Se comprenden las palabras de Jorge Zepeda Patterson al pedir prudencia a la hora de exigirle a AMLO medidas drásticas para que la gente se quede en sus casas, pero su realismo en el panorama mexicano se puede contestar también con realismo. Muchos países han parado toda su actividad para frenar la expansión del coronavirus y llegará el punto en que tendremos que preguntar: ¿cómo vamos a reparar los estragos en la economía de tantas familias a punto de perder su negocio o su puesto de trabajo?

Por Carlos Miguélez Monroy.

MADRID, España.- Hace unas semanas menosprecié la amenaza del coronavirus cuando me preguntaron lo que opinaba sobre la cancelación del World Mobile Congress en Barcelona. Visto en retrospectiva, parece una de las pocas decisiones acertadas y a tiempo para frenar la expansión del coronavirus.

Perdí la oportunidad de informarme antes y mejor sobre una amenaza que está demostrando capacidad para romper todos nuestros esquemas políticos, económicos y sociales al atacar el corazón de nuestro sistema productivo.

No había desechado de mi sistema diversas teorías de la conspiración sin contrastar sobre epidemias como la Gripe A de 2009 o el Sars en años anteriores que podemos llegar a creer con facilidad ante la necesidad de explicarnos este mundo tan complejo con un exceso de información y tan poco tiempo para discernir.

Hemos desarrollado más el cinismo como bandera que un pensamiento crítico como actitud ante lo que nos presentan como verdad. Nos han mentido tanto que caemos en la dinámica de Pedro y el Lobo, como si la distancia por sí sola nos fuera a alejar del peligro de la mentira o, por lo contrario, acercarnos a la verdad, con la dosis de dolor que suele acarrear.

Necesitamos el mismo punto de partida ante cada nuevo acontecimiento: ojos abiertos y mirada limpia, oídos dispuestos a una escucha desde la empatía, olfato, tacto y la capacidad de detectar sabores antes de ingerir cualquier “información”.

Más que conocer respuestas de antemano, nuestra profesión periodística implica hacer las preguntas adecuadas. ¿De dónde viene este coronavirus, dónde surgió, a quién afecta y cómo, qué impacto tiene aquí o allá? Éstas son algunas de las preguntas en las que tenía que haber trabajado mi mente en lugar de tirarse al sofá del esto ya lo hemos vivido, ya están los medios con su alarmismo de siempre o seguro hay multinacionales detrás. A partir de ahí, hay que pensar en epidemólogos, médicos, enfermeros, otros expertos en salud y responsables políticos que sirven de fuentes acreditadas en un tema en lugar de Jurgen Klopp, entrenador del Liverpool, que respondió con brillantez a un periodista que le había preguntado si estaba preocupado por el coronavirus.

Lo que no me gusta es que la opinión de un entrenador de fútbol sea relevante para un problema tan serio”, respondió el alemán.

Para conocer a fondo fenómenos que rompen nuestros esquemas políticos, económicos y sociales como este coronavirus, necesitamos un pensamiento crítico y cierta distancia emocional sin caer en un cinismo que sirva de caldo de cultivo para teorías conspiranóicas sin fundamento y a una falta de empatía con las víctimas más vulnerables.

Esta crisis ha desnudado nuestra mentalidad malthusiana de desprecio hacia las personas mayores. Al principio del brote del coronavirus, mucha gente levantaba los hombros y decía que sólo mataba a personas mayores. Para rematar la media verdad, afirmaban que tenía la misma mortandad que una gripe común. En España, más de mil personas han muerto por coronavirus y ha habido más de 20.000 infectados.

Se empiezan a notar los estragos que supone parar la actividad de millones de pequeños negocios de los que dependen tantas familias en distintos países para pagar el alquiler o la hipoteca, para comprar comida y para cubrir sus necesidades básicas. Se comprenden las palabras de Jorge Zepeda Patterson al pedir prudencia a la hora de exigirle al presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, medidas drásticas para que la gente se quede en sus casas ante una mayoría de familias que dependen de la economía sumergida. Pero su realismo en el panorama mexicano se puede contestar con realismo basado en la experiencia de otros países: los comercios tendrán que cerrar hoy, mañana, dentro de una semana o dentro de un mes para frenar la expansión del virus. Cuanto antes se tomen las medidas, menor se antoja el impacto.

¿Cómo vamos a reparar los estragos en la economía de tantas familias que perdieron sus negocios o su puesto de trabajo? Empecemos a preguntarles a los representantes políticos en los países afectados de dónde saldrá el dinero para evitar el colapso sin olvidar la generosidad de millones de seres humanos que han rescatado a los bancos en otras situaciones de crisis en años recientes.