En las últimas semanas se han quitado la vida famosos a las que la sociedad consideraría ‘felices’ por ‘tenerlo todo’. Esto confirma la necesidad de profundizar en las causas del suicidio, que mata cada año a cerca de un millón de personas en el mundo y que se puede prevenir, según organizaciones como la American Foundation for Suicide Prevention.

Por Carlos Miguélez Monroy.

Una autopsia confirma que Freeda Foreman se suicidió. La ex boxeadora, hija del famoso George Foreman, estaba casada y tenía dos hijos y tres nietos. Su muerte se produjo un día después de que se quitara la vida Kelly Catlin, medallista de plata en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro y tres veces campeona mundial de ciclismo de persecución. Hace unos días se especulaba con la muerte de Keith Flint, cantante de The Prodigy, hasta que su compañero de banda confirmó que se había quitado le vida.

La perplejidad por la muerte de personas “que lo tienen todo” confirma la necesidad de profundizar en las causas del suicidio, pero también de desmontar la relación causa-efecto entre triunfo profesional y felicidad que muchos medios de comunicación imponen con la ayuda de unas redes sociales plagadas de “gente feliz” y frases para la felicidad.

Esta tiranía del “pensamiento positivo” puede contribuir a la soledad e incomprensión de quienes tienen una creciente dificultad para soportar el peso de su existencia y a desviar el debate de una fundamental búsqueda de las causas, asociadas por expertos y organizaciones a la depresión como factor principal.

La falta de diagnóstico y de tratamiento de esta enfermedad mental que afecta a más de 300 millones de personas en el mundo, según la Organización Mundial de la Salud. En España afecta a más de dos millones de personas y, en México, a 10 millones de personas.

Cada año se quitan la vida cerca de un millón de personas en el mundo, una cada 40 segundos, lo que supera las muertes por conflictos armados. Se ha convertido en la décima causa de muerte en Estados Unidos, donde han aumentado los casos de forma notable.

“La mayoría de las veces, el suicidio se produce cuando factores de estrés y cuestiones de salud se combinan para crear una experiencia de desesperanza y desesperación”, según la American Foundation for Suicide Prevention, que ha desarrollado una serie de herramientas y recursos.

Piden especial atención en los signos de alarma que muestran muchas personas. Antes de atentar contra su vida, hablan de suicidio o llaman a seres queridos para despedirse; dicen sentirse desesperadas y sin esperanza, sin motivos para vivir. Se consideran una carga para los demás, se sienten en un callejón sin salida y con un dolor que no pueden soportar. Incrementa el consumo de alcohol o drogas, se aíslan de la sociedad, duermen poco o en exceso, dan muestras de una fatiga constante, ansiedad, depresión, irritabilidad y una pérdida de interés general. En esos momentos se debe pedir ayuda a profesionales.

La expresión commit suicide deja ver la “criminalización” lingüística de las personas que se quitan la vida, impregnada por códigos morales y religiosos de sociedades que se precipitan a calificar de cobarde y egoísta la decisión de quitarse la vida o a afirmar que a los seres humanos no les pertenece ni su propia vida. Lejos de contribuir a un debate constructivo en la búsqueda de causas y soluciones, estos juicios de valor contribuyen al estigma social y a la vergüenza de familias afectadas.

Ante la necesidad de educar para detectar posibles situaciones de riesgo, cada vez más medios de comunicación derriban el muro que antes les imponía una política de silencio por el efecto réplica que, según varios estudios, se producía por informar sobre casos de suicidio. No se puede frivolizar ni perder de vista la complejidad de un asunto que requiere sentido de responsabilidad de los periodistas y formación, pues tiene grandes implicaciones éticas, psicológicas, jurídicas y políticas con las que no cualquiera puede lidiar.

Esta formación se centra en el enfoque que deben dar los periodistas y a la forma en que cubren una noticia para evitar el efecto réplica con detalles sobre la muerte que el lector no necesita saber, la simplificación de las causas o que se hable sólo del shock y del dolor sin abordar otras cuestiones fundamentales.

Pero tampoco resulta fácil llegar a las causas y luego informar de ellas, que muchos de estos expertos consideran fundamental para detectar casos en el futuro y prevenirlos. En muchas ocasiones hay situaciones llenas de dolor y desesperación, se han destapado secretos que salpican a otros miembros de la familia; casos de violencia, de abusos, homosexualidad reprimida o mal asumida; se interponen sentimientos de vergüenza, de culpa, de impotencia y de odio.

Estas dificultades no disuaden a quienes ven en la cobertura de los casos de suicidio una forma de luchar contra el silencio y el olvido que provocan más dolor y peores estigmas y de curar muchas de las heridas abiertas en las familias y en la sociedad.