“Mientras algunos siguen esperando a que el régimen de Maduro dé una salida pacífica al conflicto, la Historia llama a la puerta con fuerza en Venezuela”, dice el historiador y analista, Fernando J. Padilla Angulo, que en este artículo analiza este terremoto político y la postura de los gobiernos de México y España.

 

Opinión de Fernando J. Padilla Angulo.

América está viviendo la mayor crisis política de los últimos años ante el probable fin del régimen socialista en Venezuela. El presidente de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó, se proclamó presidente interino de la República el 23 de enero, por considerar que Nicolás Maduro ganó de forma fraudulentaente las últimas elecciones presidenciales, en mayo de 2018. De este modo, Guaidó y la Asamblea Nacional, controlada por la oposición y no reconocida por el Estado, se enfrenta a Maduro y la asamblea constituyente, surgida a su vez de las elecciones de julio de 2017, que fueron boicoteadas por la oposición ante la falta de garantías de transparencia. La cúpula de las fuerzas armadas es leal a Maduro pero, en los últimos meses, oficiales y suboficiales han protagonizado numerosos hechos de armas contra el Gobierno. Por ahora, la crisis política generada se ha trasladado a las calles, cobrándose hasta la fecha decenas de muertos y centenares de detenidos. Por mucho que repugne, la violencia va a ser, de nuevo, el motor de cambio en Venezuela.

No es la primera vez que el régimen se tambalea. En abril de 2002 un golpe de Estado apoyado por Estados Unidos y España se saldó con 19 muertos y el regreso de un fortalecido Hugo Chávez. Más recientemente, de abril a agosto de 2017, las protestas contra el régimen se cobraron la vida de más de cien personas y la respetabilidad de las fuerzas contrarias a Maduro, por avenirse a participar en unas elecciones regionales amañadas por el Consejo Nacional Electoral madurista en octubre de 2017. De este modo, tiró por la borda la legitimidad acumulada por su victoria en las elecciones parlamentarias de diciembre de 2015.

Esta es la situación en Venezuela, pero la batalla que se plantea se dirime también más allá de sus fronteras. En primer lugar, la rivalidad entre Estados Unidos y Rusia juega un papel clave. Estados Unidos ve con preocupación la creciente influencia rusa en Venezuela por su proyección en el Caribe y Centroamérica. Como apunta el analista y coronel español en la reserva Pedro Baños en Cómo se domina el mundo(2017), Moscú se ha convertido en el principal proveedor de armas y créditos de Caracas. Según el propio Maduro, Rusia ha invertido unos 6.000 millones de dólares para hacerse con la explotación de grandes reservas de oro y petróleo venezolano. La presencia de dos bombarderos con capacidad nuclear el mes pasado en Venezuela no ha hecho sino alimentar las sospechas acerca de la posibilidad de la instalación de una base militar rusa en el país caribeño.

A nivel regional, Caracas está cada vez más aislada en Iberoamérica. Apenas puede contar con Nicaragua, Bolivia y Cuba. Países como Colombia, Brasil, Ecuador, Perú o Argentina, hasta hace poco aliados, se muestran hoy hostiles al gobierno venezolano tras las recientes victorias electorales de fuerzas liberales y conservadoras. Además, el éxodo de cuatro millones de venezolanos se ha convertido en un problema de primera magnitud para Colombia y Brasil. En este sentido, los países reunidos en el Grupo de Lima y la Organización de Estados Americanos (OEA) han identificado el régimen de Maduro como un problema que necesita solución.

México se ha desmarcado de esta posición, y no debe sorprender. Desde su independencia, se ha mantenido habitualmente al margen de las iniciativas políticas regionales propuestas desde América del Sur. La frontera norte ha demandado su atención. Por otro lado, la diplomacia mexicana se guía por la Doctrina Estrada, formulada en 1930, de no injerencia en la política interior de otras naciones. Ésta evita a López Obrador tener que condenar un régimen al que le une una afinidad ideológica de la que no puede renegar. Su proyecto político para México así se lo exige.

El único gran aliado que le queda a Maduro es Cuba, que a partir del acceso de Hugo Chávez al poder en 1999 logró poner el petróleo venezolano al servicio de la revolución comunista en la isla. Según Luis Almagro, secretario general de la OEA, no menos de 22.000 cubanos han infiltrado los puestos clave de la seguridad en Venezuela. Sin embargo, el analista cubano Carlos Alberto Montaner advierte de que La Habana podría estar preparando su salida ordenada del país al no verse capacitada para evitar la caída de Maduro. Caracas se va quedando sola.

Por su parte, la Unión Europea (UE) se limita a amenazar con sanciones y a pedir elecciones libres, limpias y transparentes a un régimen que lleva años manipulando comicios a su antojo. La UE parece confiar en que Maduro, en un arrebato de convicción democrática, se suicide políticamente a cambio de nada.

A esta débil posición contribuye la actitud del Gobierno español, que declina ejercer el papel de liderazgo en las relaciones entre la UE e Hispanoamérica que le corresponde por sus vínculos históricos y culturales. Intereses empresariales aparte, se calcula que unos 200.000 españoles viven en Venezuela, y unos 300.000 venezolanos residen en España. Esta posición del gobierno socialista quizás se deba a que depende del apoyo parlamentario de Podemos, cuyos cuadros de mando se formaron en Caracas bajo la dirección de Hugo Chávez y el socialismo del siglo XXI para asaltar los cielos. Comentario aparte merecerían las maniobras del expresidente José Luis Rodríguez Zapatero a favor de la continuidad de Maduro en el poder.

Por último, en Venezuela se libra una lucha entre la Nación y el Estado, que en los regímenes despóticos suele ser violenta. El Gobierno reprime el acto de soberanía de la Asamblea Nacional, formada por los representantes del pueblo venezolano. Mucho se viene discutiendo acerca de la legitimidad, o falta de ella, de la proclamación de Guaidó como presidente de Venezuela. Más allá de las llamadas a la calma y a la petición de elecciones a una tiranía, que a nada comprometen, la fuerza de los hechos que están por venir marcará el futuro de millones de venezolanos. Más allá de los intereses geoestratégicos y las alianzas políticas, el futuro de Venezuela se juega en sus calles.

El derecho del pueblo a rebelarse contra el tirano ha sido tratado abundantemente por el pensamiento político cristiano. Santo Tomás de Aquino o el padre Juan de Mariana, entre otros, consideraron legítimo el tiranicidio cuando el gobernante ponía en peligro derechos naturales de sus gobernados, tales como la integridad física, la propiedad y la libertad. Todos ellos están amenazados en Venezuela. Según una encuesta realizada en 2017 por las tres principales universidades del país ante la falta de datos oficiales fiables, el 87% de los venezolanos vive en la pobreza, causando que el 64% de la población haya perdido más de 11 kg de peso. Además, tiene una de las tasas por muerte violenta más altas del mundo, con más de 26.000 casos reportados en 2017. Ante este panorama desolador, más de cuatro millones de personas han huido de Venezuela, en el que es el mayor éxodo en la historia contemporánea de América.

El despotismo está preñado de violencia al negarle espacio a la libertad política colectiva. El rencor y la desesperación acumulados por el pueblo durante años dieron mala muerte a Mussolini en 1945, a Trujillo en 1961 y a Ceaușescu en 1989, entre otros tiranos. Mientras algunos siguen esperando a que el régimen de Maduro dé una salida pacífica al conflicto, la Historia llama a la puerta con fuerza en Venezuela. Sic semper tyrannis