Recuerdo como si fuera ayer una vez de tantas que esperaba entre la multitud para que me dejaran entrar con mis amigos a la discoteca en la Ciudad de México. Gritábamos el nombre del cadenero o portero, como se le llama en España, en un absurdo concurso para que nos mirara y se acercara a preguntarnos cuántos éramos.  

Después de varios minutos, este hombre alto y fornido con cara de pocos amigos se me acercó para preguntarme en voz baja quiénes me acompañaban. Le señalé a mi grupo de amigos. A los pocos segundos se me acercó y me susurró al oído.

“Todos menos tu amigo el moreno”, me dijo. Tenía que haberle respondido “¿Cuál? ¿El que es de tu mismo color?”, pero no tuve la agilidad mental necesaria para hacerlo. Tampoco tuve la integridad de irme con todos mis amigos a otro lugar para nunca volver.

Terminó mi adolescencia en México y me fui a estudiar la universidad a Indianápolis, en Estados Unidos, donde observé otras manifestaciones de racismo, aunque pocas veces contra mí porque “no parezco mexicano”. But you don’t look Mexican, se apresuraban a decir en un esfuerzo visible por tranquilizarme y por diferenciarme de los que sí parecen y que cruzan la frontera a nado o a través del desierto.

Los mexicanos no ganan medallas en las Olimpiadas porque están en Estados Unidos todos los que saben correr, nadar y saltar, me dijo a modo de chiste un compañero de equipo que tuvo que salir corriendo al ver que no me hacía mucha gracia.

En España me ha ocurrido algo similar. Detectan un acento distinto y, cuando me preguntan de dónde soy, aseguran que parezco más rumano, polaco, ruso, ucraniano o búlgaro que mexicano.

Imagen que parodia el racismo en México

Me cansa repetir que en México hay diversidad étnica y que ha habido mestizaje a lo largo de siglos de historia, antes de decir que en mi familia paterna hubo españoles e italianos. A veces me pregunto para qué pierdo el tiempo si lo mismo me pasa con mexicanos que me preguntan si España es un país racista.

Aunque no he sentido racismo dirigido contra mí en mis años en Madrid, mentiría si dijera que no hay racismo en España.

Un día, alguien me dijo que me regresara “a mi puto país” por expresar en Facebook mi punto de vista sobre la monarquía. A un conocido, bajito y de piel muy morena, lo detuvo la policía en repetidas ocasiones en la boca del metro para pedirle sus papeles. Organizaciones como SOS Racismo han denunciado la existencia de perfiles raciales para pedir la documentación de personas. Pese a las presiones de estas organizaciones aún se mantienen los Centros de Internamiento para Extranjeros (CIE), donde viven aislados a la espera de una posible expulsión centenares de personas, muchas de ellas sin haber cometido más que faltas administrativas.

Se producen devoluciones en caliente de inmigrantes y se han producido atropellos contra seres humanos que llegan desde la frontera Sur con África. Se persigue la ilegalidad de los vendedores ambulantes subsaharianos con una contundencia que no se aplica para perseguir y castigar ilegalidades más graves desde cualquier perspectiva humana. Se han denunciado delitos de odio como el botellazo que una mujer le propinó a un “negro de mierda” al que después espetó que podía matarlo con impunidad, como cuenta el diario El País.

He visto a una niña de menos de diez años gritarle “guachupino” y “tiraflechas” a un árbitro de fútbol aficionado ante la celebración y risas de sus padres en la grada; en distintos contextos sociales he escuchado barbaridades sobre “los panchitos”, “los sudacas” y “los negros”.

Suelen excluir a los mexicanos de estas categorías porque se nos considera, para nuestro recurrente orgullo patriotero, “inmigración cualificada”, como si nos convirtiera en people de primera estudiar másters y doctorados, trabajar con con contrato, tener nacionalidad por vínculos familiares o por haber obtenido la residencia tras gastar 500.000 euros en una vivienda. Esta realidad contrasta con la de nuestros paisanos en Estados Unidos, que viven la misma situación que los inmigrantes a los que ninguneamos con orgullo de “mexicanos cualificados”.

El ruido mediático de desgracias como la muerte de dos senegaleses en el barrio de Lavapiés eclipsa la convivencia vivida en equipos interculturales de fútbol con italianos, senegaleses, españoles, mexicanos, paraguayos y de otros países. Tanto en España como en México y en Estados Unidos he detectado personas, actitudes y conductas racistas por parte de personas. Existe el racismo en México entre mexicanos y contra centroamericanos, en Estados Unidos contra todo lo que no sea WASP (blanco y anglosajón), en España contra árabes, latinoamericanos y africanos subsaharianos. Y existe el racismo institucional en los tres países donde he vivido.

Sospecho que ocurre lo mismo en casi todo el mundo. Se utiliza el color de la piel o la nacionalidad para legitimar la discriminación de clase, de nivel educativo o de otros indicadores de status social. No tiene sentido, en cualquier caso.