El Covid-19 llegó a trastocar toda nuestra existencia y a demostrar que los seres humanos somos falibles, cometemos errores, nos equivocamos más de lo que creemos, declaramos cosas de las que luego nos arrepentimos, metemos la pata. Somos HU-MA-NOS.

Opinión de Laura Martínez Alarcón.

La peste negra que amenazó la vida de los ciudadanos de Florencia en 1348, y que sirvió de inspiración a Boccaccio para escribir El Decamerón, ya distinguía a dos tipos de individuos: aquellos que se confinaban y cortaban toda relación con el mundo exterior por temor al contagio, y otros que, “opinando lo contrario, decían que el gozar y el beber mucho, y el andar solazándose, y el satisfacer todos los apetitos que se pudiese, y el reírse y burlarse, era medicina infalible contra el mal”.

Aquí vuelan a mi mente las imágenes de los recientes bañistas de Acapulco, o el matrimonio madrileño con sus tres hijos menores de 6 años y la asistenta en la playa de Xàbia. No hay nada nuevo bajo el sol, decía otro clásico, el Eclesiastés.

El coronavirus ha venido a cambiar la vida de todos nosotros. Lo creíamos remoto y ajeno, algo que solo pasaba en otras latitudes y a ciertas personas por andar comiendo cosas raras. De pronto, se instaló en nuestras casas y en nuestras vidas. No hay manera de ignorar a esta partícula invisible que ha logrado detener al mundo en un abrir y cerrar de ojos.

Aquí en España, allá en nuestro querido México; en Italia, Corea, Gran Bretaña Estados Unidos o China, el Covid19 llegó a trastocar toda nuestra existencia y a demostrar que los seres humanos somos falibles, cometemos errores, nos equivocamos más de lo que creemos, declaramos cosas de las que luego nos arrepentimos, metemos la pata. Somos HU-MA-NOS.

Sin embargo, hay muchos que todavía no se han dado cuenta. Me inquieta la saña, el odio y la mezquindad que, a veces, se descarga contra todo tipo de conocimiento científico. Se empieza por no tomar en serio lo que los expertos epidemiólogos dicen, día sí y otro también, y termina en la visión negacionista de partidos políticos como VOX o de gobiernos como el de Trump.

Por el lado de los ciudadanos, me preocupa la falta de civismo y exceso de inconsciencia (y de inquina, también), cada vez que me llega un Whatsapp con alguna estupidez que pretende ser “chistosa”. Llámenme pesada, pero… ¿es necesario subir a las redes sociales todas las idioteces que se publican? ¿De verdad, no es posible tomarse un minuto de tiempo antes de enviar memes y demás basura? ¡Es un minuto de reflexión, no más!

Perdida la batalla, solo me queda apelar a una simple acción: ponerse en los zapatos de los demás. Para quienes se han convertido en epidemiólogos, estrategas, o expertos en gabinetes de crisis en cuestión de semanas, solo les recuerdo que “mucho ayuda el que no estorba”.

Aprendan –si ya lo olvidaron- a informarse, a reflexionar –si nunca lo hicieron-, a criticar con argumentos sólidos y fiables las medidas y acciones que han debido tomarse para no perjudicar más la vida de todos nosotros.

Nos creíamos invencibles y nos equivocamos. Hoy, miércoles 1 de abril del 2020, España supera los 100 mil contagiados (el Estadio Azteca casi a tope) y registra más de 10.000 muertes, con más de 800 por sexto día consecutivo. Italia alarga el confinamiento diez días más (para ir haciéndose a la idea) y en Bélgica, la Sociedad de Gerontología y Geriatría ha emitido una directiva señalando que las personas mayores y más débiles que contraigan el coronavirus deben morir en las residencias de ancianos en vez de ser hospitalizadas. ¿Quién será el próximo Boccaccio que se atreva a escribir un nuevo Decamerón?