A punto de cumplir dos semanas desde que se decretó el Estado de Alarma, han muerto cerca de 1.300 personas en residencias de ancianos, lo que supone más del 30% de muertes por el coronavirus. Un final inmerecido para una generación que nos lo ha dado todo.

Texto de Kirian Sánchez Puerta *.

MADRID, España.- La amenaza del COVID -19 planea sobre las residencias de mayores. La cifra de muertos aumenta día a día y cientos de geriátricos se han visto rebasados por el número de contagios.

Nos habían advertido de que la edad iba a ser determinante en esta crisis mundial, pues el envejecimiento reduce la “capacidad de reacción” del sistema inmunológico para responder al virus, que ataca con menos resistencia.

Un gran número de residencias de ancianos no cuenta con el material necesario para cumplir con el protocolo de actuación establecido por el Ministerio de Sanidad para tratar a las personas. En muchos casos, los cuerpos sin vida de ancianos permanecen varios días en una bolsa de plástico antes de que las empresas funerarias los recojan.

La Unidad Militar de Emergencia (UME) ha tenido que intervenir en numerosos geriátricos de toda España debido a la rápida propagación del virus y a la falta de medios con los que cuentan las residencias. Miembros de la UME realizan a diario labores de desinfección que resultan insuficientes o que llegan demasiado tarde en detrimento de quienes trabajan y residen en estos centros.

En la Comunidad de Madrid existe un protocolo por el cual se rige un grupo de geriatras para determinar a quién dar prioridad a la hora de decidir entre quiénes y quiénes tratar, según El País. Cuando una residencia de mayores llama al servicio de urgencias se encuentra con un muro, pues los años de vida útil de la persona enferma y la capacidad hospitalaria de ese momento son dos de los criterios para atender a una persona.

Con los servicios de urgencias desbordados y las Unidades de Cuidados Intensivos colapsadas, nuestros mayores quedan desamparados en caso de contraer el COVID-19, lo que implica pasar sus últimas horas de vida aislados, sin el abrazo de una hija o sin el cariñoso beso de su nieto.

Un final inmerecido: personas mayores

Foto de Adam Nieścioruk: Unsplash

Queda a la deriva una generación de personas que han luchado tanto para que hoy vivamos mejor, que se han dejado la piel trabajando y que nos ha regalado todo su amor, esperando un flotador que nunca llega para poder agarrarse. Y la culpa no es de nuestros sanitarios que están en primera fila batallando contra este virus, ni tampoco de una sociedad que, confinada en su casa, cumple son su misión.

El verdadero problema radica en la falta de infraestructura firme para garantizar la óptima convivencia de nuestros mayores. Faltan medios, profesionales y presupuesto. Sobre todo, falta pasar de las palabras de cariño y dedicación a nuestras personas mayores a los actos con recursos y políticas que hagan efectivos sus derechos.

El ser humano es la única especie que siente miedo por una situación que no ha ocurrido, que no está ocurriendo y que jamás ocurrirá. Una vez que les hemos robado a nuestros mayores una parte de sus pensiones para salvar a los bancos, ahora los dejamos solos en esta crisis sanitaria mundial. ¿Y mañana? Deberíamos temer a un mañana en que será demasiado tarde para disfrutar de una generación que nos lo ha dado todo.

* El autor es periodista y actor