Acoyani se dedica al teatro en Madrid, donde dirige su obra Todos los caminos conducen al narco, y Araucaria a la música en Santiago de Chile, donde dirige talleres de son jarocho. Nacieron como han llamado a su dúo artístico: del mismo vientre. Aunque las separa la geografía, hace unos días las volvió a unir la pasión por el arte y el talento en un recital en la inauguración del altar de muertos en el Museo de América.

MADRID, España.- Según a cual de las dos mellizas se le pregunte, tenían 9 u 11 años cuando emigraron con sus padres a Chile, donde nació su padre, pero volvieron para estudiar a su México natal, donde también nació su madre. Acoyani estudió Teatro en el Centro Universitario de Teatro de la Universidad Nacional Autónoma de México, mientras Araucaria estudió Bellas Artes en el Centro Nacional de las Artes (CNA) y en el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA).

Aseguran que su vena artística les viene de su abuela materna, que bailaba tap, aunque también de su educación en la escuela Bartolomé Cossío, que sigue el método Freinet, parecido según ellas al Montessori en cuanto a que estimula la creatividad y enseña a los niños a pensar más que a memorizar y almacenar datos.

Recuerdan con nostalgia la época universitaria en la que vivieron juntas.

En sus cumpleaños se producía una divertida mezcla de músicos y actores que presagiaban el reencuentro de las mellizas que se acaba de producir.

El viaje de Araucaria a Madrid les permitió materializar su sueño de unir talentos artísticos en un proyecto común que han llamado Del mismo vientre. Debutaron con un recital que combinaba música y poesía en el Museo de América el día de la inauguración del Altar de Muertos de la Colonia Mexicana en Madrid.

“La poesía y la música son lenguajes que vuelven a convivir muy bien. Tienen algo de presente”, dice Araucaria.

Teatro que denuncia la violencia en México desde una óptica femenina

El teatro es una representación de la vida y una puerta astral para hacer lo que quieras. Antes era más ritual, pero lo he retomado en mi obra”, dice Acoyani Guadalupe Guzmán Bárcena, que hace unos años escribió el guion de una obra de teatro para presentarlo a un concurso que tenía el muro como tema central. No ganó pero un día la sacó del cajón, le añadió escenas, la pulió y la mandó a editoriales para su publicación. Un primer “fracaso” se convirtió en la misma Todos los caminos conducen al narco que ella dirige y que seis actrices representan todos los sábados de noviembre, a las 20:00, en el teatro Nave 73 (c/ Palos de la Frontera, 5). Está tanteando otros teatros para después de noviembre. Asegura Acoyani que la obra tiene partes muy rituales.

La escenografía consiste en dos altares, uno a la Santa muerte y uno al Santo Malverde; en el escenario hay una estrella de ritual con la que se juega durante toda la obra. He rescatado ese ritual a un contexto actual de nuestro país”, dice la dramaturga mexicana. Como parte ritual destaca también que se ofrece tequila y mezcal al público durante toda la obra.

Acoyani tiene también arte para las familias con niños, a las que invita los mismos sábados por la mañana a disfrutar de Bú, una obra de teatro para bebés de entre seis meses y niños de cinco años. Acoyani manipula las 17 marionetas de la obra durante la obra de 30 minutos de juego y canto con las ballenas y el lenguaje de los delfines en un “pedazo de océano” que se descubre poco a poco.

Además de teatro, Acoyani se ha adentrado en el mundo de la poesía. En las próximas semanas tiene previsto publicar Para volverse pájaro, su primer poemario con más de 60 poemas, editado por La Poesía Mancha.

Araucaria: música en las venas

Araucaria asegura que la música es el mejor invento del ser humano porque te permite jugar con las frecuencias físicas y porque no es representativa, sino un fruto de nuestra creación.

La música es lo mejor que me ha pasado en la vida. Es un lenguaje que te permite estar en el presente en un momento en que eso cuesta tanto trabajo. Te permite relacionarte con otros músicos, lo que genera vínculos muy fuertes”, dice por su parte Araucaria, que destaca además la posibilidad de crear a partir de una fusión de géneros e instrumentos. Ella es flautista, toca el saxofón e instrumentos mexicanos para tocar son jarocho, una de las pasiones que contagia a los alumnos en sus talleres en Santiago de Chile, donde vive. También baila jarana y zapateo típico de Veracruz.

“El son jarocho es adictivo, un género amable e inclusivo, aunque pueda llegar a ser complejo.

Sub-dirige también el elenco de música de la Compañía Folclórica de Santiago, lo que la llevará en junio a Veracruz.

Está contenta en Chile, pero lamenta las dos décadas perdidas por una dictadura militar que configuro lo que ella denomina “un sistema neoliberal perfecto” que ha vendido todo a empresas extranjeras.

“Es muy parecido al sistema estadounidense, donde todo se ha privatizado. Puede ser el país más seguro de América Latina, pero todo el mundo está endeudado”, dice. Aunque asegura que hay poco apoyo público a la cultura, destaca como esperanza el incipiente movimiento underground que ha encontrado en el mundo de la cultura en Chile.

Acoyani y Araucaria no saben cuándo volverán al mismo vientre artístico para desplegar juntas su talento, pero cada una seguirá con proyectos relacionados con su más grande pasión: el arte.


Imágenes del recital: Carlos Miguélez Monroy

Imágenes de la obra: Acoyani Guzmán