“Necesitamos un trabajo más agresivo, acciones afirmativas que coloquen a las personas indígenas en puestos de representación popular, en categorías de empleo hasta ahora vedadas de facto para ellas”, dice el profesor Mario Santiago Juárez en esta tercera entrega de la entrevista realizada por la escritora y traductora Lucía Duero. En esta ocasión, la conversación gira en torno a los pueblos indígenas en México.

Leer primera parte: Igualdad: ¿Posibilidad real o quimera?

Leer segunda parte: Desigualdad en educación, fuente de injusticias en México

Por Lucía Duero.

COPENHAGUE, Dinamarca.- “Vivimos la lógica del conquistado. Las características que definen al poscolonialismo de Frantz Fanon son evidentes en México. La idea de que somos seres inferiores ha permeado muy hondo en nuestras conciencias”, afirma Mario Santiago Juárez, profesor mexicano de la Universidad  Autónoma de Tlaxcala que realiza una estancia de investigación en Dinamarca, al hablar de los pueblos indígenas en México.

Otra de las caras de la desigualdad en México la encontramos en su población “indígena. La palabra “indígena” significa originario del lugar, no a cuestiones étnicas, al tiempo o a la circunstancia histórica. Si los españoles llegaron a Mesoamérica en el siglo XVI, entonces existe ahí una mezcla originaria desde ese momento. Pero al indígena en México se le identifica con algún grupo de las culturas prehispánicas, habla alguna de sus lenguas, o simplemente se considera a sí mismo vinculado a cierto grupo. Pero aquí hay otras cuestiones como la pobreza, un factor que no se elige.

Aunque genéticamente predomina lo indígena, somos un país de cultura mayoritariamente mestiza. Esta realidad se esconde por vergonzante y esto ha sido así desde el siglo XVI. Para “progresar” hay que olvidar u ocultar la cultura tradicional y dejar de parecer indígena. Esta es una verdad inconfesable, pero no me queda duda de que la gran mayoría de los mexicanos lo asume así.

También es cierto que hay un movimiento de reivindicación de la cultura indígena y un discurso oficial de respeto por la diversidad cultural. Sin embargo, esto avanza contra la corriente. La discriminación es muy grande y los esfuerzos del gobierno en contra de este fenómeno no han sido suficientes. Necesitamos un trabajo más agresivo, acciones afirmativas que coloquen a las personas indígenas en puestos de representación popular, en categorías de empleo hasta ahora vedadas de facto para ellas.

Hay que combatir la publicidad que invisibiliza a las personas de piel morena. El México del marketing es otro país, uno ficticio. Esto es un gran pendiente del que nadie quiere hablar, y es algo grave en términos sociológicos. La no aceptación de lo que somos nos hace perder de vista lo que deberíamos ser, desde mi punto de vista: un pueblo consciente de nuestro pasado e identidad.

El profesor mexicano Mario Santiago Juárez. Foto: Christian Morales

¿Debería existir alguna regulación por parte del estado en una publicidad donde los retratados son blancos en un país mayoritariamente moreno? ¿Cómo abordar tal desafío?

Cambiar nuestra realidad es complicado. Lo primero que yo haría es generar debate y hacernos conscientes del fenómeno. Como siempre el Estado tiene un papel regulador muy importante y podría disponer la obligación a las empresas comerciales de usar modelos que no obedezcan al estilo “caucásico” o lo que eso signifique, que impera en México.

Hace unos meses la candidata presidencial Margarita Zavala, en el primer debate presidencial, se dirigió a una mujer en los términos de “a ti, mujer indígena”. Otro candidato quiso elevar un monumento a los indígenas. Es difícil no percibir que a este grupo de mexicanos se les considera “el otro”. La visión del “otro” de Edward Said comparte muchas características con los negados en México, con aquellos con quienes nadie se identifica desde el punto de vista occidental, y a quienes se les considera inferiores, aunque no se diga de forma abierta. Y quien habla se ha adueñado de la palabra.

Aunque somos un mucho o un poco indígenas, pocos se asumen bajo esa categoría. Se entiende como una categoría cultural más que genética. Durante mucho tiempo, el gobierno impulsó acciones para que los indígenas dejaran de serlo, se creía que había que “mestizar” culturalmente al país para salir del atraso. Este pensamiento ya no es parte de la retórica oficial, pero mucha gente lo sigue pensando y poniendo en práctica. Acceder a una vida de confort implica vivir bajo la cultura occidentalizada, donde no tienen cabida las tradiciones indígenas. No hay indicador de bienestar social en la que los pueblos indígenas no aparezcan en la escala más baja: educación, trabajo, salud, seguridad social, vivienda.

El problema más grande lo vemos en la apropiación de sus tierras ancestrales. Los indígenas han sido desposeídos de ellas de forma sistemática. El ejemplo paradigmático es el pueblo yaqui del norte del país, arrinconado durante siglos y que ahora vive bajo condiciones de miseria. La necesidad de explotar los recursos naturales a costa del bienestar de las comunidades indígenas es la gran amenaza del siglo XXI. Los pueblos originarios que defienden la tierra son criminalizados y perseguidos.

Entonces, ¿debemos utilizar la palabra ‘indígena’? ¿No es en sí misma excluyente? ¿Acaso un londinense no es el originario de Londres? El uso de esta palabra va más allá del factor lingüístico y tiene también que ver con la pobreza y considerar que ‘el otro’ pertenece a otro tiempo.

Estamos en un momento en el que ciertas categorías sociales están en revisión. La revolución feminista está cambiando la forma de hablar. El lenguaje crea realidades. Si fuimos capaces de darnos cuenta de lo injusta que es la realidad social para las mujeres, había que cambiar la forma de hablar. Decimos ‘juezas’, ‘presidentas’ y ‘médicas’. Algo parecido debería pasar con la categoría de indígena, aborigen o etnias. No hay razas humanas. Ningún europeo “descubrió” América. En todo caso, cuando hablamos de derechos indígenas nos referimos al respeto al sistema de valores de grupos humanos diversos. Ellos no son descendientes de grupos precolombinos: son ellos, han estado aquí, y merecen ser tratados como iguales. Sus tierras y sus costumbres deben ser respetadas por todos nosotros.