Pobres los hombres que creen que las mujeres quieren parecerse a ellos. Mezquinos aquellos que ven una competencia en el feminismo. Odiosos los que comprenden al ser humano sólo en cuanto hombre, sin ver que ese concepto no entiende de sexos”, dice en este artículo de opinión el escritor Ramón Ortega Lozano.

Por Ramón Ortega Lozano.

No, señores míos, la lucha no va contra ustedes. La causa intenta consolidar el triunfo de las ideas de la Ilustración; que, dado el letargo inherente a nuestra especie, ha costado tiempo y vidas su afianzamiento. Cuánto nos sigue costando convertir esas ideas en garantías; en una realidad que sea inamovible. Pero todavía algunos osan burlarse y malinterpretar un movimiento que persigue la defensa de derechos básicos y reconocibles a todo humano: hombres y mujeres. Dejemos de obstaculizar nuestro camino hacia la igualdad para, una vez conseguida, podamos centrarnos en los otros problemas que nos acosan. Pero este entendimiento se tiene que dar en conjunto, hombres y mujeres, pues tozudos e ignorantes abundan en ambos sexos.

Empecemos, pues, por no malinterpretar ese concepto. La igualdad es un derecho que radica en el respeto a las diferencias. Porque los hombres y las mujeres no somos iguales. Nuestras naturalezas son distintas, nuestras hormonas nos dominan de forma diferente. Sólo a partir de comprender esta realidad, podremos comenzar la búsqueda de lo común. Se dice que ante la ley somos iguales y efectivamente debe ser así, pero ¿podremos llegar, algún día, a excavar más hondo y no quedarnos en aspectos tan superficiales? ¿Podremos terminar con una competencia jerárquica y poner en orden nuestro mundo? ¿Se llegará al punto en el que deje de tener sentido hablar de feminismo?

Cuando las sociedades se pongan las gafas del feminismo, y se vea el mundo a través de ellas, esta teoría no será necesaria. En ese momento las empresas valorarán un currículum por la valía del candidato y se dejará de pensar en equilibrar la plantilla de empleados. Dejará de usarse el término “baja por maternidad” y se hablará de “baja por nacimiento” o algo parecido. Serán cansinos los debates lingüísticos sobre el masculino o femenino de un concepto. Desaparecerán del diccionario términos absurdos como el de “ninfómana”. Y otros aspectos que no cabe enumerar; situaciones que hoy se entienden como victorias, pero que tendrán que instaurarse como hábitos comunes e inherentes a todos.

No olvidemos que este es tan sólo un eslabón en la cadena de la evolución moral. No hay que perder esta perspectiva. Así que pobres de aquellos, que no ven el perjuicio que hacen a la humanidad, por seguirse empecinando en ideas obsoletas.