Descubrí al escultor michoacano Jorge Marín “por accidente” al caminar de la mano anhelada por las calles de San Miguel de Allende. Embelesado por los coloridos y los empedrados a los que me he desacostumbrado después de tantos años en España, me sentí llamado a entrar en la Casa de Cultura Citibanamex – Casa del Mayorazgo de la Canal, donde volé con las alas y la belleza de sus esculturas.

MADRID, ESPAÑA.- Estaba en San Miguel de Allende por la boda de mi gran amigo Karam. Flotaba con la alegría de verlo feliz en esta nueva oportunidad y de haberme reencontrado en México con mi pareja después de varias semanas separados por un Atlántico de una inmensidad que crece con las añoranzas.

Alcancé un mayor nivel de elevación con los seres que divisé al entrar, como si les hubiera robado las alas o como si me hubiera restado peso físico la perfección de aquellos cuerpos de bronce. Uno de ellos señalaba algo con la mano en lo que podía imaginar en medio de un juego de pelota, con la bola de caucho en un pie. Otro la sostenía en un hombro y otro más, con las venas hinchadas por su propia fuerza muscular y la palpitación de sus esfuerzos físicos, estaba de cuclillas en una postura común en los futbolistas de los ochenta cuando se hacían la típica foto de nuestro inconsciente colectivo. Me cautivó la mujer con alas que cargaba en un brazo a su hijo y, el otro extendido como queriendo mostrar algo en el horizonte y me llenaron de zozobra unas esculturas que serían huecas si no las sostuviera la fina capa de su epidermis.

Leí los elementos explicativos de la exposición Raíces y vi por primera vez el nombre de Jorge Marín en un panel rojo, en grande. Intuía el éxito artístico de la obra que tenía en frente y quizá también su vocación transformadora y de reivindicación social por los migrantes y las personas que sueñan con un par de alas y un mundo mejor. Pero la boda de tres días continuó, terminó, volvimos a Madrid y la vida siguió en su arrollador curso de entonces.

No asocié con ese nombre con las ‘Alas de México’ que llegaron en septiembre al Parque Norte de Madrid, quizá porque mis compañeros cubrieron el acto de presentación en la que estuvieron presentes el escultor mexicano, Cuauhtémoc Cárdenas y la Embajadora Roberta Lajous Vargas. Tampoco hice la asociación cuando Elena Catalán, directora de la Fundación Jorge Maríncontó ante miembros de la Red Global MX la proliferación de alas del escultor por decenas de ciudades de todo el mundo para crear conciencia sobre cuestiones relacionadas con las migraciones.

Unos meses más tarde, en marzo de este año, las esculturas que me invitó a ver en Art Madrid mi amiga Alejandra Balboa, al frente de la comunicación de la Fundación Jorge Marín en España, hicieron saltar el resorte de mis recuerdos. La comprobación al volver a casa y revisar mis archivos de que se trataba del mismo escultor me permitió revivir un momento feliz de mi vida pasada en un momento difícil y lleno de incertidumbre del entonces presente, hoy pasado para siempre. Comprobé una vez más el sentido de la palabra ‘rencontrer’ del francés, que lleva implícito que uno sólo puede conocer por primera vez o encontrar lo que ya buscaba o esperaba.

Después vino el concurso de ‘Las Alas de México’ en Madrid, el aterrizaje de las esculturas de Jorge Marín en la Casa de Méxicodurante la Semana de Michoacán con el descubrimiento de que este genio de la escultura provenía de aquel místico estado del arte, de la gastronomía y de la mariposa monarca y la posibilidad de conocer más de la su biografía y la participación de su fundación en el Foro Migraciones. El concurso ya tiene a sus tres ganadoras: Adriana Azzarelli, Nancy Santibañez Lizarraga y Griselda Arteaga. Pronto las conoceremos en este espacio de encuentro entre culturas.