Mientras el Covid-19 parece sofocarse en algunos países, nos bombardean con imágenes y videos de manifestaciones en todo el mundo motivadas por George Floyd en un bucle informativo que parece no tener fin y que nos vuelve insensibles ante la tragedia. “La costumbre amortigua la sensibilidad”, según una frase atribuida a Kant.

Por Andrea Romero Santos *.

Comenzó 2020 con la expectación de los Juegos Olímpicos de Tokio, la incertidumbre por las nuevas elecciones en Estados Unidos y la celebración de la decimosexta edición de la Eurocopa. Lo único que sigue en pie son las elecciones estadounidenses en un ambiente que nadie esperaba, con protestas multitudinarias en plena pandemia con más de un centenar de miles de muertos.

El mundo parecía arder con los incendios en Australia, que llenaron las redes sociales de plegarias de #PrayForAustralia. Poco tardaría en llegar el conflicto entre Irán y Estados Unidos que, para muchos, provocaría una guerra mundial entre derribamientos de aviones por parte del país persa como el de la compañía Ukraine International y las sanciones de Trump. No obstante, el salto del coronavirus a otros países de Asia fuera de China y, después a Europa y América, parecieron opacar el conflicto. Los lazos negros por el país australiano fueron sustituidos por los lazos en memoria de los fallecidos por el Covid. Tres meses después, los medios de comunicación hablan de protestas que duran semanas en todo el país norteamericano y las redes sociales se llenan de Black Lives Matter, así como de All Lives Matter, su antagonista.

Acontecimientos tan fuertes en apenas seis meses parecen habernos vuelto insensibles. Pocas cosas parecen conmovernos. Noticias que antes hubiesen dado de qué hablar durante semanas, ahora parecen nimiedades frente a una pandemia mundial o a unos disturbios históricos contra el racismo. Las noticias se vuelven efímeras.

Se han producido tantos contagios que se cuentan por centenares de miles, como si de asistentes a un evento se tratasen. La información nos llega tan de golpe que es difícil a veces pararse a pensar en la complejidad de lo que estamos viviendo. Es difícil darse cuenta de las dimensiones de la pandemia, lo que desemboca en una cierta frivolidad e incapacidad para digerir tanta información.

Lo mismo ocurre con el asesinato de George Floyd a manos del policía Derek Chauvin, que ha provocado protestas históricas y hechos inéditos como el encierro del presidente en un bunker y el apagado de las luces de la Casa Blanca. Sin embargo, no terminamos de ser conscientes de lo que implica. Esta vorágine parece producir una falta de empatía. Lo que un día provoca que miles de personas suban a las redes sociales una imagen en negro en apoyo a las protestas queda en el olvido al día siguiente.

Un nuevo ritmo de vida que parecía imprimir la cuarentena, con horarios más flexibles y un teletrabajo que adaptaba las vidas de los ciudadanos a ritmos más naturales, contrasta con el bombardeo diario de noticias sobre temas que, en otras circunstancias, quizá habrían provocado una reacción más fuerte y más prolongada en el tiempo. “La costumbre amortigua la sensibilidad”, según una frase atribuida a Kant.

* La autora participa en Crónicas de México en España, el taller de periodismo de Espacio Méx