Rabia, tristeza, vergüenza. En el amplio catálogo de emociones, todavía no logro definir lo que siento ante el resultado de las elecciones generales de este 10 de noviembre a pesar del preacuerdo de formar gobierno.

Opinión de Laura Martínez Alarcón.

Que conste que yo no voté. Y no voté porque no tengo la nacionalidad española, aunque ejerzo de ciudadana en este país, todos los días, desde hace más de doce años.

No era tan difícil prever este escenario en un país, España, cuya democracia es relativamente joven, frágil e inexperta. Los egos sobresalen más que las ideas y brillan por su ausencia las propuestas de Estado (con mayúscula) mientras siguen abiertas las heridas fratricidas.

Lo que desconcierta y duele es la fuerza con la que irrumpe la extrema derecha en un parlamento que tendrá que ejercer de equilibrista sin red en una sociedad demasiado crispada. Que se haya permitido el ascenso de un partido que no existía hasta hace tres días es de una enorme irresponsabilidad. Que los partidos supuestamente de “centro derecha” (sea lo que eso signifique) hayan pactado gobiernos tan importantes como los de Madrid y Andalucía con la ultraderecha es de una imprudencia temeraria. Es un disparate que ciertos medios de comunicación y programas de televisión, como El Hormiguero, hayan “blanqueado” la fachada de unos cavernícolas.

En el conjunto europeo, España había logrado mantener a raya a los grupos de extrema derecha… hasta el domingo. Ahora, a ver cómo y quién podrá desactivarlos y reducir su influencia. Espero equivocarme pero, desgraciadamente, no tardarán en incrementarse los insultos racistas y xenófobos hacia los inmigrantes (una de las obsesiones de Vox), aumentarán los casos de violencia de género (otra obsesión porque para ellos no existe), intentarán tumbar todos y cada uno de los derechos sociales que se han logrado con tanto esfuerzo en este país. Inmigrantes, mujeres, comunidad LGTB… es momento de cuidarse. Espero equivocarme, pero no lo parece.