En este estado de confinamiento y soledad, los escritores han encontrado el anhelado tiempo para ‘escribir sin que nada ni nadie los moleste’, como afirma Acoyani Guzmán Bárcena, autora de este artículo. Pero nada es tan simple en un mundo habitado por fantasmas y demonios, sobre todo dentro del propio escritor.

Texto de Acoyani Guzmán Bárcena *.

“El mapa no es el territorio”. Alfred Korzybski

MADRID, España.- En este mundo moderno nos solemos repetir la idea de que “si tuviéramos más tiempo libre, haríamos una serie de cosas que hasta, el momento, el sistema no nos ha permitido hacer”.

En el caso de los padres, pasar más tiempo con los hijos, en el caso de los niños, jugar. Estar más con la persona amada, comunicarse mejor con alguien del pasado con quien las cosas han ido mal, retomar contacto con familiares lejanos, leer una novela a medias que hemos dejado por allí, ordenar la casa, tirar las cosas inservibles, arreglarnos de otro modo el cabello, cambiar de hábitos, alimentarse saludablemente, tener una rutina de ejercicio, meditar, investigar sobre algún tema que siempre nos ha llamado la atención, sentarse en el sofá simplemente a hacer nada, darse un momento de soledad para reflexionar, para llorar incluso, para pedirse perdón, para hacer las paces con el mundo. En el caso de los escritores, anhelamos tiempo para escribir sin que nada ni nadie nos moleste.

Las distracciones externas que suelen rondar en el caso de estos últimos son excesivas: reuniones poéticas, presentaciones de libros, entrevistas, trabajos alternos para poder sobrevivir, creaciones de proyectos sociales/culturales que necesitan horas de convivencia y de escucha para ponerse de acuerdo, fiestas que nos alejan de bloqueos literarios y a veces nos revelan el siguiente párrafo de algún texto sin terminar. Etc., etc., etc.

Ese es el mapa que nos habita y el territorio que deseamos ha estado sin poder dibujarse en nuestras vidas desde que nacimos hasta ahora. Lo interesante es que el fenómeno actual, si bien nos juega (en el mapa) aparentemente a favor, es muy diferente a la realidad que cada uno vive (el territorio). Si bien el acto de escribir es un contacto que nos enfrenta con nuestros más amados ángeles, también nos pone en el rostro a nuestros demonios. Y va dependiendo de cada poeta, cuándo se siente preparado para jugarlos, desenrollarlos, usarlos en su lenguaje y plasmarlos en el papel. Digamos que el territorio es decisión anárquica de cada letrado, y no una imposición causada por una pandemia mundial.

Que tire la primera frase el escritor o la escritora que, desde el primer día de confinamiento, haya podido poner en armonía todas sus herramientas emocionales, físicas y espirituales al punto de estar escribiendo, escribiendo y escribiendo por lo menos unas seis horas de las veinte y cuatro que tenemos.

Sugiero que la mayoría estamos irremediablemente agradecidos por esta oportunidad que nos ha regalado la vida: un escritorio dispuesto en todo instante para que nosotros lleguemos a sacarle todo el filo a la literatura que llevamos intrínseca en las venas. Pero supongo que también es una constante presión social e íntima que nos desafía desde las cavernas hasta el capitalismo, pues si bien el mapa presente que tenemos en nuestras manos difiere del territorio, no dejan de ser demasiado parecidos como para poder hallar y distinguir sus diferencias, al igual que el juego de “busca las diez diferencias en el gato”.

Alfred Korzybski, creador de la frase “el mapa no es el territorio”, ponía de ejemplo un campo de batalla (territorio), medidamente estudiado en su mapa, al que llegaron los soldados sin contar con una fosa en la cual cayeron dentro. Siguiendo esta metáfora, considero que los escritores hemos caído en el más profundo de los pozos, lo cual también abre una cantidad infinitas de posibilidades. Es este agujero el que nos puede permitir, como Alicia en el país de las maravillas, llegar a un mundo nuevo lleno de personajes y matices. También puede ahogarnos si dentro de este abismo imaginamos una tormenta estilo Arca de Noé, aunque a lo mejor esa lluvia interminable puede hacernos flotar para salir a la superficie y recorrer el «mapa» que siempre hemos observado fuera del «territorio». Me quedaría con la fosa de Korzybski, ese espacio insospechado en la cartografía de la ilusión, de estar en soledad para escribir. Pues queridos compañeros de las letras, allí estamos ahora, encontrando un tesoro que no estaba dibujado en nuestro plano. ¿Esperamos la tormenta? ¿O vamos tras el conejo?

* La autora es poeta, escritora y actriz mexicana que reside en España