Nuestro colaborador Alejandro Arriaga cuenta en esta impactante crónica mestiza cómo mucha gente era internado en el mundo de “los locos” por padecer “locura moral”.

Me detengo unos segundos, el sol de mayo se funde en la espalda y apremia la sombra. Además, las partículas suspendidas, los IMECAS[1] y los enloquecidos cláxones de los sicóticos conductores, hacen del aire de la ciudad de México una eterna contingencia. A mi lado, el mercado de Mixcoac, según el gobierno se llama “Pino Suárez”, pero “el pueblo” manda. Entro, y un desfile de periódicos me escolta y de entre ellos, un nombre sobresale, Debanhi. Comienzo a sentir una ligera frescura mientras me deslumbra el orden y la pulcritud de aquel lugar. Me hago de un refresco y pienso en la locura de los autos, el bullicio que dejé atrás y la tragedia de Debanhi. “El país está imbuido con algo de la obscura insensatez del antiguo inquilino de la colonia Mixcoac”, pienso. A tan solo unas cuadras, donde ahora hay escuelas, complejos habitacionales y hasta un Walmart, todavía a mediados del siglo pasado, se erguía una colosal construcción Porfiriana.

Esta colonia atestiguó uno de los proyectos más ambiciosos del Porfiriato, una institución para el cuidado de los desfavorecidos mentales, un manicomio. Tal idea, tardó 24 años en llevarse a cabo, fueron tres ingenieros los involucrados, Echegaray, de la Barra y el “junior” de Don Porfirio, entre ellos le dieron vida a un complejo de 25 edificios repartidos en 9 cuadras, lo que sumaba casi 100,000 m2[2], un monstruo. El lugarcito tomó el nombre de la hacienda a la que pertenecían los terrenos y apareció en la vida mexicana en 1910, solo unos meses antes del estallido Revolucionario.

Recuerdo la primera vez que oí hablar de la Castañeda. Un lejano tío, doctor, andaba entre los “loquitos”, como les decía con cariño mi abuela Flora Francisca, cuando algún enajenado creyéndose Zapatista asestó tremendo golpe de machete a la mano del pariente, sacándosela de cuajo junto con tremendos alaridos. El cuento es nebuloso y arroja grandes incógnitas, la mayor ¿Un machete en manos de un doliente? Increíblemente, la historia de aquel lugar de excesos y vicios hace posible aquel relato familiar. Aquellos “loqueros” se esforzaban, imagino, pero la fuerza de la corrupción, ignorancia y discriminación, se impuso. Hay un padecimiento que ha llamado mi atención y me ha seguido junto con la imagen de aquella mano rebotando entre barrotes y delirios: La Locura moral.

¿Qué era eso? Pues todo aquello que llevara, en especial a las mujeres, a escoger el mal por encima del bien aun cuando los diferenciaran. Este “padecimiento” se puso de moda a principios de aquel siglo y lo impusieron sin cortapisas a toda mujer que no obedeciera. “(…) Teresa también mostraba mal carácter y proclividad a salirse de su casa para vagar con libertad por las calles. Ella no respetaba ni obedecía a nadie [3]. Teresa, era una interna. Oigan este otro relato: “Rita C. violó reglas fundamentales de conducta femenina cuando, después de llegar a La Castañeda (…) empleó un lenguaje obsceno para describir como su esposo la había engañado varias veces. Para vengarse, ella también lo había engañado [4]”. Y ¿Cómo diagnosticaron a tan lepera señora?: “celos violentos”, que se relacionaban con una deficiencia en su sentido moral. También a las mujeres homosexuales las mandaron a tan ignominiosa categoría y lo definían como “una locura de dos, un desequilibrio mental especialmente agudo en la presencia de otra persona[5]. Y de mayor asombro, las actividades intelectuales en mujeres, fueron consideradas parte de este amplio y retorcido padecimiento.

Al detenerme un poco en los ya funestamente famosos casos mexicanos de mujeres desaparecidas o asesinadas vilmente, escucho ciertos ecos de aquel pasado de locura en muchas opiniones. Comienzan con circunloquios previsibles sobre la vestimenta, la hora, el estado de intoxicación y demás “rasgos” que cumplían las mujeres antes de ser violentadas o asesinadas, y que refieren invariablemente a la moral de las mujeres, a este actuar de la “mujer enferma” qué incluso distinguiendo el bien del mal, decide irse por el mal y actuar en contra de aquello que se espera de una buena mujer.

El edificio de La Castañeda fue sentenciado a desaparecer en 1968 y “pasado a garrote vil” en 1969. De aquello sobrevivió su “fachada”, esta fue rescatada por un señor llamado Arturo Quintana, quien la compró y con ayuda de un arquitecto de apellido Lugo, fue llevada piedra a piedra a los pies de los volcanes, a un pueblo llamado Amecameca. A pesar de haber desaparecido hace medio siglo, La Castañeda nos sigue intoxicando con sus susurros de ignorancia, de corruptelas indecibles, de roles de género arcaicos y tufos de moralidades perversas que daban forma al engendro de la Locura Moral. Estos llegan a nuestros días en forma de supuestos inútiles e insanos, sobre el cómo debe de ser o comportarse una mujer para que no la violen, violenten o asesinen “delincuentes de ocasión”. Las locuras de La Castañeda siguen acechando el buen juicio de algunos, ojalá podamos destruir por completo aquellas reverberaciones del pasado con la claridad de la inclusión, equidad y respeto. Respiro el mercado de Mixcoac, los mariscos son la especialidad, el calor me aleja de ellos y me prometo regresar en épocas más frías para repostar allí luego de una visita a las pequeñas ruinas de Mixcoac.

[1] IMECA Índice Metropolitano de la Calidad del Aire.

[2] Datos tomados del libro: Garza Rivera, C. 2010, La Castañeda Narrativas dolientes desde el Manicomio General. México, 1910-1930. Ed Tusquets Editores México, S.a. de C.V.

[3] Idem pag. 140.

[4] Ídem pag. 141.

[5] idem