“El combate más difícil de su vida no fue en el campo de batalla, sino en la vida diaria. Fue una contienda silenciosa y lenta cuya gran victoria fue convertirse en varón, negando su anatomía corporal de mujer”. Segunda y última parte de la historia de Amelio Robles, una mujer de la Revolución Mexicana.

 

Amelio Robles era apuesto. A muchas mujeres les gustaba su gallardía y natural elegancia. Sostuvo relaciones de pareja con varias, pero fue con Angelita Torres, una mujer originaria de Apipilulco y dueña de varias propiedades, con quien se casó y adoptó a una niña llamada Regula. Jamás dudo de su identidad masculina.

De hecho, si alguien se atrevía a decirle “doña Amelia” o “señora Robles”, la bilis se le subía a la cabeza y a punta de pistola conminaba al atrevido a que lo llamara “mi coronel”.

Ganar su lugar en el mundo y el respeto de la gente, no fue nada fácil para Amelio Robles. Un extraordinario ensayo de la historiadora Gabriela Cano (Inocultables realidades del deseo, en Género, poder y política en el México posrevolucionario) ilustra la dificultad que experimentó en carne propia a través de varias anécdotas.

Una de ellas cuenta que, en una ocasión, varios individuos tenían la intención de avergonzarlo públicamente revelando “su secreto”. ¡Pobres! Lo que ellos no sabían es que el coronel era de armas tomar -nunca mejor dicho- y que no le temblaba la mano para disparar a quien intentara deshonrarlo.

En la trifulca, Robles mató a dos sujetos y el resto se dio a la fuga. Fue encarcelado en el penal de Chilpancingo. En opinión de Cano, el encarcelamiento debió acarrearle la humillación adicional de estar recluido en la sección de mujeres.

Algunos medios de comunicación de la época intentaron hacer sensacionalismo con su particular historia. En una entrevista realizada en 1927, el periodista Miguel Gil del periódico El Universal lo describe así:

“No tiene un pedacito femenino, ni en el aire de su risa, ni en la mirada de sus ojos; ni en el modo de ponerse de pie, ni en la forma de expresarse, ni en el timbre de su voz. La forma de usar el saco, los pantalones y el sombrero ladeado un poco a la izquierda y puesto con garbo no eran sino indicio de masculinidad”.

El combate más difícil de su vida no fue en el campo de batalla, sino en la vida diaria. Fue “una contienda silenciosa y lenta cuya gran victoria fue convertirse en varón, negando su anatomía corporal de mujer”, acota Cano.

Lejos de la vida militar, Amelio se dedicó a la agricultura, la ganadería y la organización agraria. A los 66 años, comenzó a realizar trámites ante la Secretaría de la Defensa Nacional para ser admitido como veterano, y no veterana, de la Revolución Mexicana.

A pesar de que su partida de nacimiento original indicaba lo contrario, su expediente personal en los archivos militares incluía un documento falso, proporcionado por él mismo, donde se certificaba que había nacido como “niño”. Veinte años más tarde, le fue concedido el nombramiento de Veterano de la Revolución. Podría afirmarse, pues, que se convirtió en la primera persona transgénero en ser reconocida por el Estado mexicano.

Durante su larga vida, construyó el cuerpo anhelado. Batalló como nadie para ganarse el respeto y la aceptación de los demás. Sin tener otros ejemplos ni modelos a quienes imitar, luchó cada día para vivir como había querido. Y, como todo ser humano no exento de dudas ni contradicciones, fue un hombre a carta cabal hasta el último minuto de su vida.

Algunos testimonios afirman que el día de su muerte, acaecida el 9 de diciembre de 1984, a los 95 años de edad, el coronel Amelio Robles Ávila pidió dos últimas voluntades: ser despedido con honores por sus méritos militares y que la vistieran de mujer para presentarse ante Dios. Esto último no está absolutamente confirmado. Conociéndole el carácter, tampoco parece ser verdad.


Pulsa aquí para leer la primera parte de este artículo sobre la vida de Amelio Robles.