Fundador de la organización Susurros de Luz y de la revista IMO, el mexicano-español José María Escudero Ramos acaba de publicar ¿Por qué decimos mindfulness cuando queremos decir meditación?, una biografía donde reflexiona sobre la meditación y de la atención plena, que hoy se conoce como mindfulness. En esta entrevista con Adriana Juan Durán comparte lo que ha vivido y sentido, que lo convierten en lo que es “aquí y ahora.

MADRID, España.- Eligió la nacionalidad mexicana cuando tenía dieciocho años a pesar de haber nacido y crecido en Madrid. Ocho años más tarde, José María Escudero Ramos volvería a tener pasaporte español y se convertiría en una de tantas personas con doble nacionalidad. Su madre, hija de refugiados de la Guerra Civil, nació en México. Su padre fue a México muy pequeño, años después de terminar la guerra, para “hacer las Américas”.

Fundador de la organización Susurros de Luzy de la revista IMO, Escudero acaba de publicar ¿Por qué decimos mindfulness cuando queremos decir meditación?, una biografía que se adentra en el mundo de la meditación y de la atención plena, que hoy se conoce como mindfulness. Ahí narra lo que ha vivido y sentido hasta llegar a ser lo que es “aquí y ahora”. Si “yo soy yo y mis circunstancias”, como le gusta decir en referencia a José Ortega y Gasset, este libro sería el resultado de décadas de historia familiar entre un continente y otro, con abuelos de Extremadura, País Vasco, Andalucíay Castilla la Mancha y diversas experiencias en México contías, tíos, primas, primos, primas y primos segundos, personas con las que mantiene vínculos muy especiales.

“Muchos siguen allí, algunos han fallecido, otros se han ido de México, y con algunos ya no tiene contacto”, cuenta un Escudero de mirada limpia, tranquila y profunda, fruto de años de aprender y compartir.

“Muchos siguen allí, algunos han fallecido, otros se han ido de México, y con algunos ya no tiene contacto”, cuenta un Escudero de mirada limpia, tranquila y profunda, fruto de años de aprender y compartir.

Casa de “los mexicanos”

Se sentía importante cuando algunos de sus amigos decían “vamos a casa de los mexicanos para referirse a su casa.

“No ha perdido el acento y la dulzura al hablar a pesar de llevar más de 50 años en Madrid”, dice Escudero de su madre, una elegante señora que estuvo en la presentación de su libro en el centro de Madrid.

“Entre los recuerdos de mi infancia está el reírme con cariño de la forma de hablar de mi madre. Mis primas “de México”, cuando nos juntábamos, nos hacían burla, imitándonos las eses tan pronunciadas que decimos acá. En aquel momento, con la inocencia de la edad, no percibía problema alguno de xenofobia”, recuerda Escudero y evoca la época en que TamTamgo sacó la canción Cruzando el río en 1990 y salieron películas como Salvador. Abrió así los ojos a una realidad desconocida y cobró significado el apodo de el mojao que le habían puesto en el colegio años antes.

México en su casa de España

“Recuerdo cuánto sufría mi madre cuando llamaban para avisarnos de que el abuelo se había puesto malo otra vez. Tengo en mi recuerdo en una ocasión, después del gran terremoto del ‘85, estar abuelos paternos, padre, madre y hermanos, en la cocina, leyendo una carta de mi tía, junto con un artículo de un periódico, quizás fuese El Excélsior, narrando la tragedia. Supimos que la familia estaba bien porque un radioaficionado contactó con la familia de México, que nos llamó para tranquilizarnos”, recuerda Escudero de un tiempo en que las personas vivían pendientesde unas noticias que no caducaban tan rápido y que tardaban en llegar cuando no había Twitter ni WhastApp.

La vida entre dos continentes le ha enseñado mucho sobre los momentos de separación.

“He aprendido a dar bienvenidas y a llorar de ese dolor agridulce que se producen en esos momentos en los que se mezclan la dulce gratitud por haber podido disfrutar de la familia un tiempo, con el agrio sabor de la despedida”, reflexiona el autor, marcado en su infancia por la cultura y las costumbres de México.

“He crecido entre mariachis, con Pedro Infante, Jorge Negrete Vicente Fernández, escuchando la historia de Juan Charrasqueado, imaginando cómo la flor de azalea va por el caudaloso rio o sintiéndome el Rey. También me enamoré de Frida Kahlo mientras escuchaba canciones de Chavela Vargas. Ya más crecido recuerdo los acordes de alguna canción de Timbiriche o de Paulina Rubio. La música suena más profunda en el corazón cuando te une en la distancia con los seres queridos; esas ondas sonoras unen almas”, asegura el experto en meditación.

En una época en que era difícil conseguir productos mexicanos, su familia y amigos de allále traían tortillas, mole, queso, harina de maíz Maseca con las que ayudaba a su madre a hacer tortillas y sopes.

