El autor de este artículo plantea cinco certezas que demuestran que las elecciones en España no han resuelto nada y que conviene tener en cuenta a la hora de hacer cálculos para una posible formación de gobierno y para el futuro del país.

Análisis de Xavier Caño Tamayo.

Cuartas elecciones generales en el reino de España en sólo cuatro años. Parecería pasión democrática y afán de estabilidad política, pero sólo han servido para dejar patentes algunas certidumbres que ha de recordar la ciudadanía, en la que reside la soberanía nacional y no en los políticos.

La primera certidumbre es que le han fallado los cálculos al presidente del gobierno en funciones, Pedro Sánchez. No sólo no ha conseguido más diputados, sino que ha bajado de 123 a 120 diputados desde las últimas elecciones en abril. Se cumple aquí una antigua sentencia de la lengua castellana que asegura que para ese viaje no hacían falta alforjas.

La segunda certidumbre es que estas elecciones han convertido al partido ultraderechista y franquista Voxen tercera fuerza política. Con 52 escaños se convierten en problema grave porque son autoritarios, machistas, xenófobos y profundamente antidemocráticos. En un debate televisivo, Javier Ortega Smith, secretario general de esa formación, amenazó con ilegalizar el Partido Nacionalista Vasco si llegaran a gobernar. Y hay más incidentes en los que Vox muestra impúdicamente su talante autoritario y franquista.

Una tercera certidumbre es que el Congreso, integrado por 350 diputados de 16 partidos u organizaciones políticas diferentes, está más fragmentado y, aunque supone más pluralidad, complica la acción política y conseguir acuerdos negociados, connaturales con la democracia.

La cuarta certidumbre es que estas elecciones han reforzado a los díscolos nacionalistas catalanes que han conseguido 23 escaños y, sin valorar el hecho, uno se pregunta si eso facilitará que los independentistas catalanes por un lado y el probable nuevo gobierno de Sánchez por otro dialoguen con tranquilidad y juego limpio para afrontar el llamado conflicto catalán y empezar a resolverlo. Esta por ver porque la derecha española, Vox incluida, intransigente y nada fiable, pondrá todos los palos en la rueda que pueda porque en última instancia ese conflicto catalán es un enfrentamiento de dos nacionalismos: el español (españolista,como dicen algunos) y el catalán. Pero lo que está fuera de toda duda es que ese conflicto se ha de afrontar en paz y la represión, propuesta de la derecha española, solo enquistaría el problema y abonar una inestabilidad política y social que devendría crónica.

El conflicto catalán tras las elecciones en España

El llamado conflicto catalán está ahí desde hace décadas y no se resolverá negándolo. Un 48,3% de los catalanes rechaza la independencia, pero un 44% la apoya, según un sondeo en julio del Centre d’Estudis d’Opinió de la Generalitat de Catalunya. Pero más allá de estadística y porcentajes, ¿qué hacemos con el 44% que sí son partidarios de la independencia? No son mayoría, pero existen y en cantidad importante. ¿Se les expulsa no se sabe adonde? ¿Se les reprime constantemente? ¿Se les encierra en campos de concentrción? Es evidente e innegable que hay que buscar una salida democrática y respetuosa de los derechos humanos de todos y todas.

Con los nacionalistas vascos, que han conseguido 12 escaños, el gobierno central tendrá que negociar, entre otras razones de peso porque el PSOE necesitará esos 12 diputados para gobernar y tendrá que hacerlo con las demás fuerzas políticas democráticas; es decir con todas, salvo las cuatro organizaciones de la derecha: PP, Ciudadanos, Vox y Navarra Suma.

La quinta certidumbre es que Pedro Sánchez y los dirigentes del PSOE no son buenos políticos, sino incompetentes. No dan la talla. Burócratas aficionados, alejados de la realidad. Su empecinamiento por ir a nuevas elecciones, cuando se podía haber formado un gobierno progresista, ha propiciado que una de las extremas derechas más indocumentadas y furibundas de la Unión Europea se haya instalado cómodamente en el Parlamento español como tercera fuerza política.

¿Que cabe esperar entonces del nuevo caleidoscopio político que es hoy por hoy el reino de España? Según los resultados electorales se puede afirmar que el relato político ya no es de derecha e izquierda enfrentadas, que también por supuesto, sino de demócratas y otros de cuya convicción democrática cabe dudar. En ese nuevo planteamiento, la derecha y la extrema derecha suman 152 escaños, en tanto que el resto democrático (según este analista) podrían sumar 178 o incluso 185. La mayoría absoluta está situada en 176.

Por tanto, cabe esperar que se forme un gobierno democrático presidido por Pedro Sánchez, pero, como decía don Quijote, cosas veredes, amigo Sancho, que farán fablar las piedras. Pueden sorprendernos en el más negativo de los sentidos. Lo escribo recordando la aparición de Pedro Sánchez a las once o doce la noche, acabado el escrutinio de votos. Ni sombra de autocrítica. El PSOE había ganado, los españoles habían vuelto a confiar en el partido socialista, bla,bla, bla… Ni siquiera reconoció que el PSOE ha perdido tres escaños respecto a las elecciones de abril. Y, por supuesto, nada de reconocer que habían abierto el camino a la ultraderecha.

Aunque es cierto que no solo el PSOE con Sánchez al frente es responsable en buena medida de la instalación de la extrema derecha en el Parlamento español. También el resto de la derecha presuntamente democrática, como PP y Ciudadanos, han ‘normalizado’ un partido  ultraderechisita como Vox. Casado y Rivera son socios de Vox en los gobiernos regionales de Murcia y Comunidad de Madrid y en ayuntamientos gandes como Madrid. En otros países de Europa hay también furibundos partidos de ultraderecha a los que se aísla salvo excepciones. En España se les pone alfombra roja y se les permite gobernar.