricos del mundo que son de nacionalidad mexicana.

A muy grandes rasgos, estas dos situaciones son las que diferencian a un político con un poder omnímodo, cuasi dictatorial, que ha pacificado a plata y plomo a un país tan grande y complejo que se desangraba hace un poco más de 10 años, mientras que a AMLO y su equipo se enfrentan a un reto titánico en el que incluso sus vidas corren peligro.

Si algo llegara a ocurrirles, sería una señal ominosa de que el futuro del país será cada vez más dominado por las trasnacionales de la droga más poderosas del mundo.  Esperamos que no sea así, por el bien personal de los políticos y por el futuro del país.