A mi memoria vienen imágenes de las calaveras de azúcar típicas del Día de los Muertos o chocolates como el TinLarín, el Carlos V, La abuela, o los chicles pequeñitos que nos hacían ser los “héroes del día” cuando los llevábamos al colegio porque en España no existían y estaban buenísimos.

Ser la mejor persona del mundo, su ambición

Su educación combina la vocación de servicio y de sacrificio de su madre, siempre con amor y con una sonrisa, con la capacidad de trabajo de su padre.

Siempre nos decía ‘seas lo que seas, sé el mejor’ y yo pensaba, pues yo quiero ser… la mejor persona del mundo. Y me pasé la juventud siendo la oveja negra en un rebaño en el que no me integraba, hasta que descubrí que ni era negra ni era oveja. Entonces todo cambió”, cuenta el escritor.

Cuando lo expulsaron de la universidad a los 21 años por no encajar en la rigidez de sus normas y evaluaciones decidió irse al estado de Quintana Roo, en México, con la organización Tierra de misiones.

“En aquella época no había tantas organizaciones como ahora y era muy difícil ir a colaborar si no tenías una carrera”, recuerda Escudero, que estuvo un año en José María Morelos y viajó por Chetumal, Cancún, Felipe Carrillo Puerto, Mérida.

“Acostumbrado a vivir con blanquitos, o más bien rosaditos, como yo, al llegar a un lugar donde eran todos diferentes sentí miedo. Al poco tiempo me di cuenta de que los que tenían miedo eran ellos, pues están acostumbrados a que el hombre blanco vaya a sacar provecho de su paso por esas tierras. Su desconfianza tenía más razón de ser que la mía”, reconoce Escudero.

Pero además estaba en un error, pues los mayas con los que convivió le abrieron sus hogares y sus corazones. Aún mantiene amistades por medio de las redes sociales.

“Aprendí a fluir porque sabía que la providencia hace que tengas un plato de comida al llegar a casa. Aprendí a agradecer y a servir, tanto de los nativos como de los hermanos compañeros de misiones. Aprendí que el amor incondicional ve más allá de la razaporque se da y se siente desde y con el corazón”, cuenta el escritor y editor.

Cuando intentaban ofenderlo con la palabra gachupín, en la Ciudad de México, él lo interpretaba como algo amistoso porque su abuelo lo llamaba el gachupín de forma cariñosa.

Se quedaban tan asombrados de mi trato cordial que no se creían que fuese español y su opinión de los gachupines cambiaba.

“Viajar abre la mente, vivir desde la humildad, con ganas de aprender, la abre más. Ahora tenemos más posibilidades de viajar, de conocer nuevos países y nuevas formas de vida. Podemos vivir en el mestizaje y la mezcla de culturas, pero observo más xenofobia que antes”, dice quien ve corazones dispuestos a abrirse para ayudar al próximo necesitado, venga de donde venga, sea quien sea.

“Esa es la evolución que quiero ver, la espiritual”, dice.

Recuerda la vez que convenció a su madre para irse a dormir a casa de un amigo y ver el concierto de David Bowie en Madrid. “Nunca pasa nada”, le decía para convencerla.

“Esa madrugada llamaron de México. Mi tía había muerto. Mi madre no me localizó hasta que ya, tarde, pude ir directamente al aeropuerto a despedirme. Nunca pasa nada… hasta que pasa. El dolor pasó pero siempre queda el amor”, cuenta Escudero, para quien la vida ha sido sobre todo un camino de entrega y de servicio a la humanidad.

No soy capaz de matar ni de empuñar un arma en esta vida, quizás porque en otras vidas ya he matado bastante con armas, o con la palabra, en nombre de un dios. Ahora toca vivir hasta morir en nombre del amor, sirviendo a toda la humanidad, sin importar de qué color sea la piel o el pasaporte pues nuestras almas son incoloras.

Nuevos horizontes de atención plena

Dentro de unos días comenzará su andadura como colaborador de Amor en acción, una pequeña ONG de un pueblo de Burriana (Castellón) y viajará unos días a Limpio, Paraguay, con Desam, su pareja, y dejando en Madrid a su hija María.

Piensa plasmar de alguna forma estas nuevas experiencias de formación y evolución personal, a través de la Revista Imo, de Susurros de luz o en forma de libro.

“Todo se andará en un viaje de entrega y servicio a la humanidad, tal y como mi mamacitame ha enseñado, dando lo mejor de mí para llegar a ser lo mejor de lo que haga. Quiero ser “la mejor persona del mundo”, se lo prometí a mi papá”, concluye Escudero, que valora lo que México le ha aportado en su crecimiento personal.

Ser mexicano me ha supuesto creer en mí, amar todo tipo de culturas, respetar y respetarme, sentir complicidad tanto con los fuertes como con los débiles. He aprendido a solidarizarme y a entregarme a un bien mayor que mi propia existencia. Me sitúo en la gratitud por haber podido vivir tantas y tan diversas experiencias. Si soy lo que soy es porque soy un poco de acá y de allá. ¿No es para estar agradecido?